Domingo 20º del año litúrgico «Vine a traer fuego a la tierra…» (Lc. 12, 49-53) ¿Cuál es el fuego que vino a traer Jesús a la tierra? Por lo que dijo a continuación, («cómo desearía que ya estuviera ardiendo»), se trata del fuego del Amor de Dios, que se manifiesta en que Dios nos dio a su propio Hijo para redimirnos y abrirnos el acceso a la Salvación o elicidad eterna. Esa «misión» que el Padre encomendó a su Hijo, era a costa de «dar su Vida por la salvación del mundo». Jesús experimentaba ansiedad por cumplir esa misión, un ansia que lo quemaba por dentro, ansiaba que llegara ese momento decisivo. Pero ese fuego tenía que propagarse, para que también nosotros nos encendiéramos correspondiéndole con nuestro amor. El amor es la mayor fuerza que existe, el fuego lo representa muy bien, ya que se propaga como un incendio que no se puede detener. El fuego es un elemento que consume las cosas, y las transforma, las cambia en algo distinto. Así es el amor verdadero, que quema en nosotros las mezquindades del egoismo, y nos transforma en un nuevo ser, a imagen de Dios que es Amor. Claro, se trata del amor auténtico, solo ese nos transforma. El amor trucho y falso, que se reduce a una simple satisfacción del instinto, o a la sensación afectiva o del placer, no es más que una forma de egoismo, y no nos transforma, no nos madura. Así se entiende lo que dijo Jesús: «no he venido a traer la paz a la tierra, sino la división». Esta división es el fruto o consecuencia de toda opción y acción contraria a la mentalidad del ambiente del mundo; en efecto, los que no piensan ni obran según la manera de pensar de moda en el mundo, son rechazados por los del mundo; son discriminados, no caben en su mezquina propuesta, y son señalados, burlados o dejados de lado con la indiferencia o con la misma persecución. Eso le pasa a todo discípulo de Cristo, que quiera tomarse en serio el Evangelio: o lo toman por loco, o bien, si su testimonio y forma de vida comienza a influir y a molestar, provoca la reacción del «mundo», que para no quedar en ridículo, prefiere ridiculizar el testimonio del que es coherente y auténtico. La innumerables persecuciones que sufrieron y sufren los cristianos de todos los tiempos, son un ejemplo claro de esta «división» que se da incluso en el seno de una familia, en la que unos toman el bando de la opinión del mundo, y otros el del Evangelio. Pero Jesús nos dice que nos pongamos contentos, felices, cuando seamos perseguidos y odiados por serle fieles a El. Ser fiel a Jesús, nos traerá el rechazo del mundo: pero tiene sentido quemarse por el ideal del amor. Lo que ciertamente no dará sentido a nuestra vida, es dejarnos llevar por la corriente para terminar perdidos, mimetizados en el anonimato frío del mar, del montón. El fuego de Cristo nos lleva a «no acomodarnos a la mentalidad de este mundo». De nosotros depende a quién seguiremos: al mundo, por miedo a que nos desprecien, o a Jesús que nos asegura: «no teman, Yo he vencido al mundo». Que nuestra Fe nos lleve a la confianza plena en Aquel en quien creemos.. Dios nos bendiga. Parroquia Santa Teresita.