Román es una estrella temprana con brillo propio e historia contradictoria.
Hugo Ramos
Despechado, dejó Boca como a una novia parada en la iglesia para comenzar otra historia, quizá la última de jugador, en Argentinos con el Bichi Borghi.
Fina estampa de genio en la cancha, ganó en todos lados, equipos o selecciones. Rebelde, soberbio, introvertido, fuera del terreno de juego.
Impronta de crack, Román fue un retrato de Boca, historia o estampa de potrero, reseña de un amor hecho grito en clave de gol o palabras fuertes : “Boca, no creo que me extrañe”, deslizó por lo bajo como un poeta fino, en busca de reacción, bisturí a fondo para el hincha, en su historia o pasión.
La jerga lo tilda como líder negativo en sus equipos. Divisor de aguas, hosco, de pocas palabras, reticente, personalista. Se mueve en vestuario con pocos elegidos, por perfil o afinidad. Lugarteniente de grupos pequeños, núcleos siempre duros; de opinión o poder en los equipos.
Querido, amado, discutido. Caudillo de verbo corto, reticente, lúcido. Mas bien callado, se lo ve firme en sus decisiones, irreductible cuándo toma el rumbo convencido.
En la cancha es feliz. Reparte juego con soltura, talento. Fuera del terreno, no menos hábil, tiene menos cintura, divide, disgrega, discute o sienta posiciones duras, juega a ganador con lo que siente. Sus ideas generan división, grupos en pugna, polémica. Se siente cómodo manejando vestuarios o equipos, desde el lugar del que sabe y puede.
Se hizo de abajo, sufrido, lo comenta en las notas como estandarte. Irrumpió en la rivera desde la semilla genial de Argentinos, para triunfar rápido, con su fútbol vistoso de galera y bastón. Estratega siempre, con o sin botines, quizás el último gran armador en actividad (Aimar lo sigue a un par de trancos largos), que tiene hoy Argentina para disfrutar en un partido.
Enfrentó dirigentes o técnicos variados, tiempista silencioso, solitario. Hábil declarante, últimamente locuaz, habló ésta semana para sentar precedente sobre Boca; su amor incondicional. Polémico, tira frases al viento que se incrustan como clavos: “La 10 de Boca es mía. Se la presto al que la usa”, manda, con sonrisa medida.
Se mueve por las suyas, con reglas propias y las usa. Vive como le gusta, a veces desconfiado, medido siempre en el lenguaje, hasta habló de locura por el fútbol: “Estoy un poco loco, lo se. Para ser el diez de Boca, tenes que estar un poco loco”. Cierra luego certero, con un pase al claro; “Vivo tranquilo igual. Más allá del afuera o de lo que se diga, yo quiero ser el mejor cada domingo”.
Líder enigmático en grupos, maneja círculos de opinión o discusión, definido en una frase: “En el partido soy compañero, juego en equipo, comparto el juego y la pelota. Al otro día, mejor cada uno para su casa”.
Seco, cortante, Román lidera pero no enrola. No genera consenso, no discute ideas, no debate. Sus detractores le endilgan soberbia, vestuarios calientes, o fríos según de quien se trate o el tema merezca.
“Yo soy hincha de Boca. Sé que el hincha está dolido conmigo, lo entiendo”, confesó en micrófonos que lo escucharon cansado de ser culpable. Diferente la cosa, si se habla de Carlos Bianchi: ” Ganamos mucho juntos, nunca me voy a pelear con el”.
Con el Virrey, cargó una relación zigzagueante, regada de respeto mutuo, resquemores, pasión futbolera. Riquelme defendió al técnico, le tiene cariño, lo reconoce a su manera, con sus modos escuetos. Convivencia severa, tirante, de dos grandes del fútbol, ganadores ambos, que se sostuvieron uno al otro contra viento o marea, hasta el final casi anunciado de la historia. Bianchi quiere seguir ahora, empecinado, hasta lograr algo importante con Boca. Ni siquiera Riquelme con su enorme historia, fue obstáculo en su trajín hacia adelante.
Va Román en la cancha. Erguido, saca pecho con un gol de su estirpe, para el triunfo. Viste ropa de Argentinos, lo hace ganar. Bajo la piel, porta la de Boca, lo declara; ” Soy bostero de verdad. no se si ellos ( los dirigentes), lo son. Si vuelvo a Boca, solo puedo ser Presidente”.
Una tarde de sol, volvió Riquelme. Torero eterno, nunca dejó La Paternal del todo. Hubo emoción, nostalgia, reverencia al ídolo, estética de enganche, gambeta, pasión del fútbol juego. La pelota, cómplice, le pidió otra caricia.
(*) Periodista y coach deportivo.