A Bastía le da bronca. Patea el cartel y junta las manos, como si estuviese en misa. Acaba de hacer de zurda lo que, incluso, le cuesta con la derecha. No grita, tiene bronca. Para una foto no habría diferencia: tiene puesta la camiseta de Racing; o los colores de Racing. Como un embrujo, Bastía se convierte en el verdugo del equipo menos pensado. El jugador se sabe la metáfora perversa. Es un símbolo del Racing campeón de 2001. Bastía no grita porque en ese momento es el padre de la desgracia ajena. Una que siente como propia.
Palo y palo. El equipo que había perdido su norte escucha el grito que llega desde el costado. Racing nació de nuevo tras el triunfo en la fecha pasada ante Belgrano, que además le permitió no perder a su padre espiritual. Mostaza Merlo tranquiliza a los pibes y trata de convencer a sus dirigidos de que el control de Rafaela no es una preocupación: “Estamos bien”, dice repetidamente. Merlo es la estatua, el papá del paso a pasoy la voz semi ahogada que decide no retar a los pibes. El entrenador le pide calma a un Racing tranquilo. Por momentos, pasivo.
Cuando el partido aún era una incógnita, el visitane puso el grito en una jugada bien elaborada. De Paul fue el principio y final del cuento. El desarrollo, Vietto y Cerro. La definición del volante fue por detrás, llegando por sorpresa luego de que la pelota se desviara en la defensa de Rafaela.
Si las alegrías son efímeras, en Racing duran un suspiro. Rafaela empató con su sello. Su marca registrada es el juego de bandas: construye por un lado, distrae por otro y el gol es aleatorio. El centro desde la izquierda lo bajó Federico González; Albertengo, ya sin máscara, lavó la cara de la derrota.
Entereza. Racing no perdió la calma, pero se diluyó en su falta de profundidad. Vietto se pareció un poco a aquel rapidito que tenía dinamita en sus pies. Se movió bien y tuvo sus chances –le anularon un gol, tras remate de Hauche en el palo– aunque parecía que su noche se perdía en el anonimato. Cuando convirtió el empate, ya tenía socio: el colombiano Roger Martínez le había dado aire a Racing y ayuda a Vietto.
Cerro fue el eje que equilibró a la Academia. El volante fue criterioso y aportó en ataque. Cerca del final provocó un penal que obvió el árbitro Delfino. Aunque no es su responsabilidad, Cerro pisó el área y fue derribado por el arquero Conde.
A esa altura, Racing tenía el gusto dulce del empate pero no se resignaba al triunfo. Todavía por el fondo de la tabla, el equipo de Merlo busca encontrar su camino. Los síntomas de recuperación comienzan a evidenciarse. Al final, Bastía tuvo un último remate. Ya Racing desconcía a cualquier padre de una derrota.