A esta altura, cuando se han puesto en tela de juicio y se discuten los monopolios del rubro que sea, creer que de verdad una sola medición de audiencia expresa el gusto popular es tomarnos a todos de ingenuos. A los profesionales y al público en su totalidad. Los contenidos están pasando un momento crítico porque la inversión en ellos es paup
A esta altura, cuando se han puesto en tela de juicio y se discuten los monopolios del rubro que sea, creer que de verdad una sola medición de audiencia expresa el gusto popular es tomarnos a todos de ingenuos. A los profesionales y al público en su totalidad. Los contenidos están pasando un momento crítico porque la inversión en ellos es paupérrima. Y la inversión que sobrevive lucha a brazo partido para conservar su lugar con el esfuerzo de todas las áreas que participan de los procesos de producción de un programa de televisión. Así y todo, ¿todavía hay que soportar que una sola empresa dictamine la suerte o la caída de un programa? Si hubiera varias peleando por su credibilidad, al estilo de las encuestas políticas, vaya y pase. El sistema está perimido y no contempla la realidad de miles de espectadores que cambiaron su costumbre de mirar TV, precisamente porque los contenidos se vinieron abajo, y entonces buscaron su propia manera de mirar la tele. Las causas ya se han revisado varias veces: la brújula no la tiene nadie y se hace lo que se puede. Las ficciones han dejado de ser historias a largo plazo para convertirse en festivales de situaciones. Esto significa que si prende un personaje o una línea de historia, se explota y se alarga, y lo que no gusta tanto va quedando atrás. Señores papis y Viudas e hijos del rock & roll se preocupan y se destacan porque cuentan historias con personajes entrañables, con sus virtudes y sus miserias. Se nota la profesión de sus autores, sus preocupaciones, sus búsquedas estéticas, sus recursos. Algunas miniseries fomentadas por el Incaa o por el CIN, que llegan a duras penas a los canales de aire, también valen la pena. Luego, la nada. La ausencia de buenas historias nos está dejando a la intemperie, y nos está por dejar huérfanos de referentes si no reaccionamos a tiempo. ¿Quiénes? Los que deciden. Porque los autores estamos cargados de buenas historias para contar, sean del estilo, género y formato que busquen. Desde La Usina de Migré estamos avanzando con la realización de proyectos que buscan pantalla y que varían en sus diversidades explícitas. Y las mayores demandas aparecen desde canales extranjeros. Lo que se ve en pantallas hermanas también es un interesante muestreo que buscan superar Avenida Brasil, Pablo Escobar, Metástasis o Sr. Avila. Los que manejan este negocio insisten en que la torta publicitaria no alcanza y que los precios de la producción están por las nubes, pero la decisión de producir debe superar esa coyuntura porque es imperiosa la necesidad de salir a vender latas, y libros.
¿Cómo se puede revertir esta desolación que sienten algunos productores que sí quieren invertir más pero también –lógicamente– buscan recuperar no sólo los costos sino ganar? Sincerando lo que está ocurriendo y armando una mesa de trabajo entre los sectores involucrados. La cámara de productores grandes, la de los chicos, los autores, los distribuidores, los directores, los técnicos, los actores. Enormes jugadores que mantienen con grandes esfuerzos una televisión que no uniforme, sino que diversifique. Sería auspicioso arribar a un proyecto de promoción industrial que proteja y garantice la continuidad de ficción para que, tras todo el esfuerzo realizado estos años por los jugadores más vulnerables de este mercado, se pueda continuar desarrollando productos distintivos. Los puestos de trabajo que se generan son muchos, y se pueden agrandar aun más.
Y, sobre todo, la identidad cultural que le da a la televisión la diversidad de temas y miradas luego perdura en el tiempo y en las generaciones venideras.
*Autor de televisión.