Domingo de Pentecostés
«Reciban el Espíritu Santo.. » (Jn 20, 1923) La solemnidad de Pentecostés es el inicio de la última etapa de la Historia de Salvación. Enviándonos el Espíritu Santo, Dios afianza y prolonga la obra redentora de su Hijo Jesús, no solo para garantizar su continuidad, sino su crecimiento y fecundidad. Así como «el Hijo y el Padre son uno». también el Espíritu Santo es uno con el Hijo, y con el Padre. Al prometérselo a los Apóstoles en la última cena, Jesús les dice que «El les va a dar de lo mío, y les hará comprender todo lo que yo les he dicho», y lo llama «el Espíritu de la Verdad, el Consolador, el Abogado (que nos defiende), Al resucitar, Jesús permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, pero su presencia se hace visible por la acción del Espíritu Santo. «No los dejaré huérfanos.. «.
A Jesús lo vimos directamente durante su vida terrenal, luego de su Ascensión al cielo solo lo podemos «detectar» con los ojos de la Fe, en los sacramentos, en cada ser humano, y en su Iglesia, que es su cuerpo. Precisamente en este cuerpo, en su Iglesia, obra el Espíritu Santo. Actúa real y eficazmente por medio de sus siete dones, iluminando, orientando, fortaleciendo e inspirando a los fieles en su diario caminar en la fe. En pocas palabras, su acción se orienta a iluminarnos en nuestra vida, para «ver» con claridad el camino que lleva a la Salvación, y no dejarnos engañar; por eso Jesús lo llama «el Espíritu de la Verdad». Pero no es suficiente conocer el camino, sino que hay que «andarlo», (y no es un camino cómodo, sino «estrecho y escabroso»), por eso además de iluminarnos, el Espíritu Santo nos fortalece para decidirnos y perseverar en las dificultades. También es propio del Espíritu Santo «animar» a su Iglesia, inspirando y suscitando nuevos senderos y modos, de acuerdo a la realidad de cada tiempo y lugar.
De esta manera la Fe se renueva, se revitaliza y se purifica, como la sangre que continuamente se va renovando y purificando, y llega así a todas las células del cuerpo. En Pentecostés se manifestó con los signos del «fuego», que renueva y cambia al hombre por dentro, e ilumina a su alrededor; y el signo del «viento», porque no lo podemos ver, pero sí su acción que mueve, sacude y empuja. El signo de los diversos idiomas o lenguas, indica la universalidad de la Iglesia y del anuncio del Evangelio a todos los pueblos, pero todos entienden el único idioma del Amor, que es el distintivo que dejó Jesús a su Iglesia. Qué importante es abrirnos a la acción del Espíritu Santo, sobre todo en la oración profunda, entonces también nosotros experimentaremos el cambio de nuestra vida: una vida plena, con sentido, vida del Espíritu. Espíritu Santo ven, llena el corazón de tus fieles.Parroquia Santa Teresita.