Un divo caprichoso que canta y hace lo que quiere

Un divo caprichoso que canta y hace lo que quiere PERFIL estuvo en San Pablo, donde la estrella masculina del pop brindó el mismo concierto que hará hoy y mañana en Buenos Aires. Las coreografías más osadas, el trato con las fanáticas. Un divo caprichoso que canta y hace lo que quiere

En unos de sus exabruptos públicos cosecha 2013, el pop star de apenas 19 añitos Justin Bieber dejó escrito en el pasado abril en el Museo de Ana Frank: “Fue realmente inspirador haber podido venir aquí. Ana Frank fue una gran chica. Con un poco de suerte, habría sido una belieber.” El planeta, el virtual, ardió en insultos al actual visitante de Argentina (ayer tocó en Córdoba, y tocará hoy, show que tardó cinco días en agotarse; mañana lo hará en River), pero cualquiera que haya pisado el show del 2 de noviembre en San Pablo, Brasil (cosa que sí hizo PERFIL) podría destilar, sin ser experto en el arte de enloquecer por la figura esbelta tipo He-Man de Justin Bieber (las “beliebers”), dos cosillas: una cola de seis mil personas esperando para entrar a la destechada Arena Anhembi repleta (30 mil personas en total, siendo el 95% niñas de entre 7 y 18 años y sus respectivos tutores a cargo), el desde las cuatro de la tarde constante grito de “Justin-Eu-Te-Amo!” y la histeria (nada sexista la descripción, ¡eh!: científicamente basada en los impactantes decibeles de gritos, llantos, espasmos, angustias físicas y tensiones con motor hormonal teen que hacían de la espera durante la hora y media de atraso del show, un desfile de desmayos como nunca vio este cronista) no hacen muy difícil imaginar a cualquier niña del planeta fascinada con Bieber. Segunda cosilla: la actitud a lo Sinatra (por canchero profesional) de Bieber y su hoy famosa retirada enojado de aquel show en San Pablo (y sin cantar su hit Baby ni decir “O Brigado”) permiten entender de dónde puede venir un comentario así: de la mente de la estrella casi más grande del planeta, a la que le importa, y con razón, más bien poco cualquier cosa salvo ser un profesional del pop.

Deshidratación. Están avisados. Cualquier extranjero a la intensidad belieber no podrá pensar en otra cosa antes, durante y después de un show de Justin Bieber. Apenas pisado el Premium del Anhembi, el cuadro era adorablemente apocalíptico: antes que una felicidad efervescente, desprejuiciada, excitada, lo que había eran varias filas de niñas/madres sin sus respectivas madres/hijas (todas con los ojos símil gas lacrimógeno), “believers” insoladas descontroladas (este cronista no pudo consigo mismo y le preguntó a una que ya le preocupaba qué le pasaba: “Es Justin. ¿Qué va a pasar, tonto?”) y el conteo de reales para poder comprar “copo de agua” (vasos de agua envasados tipo yogurt: consumo que nadie esperaba deviniera el espectacular protagonista de la noche). Mientras, sonaba Michael (un recital pop, ¿qué Michael va a ser?) y lo hizo durante tres horas hasta que finalmente, con el comienzo de Smooth Criminal inició el conteo.

Deshidratación fuera de borda. Hiperventilación. Desmayos (tres visualizados al menos) en un radio de 10 metros. Hasta que finalmente en su escenario con un segundo piso compuesto por dos torres, Bieber llegó bajando, literalmente, del cielo. Con unas salidas de Xanadu alas de ángel, bajo un grito unificado que rompió los cristales del distrito de San Pablo. Mirada de galán de pocas pulgas, vestido de blanco (tres piezas, un saco, una musculosa de red larga y bombachón, plus unas zapatillas gigantescas, también blancas hasta en su más mínimo detalle): “Let’s Go. Was up, Brasil?” dijo.

Y arrancó con All Around the World con la rutina que sería norma: el show con una megapantalla y seis más pequeñas en el escenario se reduce, sabiamente, a coreografías de Bieber y sus bailarines, que se atiene a movimientos lúcidos pero cortos, como una especie de sesión de fitness para una estrella de acción (más adelante se vería, incluso desde 100 metros, que Bieber tiene el torso de una).

“Quiero llevarlas a una aventura conmigo. Mi nombre es Justin Bieber” dijo antes de incitar al pogo pop desde la pasarela del show. “¿Quiénes me ven por primera vez? ¿Quiénes ya me vieron? Tengo algo especial para ustedes.” dijo después de Catching Feelings (venía su hitazo Eenie Meenie), mientras se sacaba el saco blanco y mostraba sus “armas” (no sólo es extraño ver a niñas de 11 años frenéticas por ver a Bieber sacándose ropa, sino que cuando realiza su tic danzarín que es, con todo respeto, una especie de reacomodamiento de, digamos, las joyas de la familia, se sube un decibel la ya invencible euforia). Cambio de ropas, mismo modelo blanco pero con un chaleco inflable plateado. Los que sufrían los cambios más radicales eran sus bailarines: porristas, seudo fetichistas, todos y todas de blanco, incluso debían asimilar que Bieber les daba una paliza en un momento (post un video que lo muestra escapando de paparazzis a la Bond, rol que el muchacho aguanta bastante).

Bieber, desde videos que lo muestran purrete y pop, frente a los cuales el público enloquece, sale y vuelve a otra vez completamente rojo, sin chaleco pero de musculosa (siempre con dos cruces doradas colgando de su cuello). Y realiza la coreografía más elaborada del asunto: un, vaya uno a saber si voluntario o no, homenaje a Cantando bajo la lluvia, con paraguas rojos que se pedían con furia de hooligan al lado de este cronista. Entrados los primeros temas, Bieber se pone acústico, banquito y guitarrista al lado, calmado, generando una nueva onda volcánica de pasión, sobre todo cuando juega al chico malo, lanzando el micrófono al suelo. Sigue una serie de euforias con globos blancos, que llegan hasta el hit Believe, donde Bieber dice “Hay muchas chicas lindas acá”. Y recién ahí larga un “Brasil, te extrañé.”

Después Bieber toca, como el video de niño, la batería, sube a una chica de la audiencia (ya preelegida) en One Less Lonely Girl (pone la distancia justa para que sea legal, profesional habíamos dicho). Siempre seco, pero seductor, siempre en foco ya que ante cualquier milimétrico movimiento de su cuerpo se generaba un estallido proto-gol en el Maracaná. Cosa que sube, si es posible, de escala frente a la salida en cueros justo antes del final. Bieber saluda, las chicas siguen deshidratándose y vuelve post despedida, para el bis: ahí, el desastre. Un “copo de agua” le da justo en la mano en el final de Boyfriend, primer bis, usualmente seguido de Baby. Ni mu, media vuelta y se va. Para siempre.

Deshidratación desesperada, teorías conspirativas, madres consolando hijas, y a la salida, el espectacular cuadro de cientos, no, miles de padres esperando a sus desconsolados hijos. Así es el pop: tan espectacular como difícil de entender para quién no es feligrés.

*Desde San Pablo.