Santos Prisco, Malco y Alejandro, mártires. Los tres vivían en los suburbios de la ciudad de Cesarea, en Palestina. Durante la persecución de Valeriano, se presentaron espontáneamente al juez y le reprocharon duramente su crueldad y el inútil derramamiento de tanta sangre de ciudadanos cristianos. El juez ordenó que fueran arrojados inmediatamente a las fieras, y así murieron mártires en el año 260.
San Esteban Harding, abad. No tenía pensado ser monje, pero al encontrarse con San Roberto, abad de Solesmes, y se quedó con él. Tras una serie de acontecimientos, el 21 de marzo de 1098 Esteban inauguró la abadía de Citeaux, de la que fue abad. Entonces comenzó a hacer cada vez más rigurosa la regla de San Benito, lo que dejó desierto el monasterio. Un día se presentaron 30 candidatos, encabezados por el futuro San Bernardo y desde entonces debió fundar más abadías para responder al extraordinario ingreso de jóvenes. En 1119 San Esteban redactó el estatuto de la Orden Cisterciense. Murió el 28 de marzo de 1134, y fue canonizado en 1623.