Argentina aun no tiene una figura joven que se proyecte como top ten mundial. En 2018, la bandera seguira siendo messi.
Argentina se ha dedicado históricamente a producir jugadores. En el Mundial se vio el resultado de dos procesos de juveniles exitosos: ocho de los 23 convocados por Alejandro Sabella fueron parte de los combinados que salieron campeones en los sub 20 de Holanda 2005 y Canadá 2007. Son jóvenes nacidos entre los años ’85 y el ’88 cuyas edades en Brasil rondaron los 25 y 29 años, el pico de rendimiento de un futbolista. Fue una camada muy fructífera que aportó, en total, 13 hombres al seleccionado en Brasil.
La mayoría de ellos, en Rusia 2018, estará en otra etapa de su carrera. Es auspicioso creer que sus niveles se sostendrán durante estos cuatro años. Algunos readaptarán su juego. Pero Argentina debe pensar en el recambio. Las luces apuntan a los nacidos entre los años ’89 y ’92. Sabella prescindió de ellos en Brasil: Marcos Rojo (’90) y Federico Fernández (’89) fueron los únicos convocados de dicha camada. Sin embargo, esos seleccionados juveniles, a diferencia de los anteriores, cosecharon un fracaso rotundo y un Mundial aceptable: la ’89-’90 no se clasificó al torneo más importante de la categoría y la ’91-’92 se quedó eliminada en cuartos de final del Mundial que se desarrolló en Colombia.
Walter Perazzo conoce bien a esos chicos. Fue ayudante de campo en el proceso que encabezó Sergio Batista y asumió toda la responsabilidad a fines de 2010, cuando el Checho subió a la mayor. Piensa que “en las juveniles no se debe medir exclusivamente el resultado deportivo, sino todo el proceso”. El actual técnico de Olimpo cree que ninguno de los juveniles que dirigió viajó a Brasil porque en la Selección “hay muy buenos jugadores de mitad de cancha para arriba: se dio que muchos de una misma generación tengan el rótulo de cracks”. Su panorama es alentador: “Argentina posee nivel para hacer un buen recambio. Hay chicos que tienen que madurar”, dice.
Perazzo agrega que “varios de ellos, en Europa, se cotizan bien”. De los 42 futbolistas que formaron parte de aquellas dos selecciones, ocho están bien ubicados en el Viejo Continente: Lamela, Iturbe, Roberto Pereyra y Salvio son algunos. El problema viene con los otros. Nueve flotan en clubes de segundo o tercer nivel de Europa, o juegan en ligas de segundo nivel, como Brasil y México. Diez cayeron en categorías de ascenso o países exóticos. Son 13 quienes sobreviven en la Primera División del fútbol argentino. Y sólo tres mantienen continuidad: Nicolás Tagliafico en Banfield, Diego Rodríguez en Independiente y Hugo Nervo en Arsenal. Del resto, nada.
Ahí, otro problema. El fútbol argentino no logra retener a sus piezas clave cuando pasan los 22 años. Especialmente a quienes destilan calidad. De los planteles de los cinco grandes más Vélez, el 22% nació entre 1989 y 1992, y sólo el 8% son piezas importantes en sus equipos: Cristian Erbes, Germán Pezzella, Ramiro Funes Mori, Emanuel Insúa, Matías Pisano, Emmanuel Mas, Fabricio Fontanini. Perazzo diagnostica: “Se van muy rápido”. Fernando Kuyumchoglu aporta: “Cuando la prioridad es llevarlos a jugar a Europa, se hace muy difícil competir”.
Patrones del mal. Los representantes, ese mundo aparte. Kuyumchoglu sabe del tema. Entre 2008 y 2013 dirigió la sexta división de River, hoy coordina las inferiores de San Lorenzo. “Los clubes sacan jugadores y los venden inmediatamente para saldar su economía. Y esa plata no baja: pocas instituciones invierten en las juveniles”, explica. También pone el foco en la figura del representante: “Bajan una línea diferente a la nuestra. Cambiaron los valores, incentivan a los chicos a irse. Nosotros luchamos contra eso”, cuenta.
La figura del apoderado en el fútbol juvenil llegó hace menos de diez años. Jorge Griffa la identificó hace tiempo. Trabajó durante más de cuarenta años en dicha área y hoy da cursos para capacitar formadores. Los ojos que descubrieron a Gabriel Batistuta –entre docenas de figuras– ven una crisis social: “El chico juega por lo económico, para salvar a su familia. Ya no lo hacen por la camiseta: cargan con otras obligaciones. El representante lo aconseja. Y no siempre lo hace bien”.
Nuevos apellidos. A pesar de las dificultades en la formación y preservación de los “distintos”, los tres vislumbran un buen porvenir. La transición será clave. Algunos apellidos comenzarán a aparecer gradualmente en las listas de convocados que haga Sabella –o su hipotético sucesor–. Griffa cree que “son ciclos”. Los mayores, según el descubridor de Maxi Rodríguez, asumirán un rol preponderante: “Ellos integrarán a los jóvenes y los ayudarán a cargar con la responsabilidad de la selección mayor”. El coordinador de San Lorenzo piensa que los chicos deberán adaptarse a la investidura de la camiseta: “No todos logran demostrar con Argentina el nivel de todos los fines de semana”. Y se anima a ponerle nombres propios al futuro: “Rulli; Kranevitter, que es un 5 como Mascherano; Lanzini; Correa; Musacchio”. Perazzo también pone sus fichas: “Bruno Zuculini y Germán Pezzella tienen perfil de selección”.
Ciertos chicos, como Icardi, deben seguir su etapa de leudado. Lo importante, manifiesta Kuyumchoglu, “es sostenerse”. Les esperan cuatro años para amoldarse a la responsabilidad de continuar un proyecto que acaba de ser subcampeón del mundo. Cuatro años para desplegar todo su potencial.
El ultimo fracaso
La última selección sub 20 se juntó en 2013 bajo la dirección técnica de Marcelo Trobbiani para jugar el Sudamericano que se desarrolló en Mendoza. No había un jugador superlativo ni una idea clara de equipo. Se quedó afuera en primera ronda. Perdió contra Chile y Paraguay, empató con Bolivia y le ganó a Colombia. “Faltó compañerismo y solidaridad”, dijo Manuel Lanzini apenas concluyó el torneo.
Aquel grupo de chicos dejó poco. El propio Lanzini, Matías Kranevitter, Juan Iturbe, Luciano Vietto y Lucas Romero son apellidos con potencial de selección. Otros, como Alan Ruiz, Melano y Centurión fueron apariciones explosivas que se apagaron con el paso del tiempo y probablemente devengan buenos jugadores sin nivel de selección. Agustín Allione se fue a Brasil, en un camino alternativo cuyo desenlace es incierto. Y varios de ellos todavía no cuentan 15 partidos en Primera. Parece una generación de pocos frutos, una camada con poco trabajo.
En enero de 2015, en Uruguay, un nuevo puñado de chicos deberá borrar el último recuerdo, el último fracaso.