Por monseñor Jorge Eduardo Lozano
Ayer sábado ha concluido la Asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina. La particularidad de esta ocasión es que ha sido electiva.
Cada tres años se renuevan los responsables de diversos servicios y comisiones: catequesis, pastoral social, liturgia, Cáritas, misiones, etc. Nos reunimos durante una semana dos veces al año. ¿Quiénes?: los obispos. ¿Qué somos los obispos?: sucesores de los Apóstoles, de los 12 elegidos por Jesús, que fueron testigos de su enseñanza, sus milagros y, fundamentalmente, de la Pascua. Los obispos somos consagrados tales por la imposición de las manos de otros obispos, que a su vez han sido también consagrados del mismo modo. Y así, si seguimos retrocediendo en el tiempo, llegamos a alguno de los 12 Apóstoles. O podemos de otro modo recorrer la cadena a la inversa. Después de la Resurrección de Cristo y el envío del Espíritu Santo, los Apóstoles fueron a predicar por todo el mundo que les fue posible.
En cada lugar organizaban la Iglesia, la primera comunidad, designaban un obispo a cargo por medio de la imposición de las manos, y seguían a otra comunidad para realizar la misma tarea. Desde aquel tiempo los obispos continúan con la sucesión apostólica. Cuando rezamos «creo en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica», afirmamos que la Iglesia está asentada construida sobre el fundamento que es Cristo y las columnas de los Apóstoles. El 5 de noviembre pasado en su Catequesis de los miércoles, el Papa Francisco dijo que los obispos «como sucesores de los Apóstoles son puestos a la cabeza de las comunidades cristianas, como garantes de su fe y como signos vivos de la presencia del Señor en medio de ellos». También afirmó que «en la persona y el ministerio del Obispo se expresa la maternidad de la Iglesia, que nos engendra, alimenta y conforta con los sacramentos».
Jesús se quedó en su Iglesia de diversas maneras. En su Palabra que nos ilumina, en cada creyente en quien habita el Espíritu Santo desde el bautismo, en la familia de los hijos de Dios, en los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, en los pobres y los que sufren… También está en los ministros consagrados, que obran en la persona de Cristo. En latín se expresa «in Persona Christi», y quiere decir en el nombre y con la potestad del mismo Cristo. En la misa, cuando consagramos el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, decimos sus mismas palabras como propias. Es el mismo Jesús que consagra: «esto es mi Cuerpo». Ser obispo es una hermosa vocación y una seria responsabilidad. Estamos llamados a ser factor de comunión y animar la misión. Para ello debemos convocar a todas las vocaciones para estar al servicio de la humanidad de nuestro tiempo.
Para llevar adelante nuestra tarea nos reunimos y alentamos mutuamente. Rezamos juntos, compartimos inquietudes y esperanzas. Esta dimensión fraterna de la vocación episcopal se concreta en todos los países. En estos días también estuvieron reunidos los obispos de México quienes dieron a conocer un mensaje conmovedor. Te comparto el primer párrafo: «Los Obispos de México decimos: ¡Basta ya! No queremos más sangre. No queremos más muertes. No queremos más desaparecidos. No queremos más dolor ni más vergüenza. Compartimos como mexicanos la pena y el sufrimiento de las familias cuyos hijos están muertos o están desaparecidos en Iguala, en Tlatlaya y que se suman a los miles de víctimas anónimas en diversas regiones de nuestro país.
Nos unimos al clamor generalizado por un México en el que la verdad y la justicia provoquen una profunda transformación del orden institucional, judicial y político, que asegure que jamás hechos como estos vuelvan a repetirse». Este grito de los obispos de México expresa la desesperación y el profundo dolor en los que está sumida la sociedad mexicana ante la violencia, desapariciones y muertes que se registran en su territorio, producto del accionar impune del narcotráfico. Siguiendo en el orden del cuidado de la vida, hoy también se realiza en nuestro País la campaña de concientización sobre responsabilidades al conducir para evitar accidentes de tránsito. Cuando nos cuidamos unos a otros en la calle, tanto como peatones como conductores, protegemos a los más frágiles. La vida es un hermoso regalo de Dios.