Se dio la lógica según lo que venían mostrando: el equipo del Turu ganó 1 a 0 con gol de Zárate y volvió a abrirle a Boca una herida que, parecía, empezaba a cicatrizar.
Este Boca de Bianchi, que acaba de cumplir 14 meses y medio centenar de partidos mucho más decepcionantes que promisorios, tiene un problema muchísimo más grande que Vélez, equipo que, por cierto, desnudó un poco más ese inconveniente superior y preexistente.
Boca no tiene armonía colectiva y sus jugadores, aun los mejores –tantas veces considerados indiscutibles–, atraviesan el delicado momento del contagio negativo. Su entrenador, acostumbrado a resolver inconvenientes aun con algunos nombres impensados y que sólo tocaron la gloria de la mano de sus albures –tiempos de contagio positivo–, parece hoy desorientado, inestable y sólo aferrado a la convicción de arriesgar cada vez menos. Aquel Boca que todo lo podía no difería radicalmente de este estéril y vulnerable en la propuesta estética. Pero ganaba todo lo que tenía a mano. Entonces, fue un peculiar ejercicio encontrar más virtudes que la eficacia y la practicidad a toda costa. Y era imprescindible buscar esas virtudes ya que, como usted y yo bien sabemos, en aquellos años del ocaso menemista estaba prohibido cuestionar una victoria. En estos tiempos de un ocaso diferente, también.
Por estos días, a Carlos Bianchi también se le queman los papeles en ese raro ejercicio que tiene la mayoría de los técnicos de pretender convertir en una realidad exitosa la presunción de que ciertos futbolistas “pueden jugar” en puestos que no conocen. Al riesgo de carecer de oficio en puestos sensibles de la cancha se le suma el error de alejarlos de la posición en la que, realmente, se les puede sacar rédito.
No es culpa del técnico de Boca. El, que fue capaz de poner a Matellán a marcar exitosamente a Figo en una final intercontinental o que salió campeón de América con Traverso de volante central, no tiene por qué entender cómo no le rinde un 8 jugando de 5 (Ledesma) o un 5 disfrazado de conductor (Gago), o un media punta con virtudes de conductor con la pilcha de un extremo (Acosta). Estas interpretaciones libres de las bondades de sus jugadores afectaron durante esta gestión también a Juan Manuel Martínez, a Erbes, a Ribair Rodríguez, a Méndez y a Caruzzo. Supongo que se me escapan varios nombres más. Lo que importa es que, en ninguno de los casos, se descubrieron virtudes ocultas. Y en varios de esos casos, los futbolistas ni siquiera están hoy en el club.
Hay una lógica rabiosa que obliga a hablar del partido con Vélez en sí. Si sólo nos quedáramos con los 90 minutos jugados ayer en estas patéticas escenografías de manchones de soledad que condenan a nuestras tribunas, el saldo para Boca estaría lejos de ser dramático. Porque no fue ni por asomo su peor partido de estos tiempos y, fundamentalmente, porque jugó casi mano a mano con el que considero el mejor equipo argentino de comienzo de temporada. Haciéndole a Bianchi el favor de prescindir del resultado –algo que el jamás hace cuando los números le sonríen–, hasta podría decirse que haberle complicado la vida a un buen rival hasta podría ser un buen envión anímico para lo que se viene. Incluso Boca fue un equipo más serio durante más de una hora del juego de ayer que hace una semana, cuando derrotó justa y menesterosamente a Estudiantes.
Eso sí, los últimos veinte minutos fueron para, nuevamente, repensar una infinidad de cosas. Por ejemplo, que Vélez lo dominó como si el desgaste de haber jugado cuatro días atrás hubiese sido de Boca. Por ejemplo, que con Sánchez Miño de 3, Martínez por adentro y Perotti por donde fuese posible, Boca terminó con una coordinación similar a las del primer ensayo de las Tinellis en diciembre de 1990.
Nada que culpar a los mencionados. Al fin y al cabo, ellos fueron tres de los once que intentaron, ya con desesperación, levantar el muerto construido por un equipo que, cuando sale de la lentitud y abandona la predictibilidad, se mete en la imprecisión a poco que pise un poquito el acelerador.
Un párrafo merece la ausencia de Riquelme. Un jugador de su dimensión ubicado entre los suplentes obedece, claramente, a que no se considera que esté a pleno como para empezar entre los once titulares. Del mismo modo, se sospecha que se lo incluyó entre los siete del banco o para darle minutos si el partido estuviese controlado, o para encontrar en él la solución mágica que sólo jugadores como él suelen tener. ¿Ni siquiera para esto último estaba Román? ¿O se decidió cuidarlo camino al partido del miércoles? ¿Está hoy peor que hace una semana, cuando sí pudo jugar 15 minutos? Sabemos tristemente que en muchas cabezas flota la idea de prescindir de la envergadura del rival –Vélez es infinitamente más que Olimpo– y priorizar la condición de local. Como si la crisis xeneize se dividiera en dos, y la de local mereciese más atención que la de visitante.
Más allá de los vaivenes de un partido, para quien supo hacer de los porotos auténticos garbanzos de oro, la realidad golpea en la nariz hablando de cuatro puntos de 15 y una eficacia inferior al 40% desde el Apertura 2013.
Imagino que en las declaraciones posteriores al encuentro se escucharán voces que contarán un partido que muchos no vimos. Es lógico, y no las culpo. ¿O acaso alguien espera que Kicillof hable de la leche a 14, el melón a 50 o el vacío a 120?