La Nona brilla en el Bristol de “La Feliz” con un elenco de lujo. Una obra para no parar de reírse, de punta a punta.
La Nona brilla en el Bristol de Mar del Plata con un elenco de lujo. Una obra para no parar de reírse, de punta a punta.
Por Marcela Tarrio – Editora Jefa
Recuerdo haber visto la película “La Nona” cuando era chica y haber adorado a esa abuela que no podía dejar de devorarse cuanto producto comestible (o no tanto) se le ponía delante. Para quienes no la hayan visto, basta decir que en una familia argentina, de origen italiano, hay una abuela de 100 años que come, engulle, traga sin parar, en tanto que el grupo familiar se va a la ruina y sus integrantes buscan varios caminos para ganar dinero, que van desde la prostitución hasta la mendicidad, y hasta urden planes para asesinar a la nona, que se van muriendo en cada intento… Y no contaré más.
El genial libro de Roberto Cossa fue llevado al teatro en 1977 (con Ulises Dumont) y al cine en una película homónima de 1979, dirigida por Héctor Olivera y protagonizada por Pepe Soriano en el papel de esa tremenda abuelita cuya única estrategia en la vida es manducar. También fue un musical que en 2001 protagonizó Hugo Arana, quien ahora, en la versión teatral que se puede disfrutar en el Teatro Bristol de Mar del Plata es Chicho, el sobrino vago y capaz de querer prostituir a la anciana con tal de no salir a laburar. Y con una mano en el corazón y otra en el estómago, roto de tanto reírme, lo que se ve es un duelo actoral de antología.
¡Quiero la picadita!
Soriano, con sus 85 años, se come también el escenario, con el mismo poco texto cocoliche de todas las puestas de este grotesco ciollo pero con la categoría de los grandes. “¡Ajice!”, “¡longaniza!”, “¡pane!”, “¡la picadita!”, “¡desayuno!” y tanto imperativos que obligan a la parentela a correr tras el alimento, que llegan con un ballet de gestos que lo convierten en una anciana tan adorable como generadora de unas ganas imperiosas de matarla, que se te van cuando lanza su primer “¡va fangulo!”. Y junto a él, como una orquesta afinadísima, le hacen el contrapunto el genial Arana; Miguel Jordán como Francisco, dueño del kiosco y futuro esposo de la nona; Gino Renni como Carmelo, el hijo de la vieja; Mónica Villa, adorable como Angula, hija de la anciana; y Patricia Durán como María, esposa de Carmelo y madre de Marta (Sabrina Carballo).
La obra sólo te deja respirar para tomar aire y volver a reír, y las carcajadas se apoderan de un teatro colmado para ver un clásico bien argento pero universal que te deja pensando en los simbolismos de esa anciana que un día, en pleno gobierno de facto, llegó para quedarse. ¿Representa la sucesión de dictaduras que nos permiten avanzar o los manejos de la oligarquía que dejan al hombre común con las manos vacías, como se va quedando Carmelo, que empieza vendiendo el puesto en el mercado y termina sin muebles? La Nona es lo que el espectador quiera ver, pero, por sobre todas las cosas, es la representación cabal de que Pepe Soriano no sólo es un hombre de palabra (le había prometido al productor Carlos Rottemberg que a los 85 la iba a hacer en el teatro, y cumplió), sino un maestro de actores. Y a sus pies me rindo, como lo hace un teatro lleno que lo ovaciona de pie cada noche y le envidia la vitalidad que demuestra, incluso, cuando se saca la peluca y da un saltito para salir de escena. Clásico, grande y eterno, como su adorable criatura.
29 de enero de 2015