San Marcelo, el centurión, mártir. En la ciudad de Tingis (hoy Tánger), en la época del gobernador Fortunato, finales del siglo III, cuando todo el mundo celebraba el cumpleaños del Emperador, uno de los centuriones, Marcelo, que consideraba los banquetes como una práctica pagana, se despojó del cinturón militar ante los estandartes de su legión y en voz alta, dijo: «Yo sirvo al Rey Eterno, Jesucristo, y no seguiré al servicio del Emperador. Desprecio a los dioses de madera y de piedra, que no son más que ídolos sordos y mudos».
Inmediatamente fue detenido y el gobernador lo condenó a morir por la espada, lo que ocurrió el año 298, San Germán, obispo. Enviado por el papa San Hormisdas a Constantinopla como nuncio ante el emperador Justino el año 519, para poner fin al «cisma acaciano» que había durado ya 35 años, tuvo un éxito completo en sus gestiones y se firmó la famosa «fórmula» de Hormisdas. Fue amigo de San Benito. San Gregorio Magno cuenta que hallándose San Benito en Monte Casino, dijo que vio el alma de San Germán cuando era llevada por los ángeles al cielo. Su muerte ocurrió el año 540.