La actriz de La nueva autoridad, en el teatro oficial, y de Guapas, en El Trece, surgida del teatro under, asegura que su mayor temor es repetirse.
Por las venas de Vivian El Jaber corre sangre portuguesa y gallega por parte de madre, más el aporte sirio que hizo su padre. Cuenta que tuvo en su vida tres importantes parejas y una sola hija. Empezó a actuar en el teatro, por eso es una de esas intérpretes que se destacan en los elencos televisivos, como lo hizo a principios de los 90 con Cha Cha Cha. Comparte las grabaciones de Guapas para El Trece y las funciones de La nueva autoridad, de Mario Segade, en la sala más pequeña del Teatro San Martín.
—¿Cómo elegís los proyectos teatrales?
—Lo hago de manera muy intuitiva. Cuando me convoca un director acepto o no, pero siempre elijo leer el material y saber quiénes estarán en el elenco, después viene el dinero. Para mí, los tres ejes fundamentales son: obra, elenco y director. El año pasado me ofrecieron un personaje muy bueno, pero no estaba bien como para encararlo.
—¿Que te atrajo de esta nueva obra de Mario Segade?
—Todo me interesó, aquí se conjugaron las tres puntas principales: autor, elenco y director. A Mario lo conocí el año pasado en la televisión, ya que él fue uno de los guionistas de Farsantes y me ayudó mucho a desarrollarme como artista, y además me dio popularidad. Le di casi un cheque en blanco cuando me lo propuso, pero le pedí leer el texto. Me encantaron los compañeros de trabajo (Celina Font y Marcos Montes) y más aún cuando me dijo que íbamos al San Martín; éste es un espacio en el que todos los actores queremos trabajar. Nunca antes había actuado aquí y siempre desde que empecé como actriz deseaba llegar a este teatro.
—¿Cuál definirías como eje de la obra?
—La nueva autoridad es un drama con humor negro. Es una historia de soledad y de cómo cada uno se encierra en su propio mundo y no puede escuchar al otro. Aquí todos creen tener la razón y luchan por lo que cada uno quiere. Segade, como autor, pone la lupa en seres cotidianos y sobredimensiona la locura diaria. Es como iluminar la pequeña miseria humana.
—¿Cuáles son tus miedos como actriz?
—Mi principal temor es repetirme, soy obsesiva. Y a veces los directores no te dirigen, por eso busco elegir personajes distintos, contradictorios, no quiero estancarme. Intento crecer siempre.
—Sin embargo, en “Farsantes” componías a Isabel, una mujer de mucho carácter, y esta Débora de “Guapas” también lo es…
—Evidentemente algo debo tener que me convocan para papeles fuertes y singulares. Toco una tecla de ese estilo o me ven para ellos. Ya estaré en algo muy distinto, ya me llegará otra tecla, porque me apasiona lo sutil.
—Tu personaje en “Guapas” tiene un gesto muy personal…
—Sí, ¡los dedos! (se ríe). Me lo inventé. Busco componer los personajes. Me pongo muy obsesiva. Llego primero por la imagen exterior, me voy configurando. Los dos dedos haciendo ese gesto particular me lo imaginé, fue como conformar a esta mujer. Me gusta poner lo extraño desde un lugar natural.
—¿Sufriste desilusiones en la televisión?
—¡Sí, claro! Me encariño mucho con la gente, aunque ahora trato de diferenciar a los compañeros de trabajo de los amigos. Una necesita contactarse con el otro para poder crear, pero terminás una tira y no los ves más. Está todo bien, pero debí aprenderlo. Hay que comprender y aceptar las reglas del juego, que son más duras. No tenés tiempo, todo se acorta y es apurado. También la dimensión es otra, y la difusión, enorme.