Estrena la última entrega de El hobbit el 1º de enero, y confiesa que hacer pública su sexualidad lo mejoró como actor. Asegura que, a su edad, no le teme a la muerte porque luego “no hay nada”.
No es fácil superar la barrera de los 75 años y seguir estando de moda. En una cultura como la del cine, que idolatra la juventud, llegar a la tercera edad significa caducar. Sir Ian McKellen es la prueba viviente de que otro mundo es posible. Este actor británico lleva más de seis décadas trabajando, pero sólo durante la última su nombre ha adquirido fama planetaria y han sido precisamente los jóvenes quienes lo han convertido en uno de sus dioses. A principios del siglo XXI, McKellen consiguió los dos papeles que lo catapultaron al estrellato internacional: Gandalf para la saga El señor de los anillos, de Peter Jackson, y Magneto para X-Men, de Bryan Singer. Estas Navidades vuelve nuevamente a las pantallas con la segunda parte de El hobbit, recuperando así al hechicero escrito por J.R.R. Tolkien. “El hecho de que mucha gente se haya enterado de quién soy ahora que estoy en la tercera edad es anecdótico. Esas películas son trabajo, ni más ni menos. Reconozco que hace años los amigos que hacían cine me daban cierta envidia, pero hacer películas no tiene nada que envidiarle a trabajar en el teatro. Me lo he pasado muy bien participando en ellas y por suerte son populares, y además son buenas. Imaginate qué horror si hubieran sido populares pero malas, ¿no?”.
McKellen habla relajado desde la habitación de un hotel londinense mientras se fuma un cigarrillo, una bravada a la que nunca se atreverían los actores de las nuevas generaciones, siempre preocupados por lo políticamente correcto. Viste pantalones de chándal y una camiseta de tirantes blanca, y está descalzo. No le preocupa en absoluto su aspecto. Al fin y al cabo, lo avalan seis décadas de trabajo, la mayor parte de ellas sobre los escenarios teatrales británicos, donde construyó una carrera sólida en la que sus interpretaciones de las obras de Shakespeare son legendarias. “Empecé a actuar porque me gustaba el teatro como audiencia, pero había tan buenos actores que pensaba que sería imposible llegar a ser como ellos. Te hablo de gente como Lawrence Olivier: podías verlo cien veces y siempre te aportaba algo nuevo. Cuando comencé a trabajar en montajes universitarios, me empecé a encontrar cada vez más cómodo y lo cierto es que, desde entonces, nunca me ha faltado trabajo, así que parece que no soy tan malo como creía”.
Tanto McKellen como Olivier forman parte de ese selecto grupo que transformó la experiencia de ver un Shakespeare en un acontecimiento casi mágico. “No es un autor fácil. Tenés que ser capaz de hablar en su lenguaje, algo difícil porque está escrito en verso. No es como cantar, pero en cierto modo sí lo es, y ése es uno de los problemas. Además, tenés que estar en buena forma porque son obras que a menudo tienen luchas complicadas o bailes y tenés que ser muy abierto con tus emociones porque un Shakespeare cubre un espectro emocional enorme”, explica sentado tranquilamente en un sillón.
El recorrido desde sus años universitarios hasta Gandalf ha sido largo y, aunque ha estado marcado por el teatro, donde se ha llevado todos los premios posibles de su profesión, también ha tenido incursiones interesantes en el celuloide. Sin embargo, para él el momento clave estuvo marcado por su decisión de “salir del placard” a los 49 años. “Yo siempre había sido abiertamente gay, aunque había gente en mi vida que no sabía que lo fuera, como mis padres o el público, pero es que jamás me lo habían preguntado durante las entrevistas, así que yo no lo conté. Al hacerlo público, cambió toda mi vida, crecí como persona y por supuesto, además, crecí como actor. Hay gente que dice que actuar es saber engañar pero yo no lo creo, para mí está directamente relacionado con decir la verdad, con ser sincero con tus emociones, y por eso creo que al hacer pública mi homosexualidad mejoré como actor. Y como ya tenía un nombre y una larga carrera a mis espaldas, no afectó mi trabajo. Y curiosamente, empecé a recibir ofertas de cine que nunca antes me habían llegado”.
Ian McKellen es uno de los defensores más vocales de los derechos de los homosexuales en el mundo y su decisión de serlo no tiene mucha relación con la tendencia de las estrellas de Hollywood a buscar adeptos a sus causas. “Ser gay no es como tener un punto de vista político. Es tu vida, es lo que sos. Supongo que hay gente a la que le incomoda que los actores hablen de sus opiniones políticas porque son eso, opiniones, pero en el caso de la homosexualidad, se trata de nuestra existencia. Salir del armario es cambiar tu forma de estar aquí, y eso es una manera de cambiar el mundo porque afecta a la gente que tenés a tu alrededor. No es algo de lo que necesariamente tengamos que hablar públicamente pero yo lo hago porque creo que la gente debería disfrutar de la vida. No los quiero persuadir de una idea política, lo único que les quiero decir es que sólo serás feliz cuando seas honesto”.
En Hollywood, un lugar que los conservadores estadounidenses consideran un hervidero de gente de mente excesivamente abierta y liberal, ser gay sigue siendo tabú. “Es inquietante que puedas ser un director o un guionista abiertamente gay y que no puedas decirlo siendo un actor. Los agentes les aconsejan que no lo hagan alegando como excusa que perderán papeles en películas de pareja románticas. Es curioso porque Hollywood nos vende que el cine habla sobre la verdad de la naturaleza humana pero no es cierto, siguen en el mundo de las fantasías”. Parece que el tema le hace hervir la sangre. “Esos actores optan por vivir en un mundo antiguo, que ya no existe. Antes tampoco podías ser profesor o policía si eras gay pero eso ya no es así, y es una lástima que las nuevas generaciones no quieran verlo, deberían ser más valientes. Pero no creo que haya que mirar hacia Hollywood como el sitio para avanzar socialmente. Han tardado mucho en descubrir que existían las mujeres, los negros o los hispanos, o sea que imaginate lo que pueden tardar en descubrir que existen los gays”.
Claves para ser un buen actor
¿La ambición sigue siendo parte de la vida cuando se alcanzan los 75 años? McKellen es la demostración de que la edad no marca un límite al deseo de seguir creciendo. “Eso es lo único importante, seguir mejorando en tu trabajo. Lawrence Olivier tuvo una larga carrera y era alguien que siguió creciendo como actor hasta el final de sus días, y ésa es mi aspiración. Por eso, para mí es una satisfacción que la gente pueda volver la vista atrás y revisar mi carrera, ver todo lo que he hecho. Eso es importante para un actor”. Y ésa probablemente sea una de las razones por las que su página web es una de las más completas que se puede encontrar en la red sobre un intérprete de su categoría.
Lo que es innegable es que cuando se alcanza una cierta edad la muerte puede ser un pensamiento recurrente. “Por supuesto, y más en mi caso: he muerto muchísimas veces sobre un escenario y eso te obliga a pensar en la muerte, a creer en la muerte”. ¿Morir en la ficción te quita el miedo a la muerte? McKellen suelta una carcajada y hace una pausa: “No, por supuesto que no, pero yo temo poco a la muerte. Después de la muerte no hay nada, todo se acaba ahí”.
Uno de sus próximos personajes será Sherlock Holmes en la película Mr Holmes, dirigida por Bill Condon, en la que interpreta a un envejecido detective que trata de resolver un caso que no pudo cerrar en el pasado. “Es un Sherlock mayor, de 93 años, que mira hacia atrás, hace recuento de su vida y resuelve un caso pendiente del pasado, aunque en realidad es una película sobre cómo envejecer”. ¿Busca ahora McKellen personajes cercanos a su circunstancia vital? “No. Tenés que ser capaz de sentir empatía por cualquier personaje, si no es imposible ser un intérprete. Cuando un personaje está bien construido, siempre hay un porqué para todas sus acciones. Eso, unido a tus experiencias personales y a tu capacidad de imaginar, te lleva a ser un buen actor”.
*Desde Londres.