La paradoja de los cuatro fantásticos que tendrá Sabella en el Mundial de Brasil.
Hugo Asch
“Los sueños están hechos de memorias, la memoria desde luego incluye el olvido; quizá sea imposible sin olvidos o sin modificaciones; bueno, pues habría algo que se da en los sueños que no se da en la realidad, el sabor peculiar de la pesadilla”. Jorge Luis Borges (1899-1986); de su charla “Los sueños y la poesía”; en la Escuela Freudiana de Buenos Aires, el 19 de septiembre de 1980.
(Una mancha de humedad, parece. Como una isla sobre el techo. En la última sesión no estaba. O no la vi. Ahora sí la descubro, por culpa de este silencio. ¿Sabrán los psicoanalistas lo que sus pacientes piensan en medio de un silencio incómodo? ¿Por qué yo, que no recuerdo mis sueños, sí recuerdo éste? ¿Disfrutará él mi silencio, o lo padecerá? Mmm… Pregunta, ahora)
—¿Vuvuzelas?
—Sí, vuvuzelas. Esas horribles cornetas del Mundial de Sudáfrica. Sonó una, pegada a mi oído, y me desperté sobresaltado.
—Ahá. (Ahá, dice. Espera más. Mi sueño, claro. Ahí voy.)
—No crea que me obsesiona tanto el Mundial. Estoy harto del vacío previo. Me enferman las publicidades. ¿Las vio? Ay.
—El sueño.
—Sí. Soñé con Vittorio Gassman. Una escena de Brancaleone en las Cruzadas, de Monicelli. Cuando, furioso, desafía al mercenario alemán Thorz a un duelo a muerte después de sorprenderlo en un puente, a punto de tirar un bebé al río. Thorz accede pero le propone combatir “al modo alemán”. A ciegas.
—¿A ciegas? (A veces las intervenciones de los analistas son como las preguntas de los cronistas de campo de juego. Uno podría contestar sí, o no, y no decir más. Pero en el diván, uno habla. Qué otra cosa, ¿no?)
—“Yo te vendo a ti, y tú a mí”, le dice Thorz. Brancaleone acepta, pero es una trampa. Thorz, astuto, le anuda un pañuelo negro, lo deja ciego y le pide que haga lo mismo con él. Gassman, a tientas, ajusta la venda en el tronco de un árbol. Y para asegurarse, pregunta: “¿Cuantos dedos tengo en la mano?”. Muestra cuatro. “Siete”, responde Thorz. “No ves nada”, se alivia. Comienza el duelo. Brancaleone agita locamente su espada. Thorz lo observa, tranquilo. Espera su momento.
—¿Por qué Brancaleone es tan ingenuo? ¿Qué lo hace confiar?
—No lo sé. Así es él. Entrañable, desmesurado, un insensato en busca de una muerte heroica. Brancaleone siente que ya lo tiene y prepara su golpe final, mientras el rival se ubica a sus espaldas, listo para liquidarlo. Pero su impulso hacia atrás es tan grande que su espada, ¡zás!, se estrella en la cabeza de Thorz. Y así gana el duelo, casi sin proponérselo.
—Gana de casualidad.
—Sí, en la película. Pero mi sueño se repite infinitamente, con distintos finales. A veces gana Brancaleone; otras el alemán, con uno, dos, tres, cuatro golpes.
—¿Cuatro?
—Cuatro.
—¿Usted no llamaba a Maradona y sus ayudantes ‘La Armada Brancaleone’ cuando dirigían la Selección?
—Sííí… ¡Brancaleone en misión divina hacia tierra santa sudafricana para recuperar el Santo Grial que la necedad del mundo nos niega desde 1986! Je. Desopilante.
—Ahá. ¿Y qué pasó en Sudáfrica?
—Alemania nos goleó, 4 a 0.
—Cuatro. Como los espadazos de Thorz.
—Eh… sí.
—Su sueño trae cosas de aquel Mundial. ¿Qué situaciones ocurridas hace cuatro años siente que pueden repetirse en Brasil?
—No sé. ¡Nada! Sabella está lejos del caos maradoniano. No tiene un discurso deslumbrante pero es serio, ordenado, trabajador. Aunque su equipo es…
—¿Es?
—¡Casi el mismo de la mitad hacia adelante! Oh, no. Se repite el síndrome de los Cuatro Fantásticos.
—¿Otra película?
—No, no. Hoy los Cuatro Fantásticos son Messi, Agüero, Higuaín y Di María. El país entero le exige a Sabella que jueguen juntos sí o sí para ser imbatibles, o algo así. No es tan fácil. En Sudáfrica no funcionó. Y resulta que, salvo el proscripto Tevez y algunos actores de reparto, los nombres se repiten. Mire: contra Alemania atajó Romero, Demichelis fue el central y Mascherano, el único volante de marca. Maradona se vendó los ojos y atacó, ciego, casi con cinco: Maxi Rodríguez y Di María por las bandas, y Messi, Higuaín y Tevez de puntas. Más Agüero.
—No le gusta que jueguen juntos.
—¡Sí, me encanta! En México también quería que Borghi y Bochini jugaran con Maradona y me quedé con las ganas. Es que un equipo así, largo y partido en dos, puede sufrir mucho en los partidos a todo o nada frente a un rival veloz que lo ataque con extremos. Otamendi—Demichelis—Burdisso—Heinze es más o menos lo mismo que Zabaleta—Garay—Fernández—Rojo, ¿no? Y poner a Gago o Biglia en el lugar de Maxi no creo que alcance para equilibrar.
—¿Y usted qué haría? Cuénteme. Yo no sé de fútbol.
—¿Quién puede decir que “sabe” de futbol? ¿Cómo prever un mal pique, una pifia, un cruce medio segundo tarde? Lo aleatorio es inmanejable. Pero sí hay un orden estratégico, como en la guerra. Von Clausewitz decía: “Incurriríamos en un grave error si pretendiéramos que una embestida ciega nos llevará a la victoria sobre la comedida habilidad. La torpe acometida contribuiría a la destrucción de las fuerzas propias, no de las contrarias”.
—Ahá. (Ahá, dice. Espera que lo aclare. Mezclo todo, ¿no? Bueno, para eso está el análisis.)
—Lo que creo es que Sabella llamó a Demichelis para que juegue de tercer central entre Garay y Fernández, y así armar una línea de cinco defensores como a él le gusta. Para eso, deberá sacrificar a un fantástico. Que no será Messi. Ni Di María. Ni Higuaín, el único delantero con altura. Saldrá Agüero, entonces. Un cambio arriesgado. Si gana, será un genio de la estrategia. Si pierde, otro inglés amigo de Verón, un maldito cobarde que nos dejó afuera por no animarse.
—No me contestó, Asch. ¿Qué haría usted, en lugar de Sabella?
—Yo, ehhh… (…)
—Basta por hoy. Nos vemos en la próxima.
(La mancha en el techo, Thorz, el alemán que engaña a Brancaleone; los dos Mundiales, los Cuatro Fantásticos, la defensa de cinco, Sabella, el cuadrito de Sigmund. Uf. Sí, mejor la seguimos en la próxima).
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.