Domingo 22º del año » Todo el que se humilla, será elevado » Lc.14, 7-14 Los consejos que da Jesús en este pasaje del Evangelio, parecieran de simple sentido común. Sobre todo en la primera parte, en que nos recomienda colocarnos en el último sitio al ser invitados a un banquete, para que luego «quedemos bien» delante de los convidados, al ser invitados a sentarnos más cerca. Sin embargo, no se trata de quedar bien delante de los demás, buscando su alabanza y que nos aprecien. Es más bien un consejo de humildad, al reconocernos menos que los demás; se trata de cultivar una actitud de tener a los demás como más dignos y capaces.
Dios nos ama aún conociendo nuestras limitaciones, pero nos ama más por reconocer nosotros mismos nuestras propias limitaciones, que en otras palabras es ser humildes: «todo el que se humilla será elevado, y el que se eleva, será humillado». Esto queda más manifiesto, en la segunda parte de este pasaje, en que Jesús nos enseña a no buscar la recompensa de nuestras buenas acciones en la estima y aprecio de aquellos de quienes podremos recibir una retribución. Esto nos privaría de recibir la recompensa del mismo Dios, al haberla recibido ya aquí en la tierra.
Es natural y frecuente la búsqueda del elogio, la estima y el aplauso por haber hecho alguna acción buena, o por algún éxito que hayamos logrado. Pero si nos esforzamos en el bien para lograr ser estimados por los demás, estamos buscándonos a nosotros mismos, y nos encerramos en el egoísmo, en lugar de abrirnos al amor. El amor nos guía a mirar hacia los demás, no hacia nosotros. Una de las formas de recompensa que más apetecemos, es la compensación afectiva, o el reconocimiento que recibimos por algún favor hecho. No es malo el recibirlo, pero si lo ponemos como meta de nuestro obrar, terminará por llenarnos la bolsa, y ya no cabrá en ella la recompensa de Dios.