Ni Argentina ni Alemania serán visitantes en el mítico estadio. La verdadera presión.
Claudio Gómez
Ahora se habla de la presión, de los nervios, de que el mundo está pendiente, de las cámaras, de los 800 millones de televidentes, la previa, la ansiedad y esas cosas. Pavadas, simples pavadas. La clave, acá, es otra: ni Argentina ni Alemania son visitantes. Tampoco son locales, es cierto, pero esa es otra cuestión. Lo que cuenta es no jugar de visitantes en el mismísimo Maracaná, y esto lo digo porque la viví.
Pero vayamos por partes. Pensemos primero en este domingo. El escenario ya está armado: hinchas argentinos y alemanes habrá miles, obvio, pero van a estar infiltrados por holandeses, por otros europeos, brasileños sin rencores, tal vez algún africano, turistas, curiosos, no futboleros, hasta mujeres y pibes van a estar en esta final. ¿Qué ocurre, entonces? La presión en el estadio se desvanece, se disipa. No va a haber tribunas repletas de hinchas en contra que hacen sentir que uno es más visitante que Mostaza Merlo en la sede de Puán. El verdadero desafío del Maracaná es otro: pisar el césped, jugar y dar la vuelta olímpica con 120 mil brazucas que esperan con los cubiertos en la mano. Como hizo Independiente en la final de la Supercopa del ’95. Eso no es para cualquiera. Yo estuve ahí, sé lo que digo.
Fue el 6 de diciembre. Río de Janeiro era, ese día, la mejor ciudad del mundo. Viajé con tres amigos en plan yo te sigo a todas partes a donde vas, y la cuestión es que cuando llegamos al Maracaná la postal nos impactó: no sospechábamos que sobre la Tierra pudieran existir tantas camisetas del Flamengo. Todo Brasil estaba ahí, todo Brasil era rojo y negro. Estábamos rodeados. Y el estadio, bueno, el estadio resultó tan imponente como cualquiera podría intuir. Menos una bandeja detrás del arco donde hizo el gol Romario, todo era de ellos. Fueron dos horas de escuchar “meeengooo, meeengooo…” en un eco interminable acompañado por una batucada que retumbaba en todo el estadio. Eso sí que es jugar de visitante.
Gracias a que la suerte estuvo de nuestro lado y a credenciales de una revista que jamás había publicado una sola línea de fútbol, cuando terminó el partido logramos colarnos en el campo de juego. Ahí estaban Gustavo López, Cagna, el Negro Clausen, el Burru, Rotchen, una copa gigante que pasaba de mano en mano y el hit de esa Supercopa: porque tenemo’aguante, aguante de verdad, vinimo’a dar la vuelta, en el Maracaná.
Independiente fue, aquella noche de diciembre del ‘95, el primer equipo extranjero que salió campeón en ese templo del fútbol. El primero que dio una vuelta olímpica en tierra hostil. Una vuelta visitante ante 120 mil locales.
El escenario de este domingo es el mismo. Renovado, más coqueto y con menos capacidad, pero con la misma presencia de siempre. La gran diferencia para mí es que no voy a estar. Esta final la miro por la TV Pública. La vuelta en el Maracaná ya la di.
(*) Redactor del Diario Perfil