Quiero ser pan, ¿se puede?

p2-1 22-6-14Por monseñor Jorge Eduardo Lozano

Cuando era chico, una de las tareas hogareñas en las que me gustaba colaborar era hacer compras. Pero lo que más, más disfrutaba era ir a la panadería los domingos en invierno. Abrir la puerta y sentir el aire tibio, el aroma a pan recién sacadito del horno, la cordialidad de vendedores y vecinos en el diálogo, el saludo, las preguntas: «¿el pan lo quiere para `sanguchitos’ o para mojar en la salsa?». Tal vez mi recuerdo esté un poco cargado de ilusión. Pero no tanto. Volvía a casa con la sensación de haber sido beneficiado con algunos pancitos de más, que llamábamos «la yapa». En el camino no podía vencer la tentación de comer alguna puntita tostada de más y que crujía al tomarla. Siempre me pareció una maravilla que Jesús quisiera quedarse entre nosotros transformando un poco de pan y de vino en su cuerpo y su sangre. Es alimento para el camino, fortaleza en la debilidad. En Él encontramos plenitud serena de los anhelos más profundos del corazón.

 

En el Documento Conclusivo de la Asamblea de Obispos de América Latina y El Caribe en Aparecida se dice que la Buena Noticia de Jesucristo «abraza todas las dimensiones de la existencia, todas las personas, todos los ambientes de la convivencia y todos los pueblos. Nada de lo humano le puede resultar extraño. La Iglesia sabe, por revelación de Dios y por la experiencia humana de la fe, que Jesucristo es la respuesta total, sobreabundante y satisfactoria a las preguntas humanas sobre la verdad, el sentido de la vida y de la realidad, la felicidad, la justicia y la belleza. Son las inquietudes que están arraigadas en el corazón de toda persona y que laten en lo más humano de la cultura de los pueblos. Por eso, todo signo auténtico de verdad, bien y belleza en la aventura humana viene de Dios y clama por Dios». (DA 380) En la Iglesia tenemos este tesoro de la fe para compartirlo. Estamos llamados para llevar adelante el mandato de Cristo a los apóstoles: «Denles ustedes de comer» (Mc. 6, 37). La vocación de la Iglesia es ofrecer este alimento de salvación a nuestros hermanos. No somos depósitos para guardar celosamente los comestibles, sino sus dispensadores, facilitadores del encuentro de Jesús vivo con su Pueblo.

 

En el evangelio de San Juan que se proclama hoy en las misas, Jesús dice: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». (Jn 6, 51) Él se entrega por amor para la vida de todos, no de un pequeño grupo de selectos. Celebramos hoy la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que antes en latín se le llamabaCorpus Christi. Esta conmemoración nos ayuda a crecer en la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, presente en «Cuerpo, Alma y Divinidad». Como decimos en este tiempo de mundial de fútbol, «paremos un poco la pelota». ¿De verdad creemos esto? ¡Claro que sí! Es el mismo Jesús que quiso quedarse como alimento en el pan y vino consagrados en su Cuerpo y Sangre. Y también nos invita a nosotros a transformar la vida en alimento para los demás. Por eso cantamos en algunas misas «quiero ser pan/para el hambre ser el pan/ de mi pueblo y construir/el escándalo de compartir». Esto implica hacer que mi vida sea un don, un regalo, no solamente para mí, sino también para los demás.

 

El domingo pasado leíamos en el evangelio: «Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3, 16). Hoy Dios sigue amando al mundo y nos envía a nosotros, sus hijos queridos, para que el mundo tenga su Vida. Seamos alimento para el hambre de esperanza. El lunes pasado se conoció la decisión de la Corte de Justicia de EE.UU. de no hacer lugar al reclamo de nuestro País por una parte de la deuda externa que no había entrado en las negociaciones anteriores. Aún se están evaluando las consecuencias que traerá para nuestro país. Como cuestión de principios debemos recordar que el capital económico debe estar orientado a generar puestos de trabajo dignos y a la producción, y no a la especulación financiera. En estos días ante los participantes de una reunión internacional en Roma, Francisco dio un discurso que nos viene muy bien para aclararnos las ideas: `’Es importante que la ética reencuentre su espacio en las finanzas y que los mercados se pongan al servicio de los intereses de los pueblos y del bien común de la humanidad.

 

No podemos tolerar más que los mercados financieros gobiernen las suertes de los pueblos en vez de satisfacer sus necesidades o que unos pocos prosperen recurriendo a la especulación financiera mientras muchos padecen las consecuencias (…) Es urgente que los gobiernos del mundo entero se comprometan a poner a punto un marco internacional capaz de fomentar el mercado de la inversión con alta repercusión social, para poder contrarrestar así la economía de la exclusión y del descarte». La visibilización de la ética en la vida económica y en las relaciones entre países junto con su aplicación a los casos concretos son fuente de luz ante circunstanciales controversias o disputas puntuales. La ética: una dama de valor, que es bueno que invitemos a nuestros actos individuales y comunitarios, antes, durante y después de realizarlos.