“Un bailarín puede y debe ser un actor”

“Un bailarín puede y debe ser un actor” La estrella argentina del American Ballet Theatre elogia a Alessandra Ferri, su compañera en Chéri. Agradece la vida que tiene en Estados Unidos y la ayuda de Julio Bocca. Lamenta no ser invitado al Colón. “Un bailarín puede y debe ser un actor”

Hasta hoy es posible ver al prodigioso bailarín argentino Herman Cornejo. La situación es excepcional por varios motivos. Este artista, de 33 años, en abril pasado ganó el Premio Benois de la Danza como mejor bailarín del mundo –premio que se entrega anualmente en Moscú desde 1992; el único bailarín argentino que lo había recibido hasta el momento era Julio Bocca, en 1992–. Pasó más de la mitad de su vida fuera de nuestro país y en pocas ocasiones actúa aquí, casi siempre constituyendo un lujo para la audiencia. Ahora lo hace junto a la igualmente extraordinaria bailarina italiana Alessandra Ferri –premiada con el Benois en 2000–, en Chéri, en el teatro Maipo. De modo que, en estos días, la cúspide de la danza se posa en Buenos Aires.

Más allá de las coincidencias entre Cornejo y Ferri –los premios ganados, la trayectoria de ambos en el American Ballet Theatre de Nueva York–, conservan una distancia. El argentino sabe reconocer las peculiaridades de la estrella italiana que, a sus 51 años, sigue siendo un mito del arte de bailar, mito que se vuelve realidad en cada función. Así él le rinde homenaje y se abre esta conversación:

—¿Qué significa para alguien como vos bailar con Alessandra Ferri?
—Cuando Martha Clarke (directora de Chéri) se acercó y me propuso la idea, yo lo único que escuché es que lo iba a hacer con Alessandra Ferri, y en ese mismo instante dije que “sí”. Es un lujo poder bailar con ella, un ícono de la danza y un ser humano increíble. Es muy genuina: se abre y lo da todo. La recordaré siempre como un highlight en mi carrera. Por su compenetración de partenaire, no pondría a ninguna bailarina a su mismo nivel. Con Alessandra, en el primer día de ensayo sentimos una conexión profunda al instante.

—A los 16 años recibiste la Medalla de Oro en la VIII Competición Internacional de Ballet de Moscú y fuiste el bailarín más joven en recibirla. Ahora recibiste el Benois. ¿Qué te representan esos premios y cómo ha sido tu evolución desde entonces hasta ahora?
—En la danza y el arte, uno no hace lo que hace para recibir premios. Para mí los premios son súper bien recibidos, pero no me cambian como persona ni como bailarín porque yo hago este arte porque es mi pasión. Lo que sí ha cambiado en estos años es que cuando uno es chico, quiere arrasar con todo y es el momento perfecto para empujar una carrera. Los 30 son una edad en que la carrera ya está afianzada. La etapa de demostrar ya la hiciste, ahora es solamente disfrutar. Me siento en el pico de mi carrera; mi potencia física llega a la madurez. Hacer Chéri enriquece más mi arte y hace que no se quede en que sea un bailarín que sólo sabe saltar y girar: quiero demostrar que un bailarín puede y debe ser un actor.

—¿Cómo manejás el equilibrio entre exigencia técnica y calidad interpretativa?
—Para mí, el escenario es el mejor entrenamiento. Si bien no he tomado seminarios de actuación, siempre intenté, en los ballets completos, interpretar el rol al máximo. Manejar bien la técnica es el mejor camino para después poder actuar y no preocuparse por la técnica. Si uno la entrena al máximo en clases y ensayos, sabe que ahí va a estar en el escenario con uno.

—De las veces que bailás en la Argentina, la mayoría de ellas ha sido en emprendimientos privados…
—Sí. Desde que me fui de la compañía de Julio Bocca (antes de instalarse en Estados Unidos, entre los 14 y los 16 años, fue parte del Ballet Argentino de Julio Bocca), he vuelto de la mano de Maxi (Guerra) a hacer La Sylphide creo que en 2001, y luego fueron espectáculos privados. Al único lugar (público) donde me han invitado a bailar un ballet completo fue al miniballet que tiene San Luis y a la compañía muy fresca y muy reciente de Misiones (el Ballet del Centro del Conocimiento, dirigido por Laura de Aira). A Misiones ya fui a bailar tres veces: hice Don Quijote, La Bayadera… y ahora planeamos volver el año que viene. Para mí el esfuerzo que hizo el Ballet de Misiones ha sido increíble: ha sido simplemente el esfuerzo de levantar el teléfono y llamarme para invitarme. Eso no sucede desde Buenos Aires.

—¿Qué interpretación le das a esa situación?
—Intento no darle una interpretación porque, si tuviera que darle una interpretación, sería muy fea. Mientras, sigo disfrutando de mi arte por el mundo. Si algún día se da bailar en el Teatro Colón, que es mi casa, donde empecé mis primeros pasos (a los 8 años en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón), sería un placer. Lo único que espero es que no sea para mi retiro.

—Vivís en Estados Unidos. ¿Cómo ves la cultura de ese país?
—Para mí, viajar a los Estados Unidos fue mi sueño, no por viajar a los Estados Unidos sino por lograr mi meta, que era entrar al American Ballet Theatre, una de las compañías más importantes del mundo, con un repertorio extraordinario. Allí el sistema de vida funciona porque, si uno se propone lograr un sueño y trabaja para ello, lo logra; a lo mejor, en países sudamericanos, trabajar y luchar por un sueño no significa que uno lo logre.

 

Los colegas y la TV

Si bien es el más joven de todos, en los inicios de su carrera Herman Cornejo compartió diversos proyectos y espacios con Maximiliano Guerra, Eleonora Cassano y Julio Bocca, bailando a la par de ellos. Sobre los dos primeros, a la luz de su participación en ShowMatch, dice Cornejo: “He visto algunos flashes de sus presentaciones. Yo lo veo como una distracción para ellos. No creo que sea una forma de presentar lo que es el ballet clásico; no creo que ése sea el fin de la televisión. Mientras ellos estén conscientes de lo que están haciendo y estén pasando un buen momento, bienvenido sea. No creo que por presentar esto en televisión decaiga el ballet. Lo hablé con Maxi y con Eleonora. Ella me dijo: ‘Mirá, es televisión, sabemos lo que es, y estamos preparados para ello’. No lo juzgo para nada. Ahora yo no estoy en situación de hacer algo así, porque tengo tantos proyectos en teatros de todo el mundo. Si alguna vez lo hiciera, sería para pasarme un rato disfrutando. Si vas a la televisión a bailar con Tinelli, no es para mostrar lo que es ballet, es para otra cosa”.

—¿Y con Julio estás en contacto?
—Sí, mucho. El viene bastante a Nueva York, viene a saludar al American Ballet. Julio fue el que puso el trampolín para todo lo que soy ahora: me trajo a su compañía a mis 14 años; me dio la posibilidad, con Lino Patalano, de ir al concurso de Moscú entrenado por Lidia (Segni). Gracias a Julio mi carrera despegó y ese trampolín lo tengo muy presente. Proyectos (concretos) con él en Montevideo (con el Ballet del Sodre) no hay. Pero me encantaría ser dirigido de nuevo por Julio. Le tengo mucho cariño y mucho respeto, no sólo por lo que hizo con su carrera, sino su visión del profesionalismo.

—Repetidas veces has sido comparado con Julio Bocca y con otros grandes, ¿no?
–Sí. Cuando uno es comparado con (Mikhail) Baryshnikov, con Julio (Bocca), con Maxi (Guerra), es tocar el cielo con las manos. Ellos han abierto ampliamente la danza y el arte.