Si ganaba quedaba segundo, a un punto del líder, Estudiantes. Pero Bauza puso mayoría de suplentes y el equipo empató sin goles contra Newell’s. Así, no se pudo subir al tren de arriba.
Ataque y ataque, a ver quién acertaba el último pase, quién encontraba el gol necesario. La certeza de la inutilidad del empate entregó un final abierto, con los dos equipos yendo y viniendo a toda velocidad, urgidos por la necesidad. Sin alguien prendió la tele en ese tramo, se habrá quedado con la idea de que se había perdido algo muy bueno. Falso, su Señoría. Esa foto fue un espejismo, la cara amable de un partido tibiecito. Un empate justo.
Plan A. San Lorenzo salió a jugar el partido que podía subirlo al tren de los que pelean la punta con un equipo remendado. Una elección respetable de Bauza, que mira más la Libertadores, pero también discutible. Cuando se juntan tantos apellidos desacostumbrados a convivir en la cancha, lo lógico es lo que sucedió en buena parte de la noche. El Ciclón fue, en el primer tiempo, una colección de voluntades dispersas; el debutante Facundo Quignon en el eje central, a la par de Kalinski, veía cómo lo desbordaban los volantes y laterales de Newell’s, un equipo con el libreto bien aprendido. Arriba, Blandi y Matos esperaban por un pase que nunca llegaba.
Los rosarinos eran prolijos desde la salida, una marca en el orillo heredada de la gestión de Tata Martino. Banega, lejos del mejor nivel que se le conoce, intentaba manejar la transición defensa-ataque, pero todo lo bueno que hacía Newell’s en su cancha se desdibujaba cuando debía pisar el área de Alvarez. El control, eso sí, siempre era del equipo de Lunari. Pero sin profundidad, la posesión de pelota termina siendo un dato sin valor específico.
El cambio. No iban 15 minutos del segundo tiempo cuando Bauza decidió jugar sus fichas: Piatti y Correa a la cancha, a intentar que alguien le diera continuidad a la buena salida de pelota que aseguraba Quignon. El chico fue de menos a más: confiado en la destreza de su zurda, en el segundo tiempo dio un paso adelante y logró conectar mejor las líneas de su equipo. Hasta que la adrenalina del debut se instaló en sus piernas y, cansado, debió salir.
Ya sin el monopolio del uso de la pelota, Newell’s se incomodó. Poco acostumbrado a correr para atrás, el partido se hizo de ida y vuelta, aunque el que llegaba de verdad era San Lorenzo. Las diagonales de Correa empezaron a dañar a Ortiz y López; de a poco, Guzmán empezó a intervenir con sus manos para atajar y ya no con sus pies para jugar de líbero, como acostumbra. El empate, al cabo, a ninguno hacía feliz, y a intentar romperlo se dedicaron en el último tramo. En esa tarea, infructuosa al cabo, los encontró el final