Un gol de Pezzella a los 27 minutos del segundo tiempo definió un partido poco atractivo y por momentos de pierna fuerte. San Lorenzo había tenido mejores oportunidades de gol en la primera etapa.
El cartel de presentación podría haber sido el partido de los campeones. O el duelo picante entre el mejor del torneo local y la bandera argentina en el continente; San Lorenzo jugará después del Mundial una de las semifinales de la Copa Libertadores. River todavía es la foto de la goleada ante Quilmes; apenas hace una semana jugó el partido perfecto.
También podría haber sido el pan de los hambrientos que esperan el arranque de Brasil 2014 como plato principal. Cualquier etiqueta le quedó grande al partido en extinción; anoche se jugó la última final entre los campeoncitos argentinos. Lo que viene serán campeones enteros, sin cruces fríos y neutrales para refrendar vueltas olímpicas.
De todos modos, contra estos argumentos chiquitos, a los hinchas les importa ganar. Son tiempos de masticar poco y escupir mucho. Hay que escupirle la cargada al rival. Y en esa dinámica de ganadores y perdedores, el fútbol argentino inventa globos para repartir. Por más que se sepa que adentro sólo hay aire.
Palo y a la bolsa. Si no hubiese pateado desde fuera del área, el partido de River del primer tiempo hubiese sido una maqueta de entrenamiento. A las pisadas marca registrada de Lobo Ledesma no le seguían ni el primer pase del ataque ni una apertura para lanzar a los laterales. Cavenaghi no era el imán de las jugadas y Lanzini no abría surcos con ese estilo tan Manu Ginóbili cuando ataca el aro.
River jugaba como encerrado en una habitación. Cuando salió de ese formato fue con tiros desde afuera: Villalva tomó una pelota muerta de Buffarini y su remate salió apenas desviado. Como fotocopias, también probaron Lanzini y Vangioni.
Recién puso los pies en el área de San Lorenzo con un centro de Rojas que no logró conectar Gio Simeone. En el nombre del padre, el delantero ridimió el día de un apellido que se había manchado unas horas antes. El hijo del DT del Atlético de Madrid encendió a un equipo hasta entonces apático y hasta provocó la falta que derivó en el gol de Pezzella: un cabezazo enaltecido por un movimiento exacto de su cuello. Fue el gol que no debió ser. El defensor reemplazó al lesionado Maidana; desde los 22 minutos River jugaba sin sus centrales titulares –Balanta no jugó por estar con la Selección Colombia.
San Lorenzo no reaccionó después del mazazo. La velocidad de Correa apenas electrificó en algún momento del primer tiempo y Romagnoli, el conductor, se fue apagando como una vela. Cauteruccio todavía está en proceso de volver y sus escasos minutos en cancha tras la lesión no le dan aún entidad de jugador desesquilibrante. Sin salvavidas, San Lorenzo no fue el equipo compacto de la Libertadores.
River pasó de las sombras de hace unos meses a ganar el torneo local y anoche la Supercopa argentina. Y festejó, por supuesto. Aunque no pueda bordar la estrellita en la camiseta.