El azar jugó el primer partido de Brasil 2014 a favor de Argentina, que tendrá rivales accesibles en el Grupo F y se cruzaría con el local no antes de las semifinales.
Juan Carlos Crespi junta los dedos índice y mayor de la mano derecha y se los apoya repetidamente sobre el hombro izquierdo; hace la marca del jefe, del peso de la ley. Un gesto callejero que el dirigente argentino replica en la carpa montada en Costa do Sauipe, luego de completarse la lista de rivales argentinos. Acaba de salir Bosnia, quizás el rival europeo más débil, y la sensación de zona liberada se transmite en la canchereada; antes habían tocado Nigeria e Irán. No es todo. Mientras envuelve el ambiente con una impronta sugestiva, el vicepresidente segundo de Boca tira besos al aire. O hacia el lado donde está Julio Grondona, ubicado junto a Pelé, dos figuras de la FIFA. Crespi es ahora la cara argentina. Por un rato, la patria no es Messi. El canoso hombre de traje hace apología de la suerte o la cintura política. El Grupo F también es parte del festejo. Una letra que le ofrece a la Selección argentina una ruta cercana: los primeros tres partidos los jugará en Río de Janeiro, Belo Horizonte (ahí se alojará Argentina, en el complejo de Atlético Mineiro) y Porto Alegre. Por eso también Alejandro Sabella señala a Crespi. Y le da la mano a Luis Segura, el otro dirigente que lo ladea. El entrenador sonríe, aunque casi nunca sonría. Entre las comisuras de sus labios se evidencia el conformismo. “Ha sido un sorteo positivo”, reconocerá después Sabella, cuando ya no haya misterio por develar. O sí. Detrás quedan la sombra de la imagen de Crespi y esa seña elocuente de la chapa del jefe, como quien sabe que Argentina hizo un gol antes de jugar.
Las glorias. Geoff Hurst saca una bolilla con más oxígeno: Bosnia es la selección europea que le entrega a la Argentina la sensación de no competir en el grupo contra ningún candidato. Hurst es el del gol fantasma en el Mundial de 1966, además de otros dos goles convertidos en aquella final contra Alemania. Hurst es inglés. Y Hurst, ahora, es el de la mano de Dios: pone a Argentina a salvo de riesgos mayores. También es uno de los representantes de los países campeones del mundo. Argentina tiene a Mario Kempes; Brasil, a Cafú; Alemania, a Lothar Matthäus; Francia, a Zinedine Zidane; España, a Fernando Hierro; Italia, a Fabio Cannavaro. Y Uruguay, a Alcides Ghiggia. El único sobreviviente de los que disputaron la final del Mundial 50 es la historia viva del Maracanazo. El hombre del bastón está delante de un copón. Y da la nota. Ghiggia tiene que sacar una bolilla B, pero mete la mano en una A. La corrección despierta sonrisas tiernas y no silencio atroz, como cuando marcó el gol que por entonces enmudeció al estadio más grande del mundo. Ghiggia es el toque de humanidad que rompe con un protocolo minuciosamente orquestado. Un señor de 85 años, frágil, incapaz con su cáscara de levantar sospechas entre los más chicos. Ningún brasileño menor de edad podría creer los relatos de sus bisabuelos; ese cuerpo desvencijado no puede ser el que alguna vez puso de rodillas al gigante Brasil. Ni tampoco pudo ser éste que, nuevamente, llama la atención del mundo: el ex delantero agarra una bolilla y se le escapa tantos metros que no podrá levantarla. No importa. Ghiggia ya no hace llorar a nadie.
O mais grande. “Creo que Brasil va a jugar la final”, dice Pelé. Dilma Rousseff también confía en el equipo “con nuevos cracks”. La presidenta del país anfitrión le tira un centro a Pelé, que cuenta que no olvida cómo lloraba su padre luego de que Brasil perdiera la final del ‘50. “No quiero que mis hijos me vean llorar a mí”, advierte O Rei. Sin embargo, las amenazas veladas se licúan entre videos que muestran la tierra del café, la samba, Olodum, la playa, el futebol, el ritmo. Y aparece Fuleco, la mascota, con dos símbolos locales: Bebeto, campeón del mundo en 1994, y Marta, la mejor jugadora del mundo. Los tres simularon festejar mientras hamacaban los brazos, como aquella postal del Mundial de Estados Unidos en la que el delantero que había sido padre celebraba junto con Romario. Chapulín no se sumó a la fiesta de ayer. Actualmente diputado, es uno de los críticos más sagaces de un mundial cuestionado por los sobredimensionados presupuestos.
Para saber si Pelé tiene razón, faltan nada más que 218 días. En su eventual recorrido hacia la final, Brasil no se cruzará con Argentina, si es que las dos selecciones ganan sus grupos. Unos minutos después del sorteo, Sabella y Luiz Felipe Scolari miraban juntos la llave y sonreían. A los enemigos íntimos se los notaba confiados. Como si el gesto de Crespi encerrara tranquilidad no sólo para la tierra de Messi y Maradona.