Tras finalizar el rodaje de B-Aires, el actor revela que se entrevistó con agentes de drogas peligrosas para hacer su personaje y jura que odia las armas. El rechazo a las tiras y su amor por la música.
Germán Palacios pensaba tomarse un año sabático en 2014, alejado de los estudios de televisión y de los escenarios. Sin embargo, el actor no pudo resistirse a la propuesta del director Marcelo Pérez Cubells para filmar el policial B-Aires –película que protagonizan Benjamín Vicuña y Sabrina Garciarena– y debió abandonar el descanso. A los 51 años, y con dos hijos, Palacios interpreta a Nacho, un policía de drogas peligrosas que investiga el secuestro de la pareja Vicuña-Garciarena a manos de narcotraficantes con el objetivo de utilizar a uno de ellos como “mula” para introducir cocaína en España.
—¿Por qué, ya cerrando el año, fue el único trabajo que hiciste en 2014?
—Estuve abocado a mis cosas: a mi familia, a mis hijos, y necesitaba darme ese espacio. Cada tanto lo hago, me hace bien, lo necesito para volver a trabajar. Estaba tranquilo pensando en llegar a 2015 sin laburar, porque ya tenía proyectos para teatro, cine y televisión en 2015, y surgió la película, me gustó el guión y coincidían las fechas. Yo ya venía con un vínculo anterior con Marcelo (el director) por su primera película, Omisión, en la que finalmente no fui parte. Era una espina.
—¿Cómo manejás tu carrera?
—Trabajo en la medida en que las cosas me gusten y se genere un buen clima. Seguramente la manejo muy mal, pero si hablamos de oficio siempre hice lo que sentía, algo muy personal, tal vez tiene que ver con mi formación de actor y que siempre me rindió. Trabajar es algo agradable pero tampoco me ha enloquecido. En 2013 hice todo el año teatro con Le prénom, y eso te restringe, no podés viajar, no podés hacer muchas cosas. Hice 12 años Art (con Ricardo Darín) y estoy acostumbrado al ritmo del teatro, y luego parar no me molesta. Yo no me aburro cuando no trabajo.
—¿Qué hacés cuando no trabajás?
—Hago música, toco la guitarra y el piano. La gente piensa que vivo en un tren, una especie de mitología que se creó, y lo cierto es que tengo una casa afuera, donde tengo vagones de trenes, y allá cultivo, estudio… vendría a ser una especie de Regazzoni cool y light. Solamente me falta lucrar con mi ferrocarril (se ríe).
—¿Te encontraste con policías de drogas peligrosas para hacer tu personaje?
—Sí, obvio, me informé de primera mano. Es un universo muy atractivo para explorar porque es muy lejano a todo lo que uno pueda imaginarse. Me recibieron muy amablemente y me contaron costados oscuros de su mundo sin que yo les diera nada a cambio. Fue sorprendente y estoy muy agradecido. Uno busca conocer la roña, la mugre, lo menos sospechado de ese oficio.
—¿Qué fue lo que más te llamó la atención de ese universo que exploraste?
—Son muy personajes en sí. Es gente que le cuesta tener una familia, algo organizado, porque andan como un médico de guardia, de acá para allá, siempre con el teléfono abierto, saltando de un lugar a otro, pasan de estar acá en Buenos Aires, después a alguna ciudad del interior, después pesquisando, siguiendo pistas. Tienen una vida muy desordenada. Son policías de civil que se mezclan entre la gente, y eso le da un componente corporal a mi interpretación.