Desde que renovó en 2010, el crack generó más ruido que fútbol: sólo jugó la mitad de los partidos y los resultados del equipo con o sin él fueron semejantes.
Riquelme está partido al medio. No, no se trata de una nueva lesión. Tampoco de que un equipo haya comprado el 50% del pase. Lo que ocurre con Román en realidad es que rinde la mitad. No, no se trata de una cuestión cualitativa: sería absurdo calificar con precisión matemática el rendimiento de Román dentro de una cancha. Lo que expone al enganche de Boca son datos concretos, puntuales, cifras que no admiten debate alguno. La primera: desde que volvió al Xeneize en el invierno de 2010, Riquelme sólo jugó la mitad de los partidos. Otra: en los encuentros que disputó, el equipo sacó los mismos puntos que cuando no estuvo. Los últimos tres años de Riquelme, entonces, se podrían graficar en dos mitades exactas. Un ídolo al 50%.
La última lesión que marginó a Riquelme fue una distensión en el gemelo izquierdo, que sufrió durante el partido que Boca perdió con Estudiantes, hace casi un mes. Ese domingo en el estadio Ciudad de La Plata el enganche tuvo que salir, y fue reemplazado por Emmanuel Gigliotti. Amagó con volver las fechas siguientes, contra Vélez y Olimpo, pero al final prefirió apostar por la recuperación. El propio Carlos Bianchi dijo ayer después del entrenamiento que no pensaba arriesgarlo si físicamente no estaba al 100%. El técnico reconoció incluso que el propio Román evaluará el momento de su regreso: “El decidirá cuándo jugar, una vez que se sienta bien”.
Está claro que Riquelme es el jugador más importante de la historia de Boca. Pero está claro, también, que a pesar de que las presencias dentro del campo de juego son cada vez más esporádicas, la tendencia no limita las atribuciones que se toma. Aunque sale con la azul y oro cada vez menos, el diez sigue decidiendo por él y por los demás. Las idas de Walter Erviti y Santiago Silva durante el último receso, por ejemplo, tuvieron que ver con el desacuerdo de ambos con la forma en que Román se maneja y maneja. Antes había expuesto su mala relación con Julio Falcioni, y la lista sigue. Hay compañeros que no toleran los privilegios. La mayoría calla. Algunos lo dicen.
Emiliano Albín, cuando quedó fuera del plantel en julio pasado, explicó en una radio uruguaya: “En Boca hay muchos referentes, jugadores de peso, y eso provoca divisiones. La llegada de Riquelme no fue para mejor. Riquelme, en Boca, decide. Porque tiene mucho peso en el club y ganó todo. Los egos en el vestuario de Boca son muy grandes. En Peñarol, los referentes ordenan la casa. En Boca no pasa lo mismo”.
Con la llegada de Fernando Gago los hinchas se entusiasmaron con la posibilidad de ver juntos a dos jugadores talentosos, de esos que tratan bien a la pelota. Un cruce excitante. Sobre todo porque podría resolver muchas de las deficiencias que expone esta versión desmejorada de Boca. Pero, hasta ahora, la reunión de estrellas no ha sido posible. La ausencia de Román en las últimas tres fechas del Torneo Inicial evitó el ansiado encuentro. Para peor, la fecha pasada contra Racing el volante central jugó un partido bárbaro, y hasta se retiró de la Bombonera en medio de una ovación. Fue una sola fecha y contra un rival débil desde lo futbolístico y desde lo anímico, pero lo cierto es que Boca pasó por encima a Racing, ganó bien y jugó lindo, todo con Riquelme sentado en la platea.
La lista de dolencias que Román padeció en los últimos tres años es interminable: fascitis plantar, desgarros, contracturas y demás achaques. Desde su retorno en 2010, su nombre estuvo más vinculado a las lesiones o a las internas grupales que a cuestiones futbolísticas. El tema de cada semana era si se había recuperado, si estaba para volver, si se había entrenado con normalidad o si se había resentido de aquel problemita físico. El alejamiento por seis meses tras la frustración de la Libertadores 2012 fue lo único que cambió el foco de las noticias. Después, lo habitual.
Riquelme, como siempre inmune a las balas, sigue con su ritmo: juega la mitad de los partidos, toma decisiones dirigenciales, saca provecho de las concesiones que le ofrece el club y factura un millón de dólares por año.
Mientras el ídolo se hamaca entre presencias y ausencias, mientras regula el clima del vestuario, queda para el debate si es indispensable o si Boca está en condiciones de prescindir de su magia intermitente.