Como muchas otras instituciones que trazaron el destino de la ciudad, el Colegio del Uruguay -que este año celebrará el 175° aniversario de su fundación- fue el ámbito que recibió la primera muestra sobre Malvinas, organizada por un grupo de ex combatientes uruguayenses. La oportuna idea encarnó en el plan que ellos imaginaban en aquel momento.
Armando Scévola, uno de los promotores del Centro de Ex Conscriptos Combatientes de Malvinas de Entre Ríos, cuenta que “el proyecto nació a través de nuestro Centro, que está unido a dos centros más, uno de Paraná y otro de Concordia, que integran la Confederación. Y aunque en principio el mismo había quedado trunco, un muchacho -conocido nuestro- de apellido Rondoni, nos propone hacer una muestra fotográfica”.
Era 2007. Con mucha dedicación, alentados por un propósito de enorme significación, y con la decidida ayuda de otros protagonistas de la contienda bélica y de periodistas -algunos extranjeros- se logró juntar material suficiente para organizar la presentación, no sin pocos inconvenientes. La tarea demandó todo tipo de esfuerzos para ofrecer un registro adecuado, porque el material reunido llegaba en formatos tecnológicos propios de la época. Y las fotos, ampliadas en tamaño 30 por 40 e impresas de modo muy artesanal, fueron montadas sobre cartones que las tiendas habitualmente descartan.
Con la aprobación del entonces rector de “El Histórico”, Prof. Eduardo Giqueaux, la exposición finalmente se inauguró. Su recepción fue muy favorable entre el público asistente, mayoritariamente integrado por vecinos de la ciudad.
Sobre aquellos días Scévola recuerda que “la armamos sin pretender ofender a nadie. No se trataba de desmerecer a nadie, sino darle el lugar que le correspondía a cada veterano de guerra, estuviera vivo o muerto”, antes de agregar que “hay muchas cosas que no vale la pena contar, porque no suman a la hora de comprender lo que fue Malvinas”.
Y allí estuvieron formalizando la propuesta Aníbal Díaz, Rosendo Torres, Ricardo Lucero, Ulises Monzón, Eduardo Parada, Andrés Akrich, el propio Armando Scévola y Viviana Benítez, hermana del cabo Julio Omar Benítez, fallecido durante la guerra a bordo del guardacostas “Iguazú”. Serían los mismos nombres que darían vida a la actual Sala “Daniel Francisco Sírtori”, creada con el espíritu de mantener viva la idea de Malvinas y, muy especialmente, de lo sucedido allí hace cuarenta y dos años, sus causas y consecuencias, narrado en primera persona.
“Al intendente Marcelo Bisogn, le gustó la muestra. Le planteamos la inquietud de contar con un espacio físico para funcionar y nos envió a hablar con la directora de Cultura de entonces, Griselda Gastiasoro, que nos ofreció este lugar”, recuerda. Aunque no estaba en condiciones, un sector de la planta alta del edificio del Correo, que pocos años antes el municipio había recuperado parcialmente para su uso, pasó a ser la sede de la Sala, designada con el nombre del soldado Daniel Francisco Sírtori, a quien evoca “como un compañero de la vida, de la colimba; alguien que nunca se callaba y tenía empuje…”.
La recuperación del lugar demandó una ímproba tarea, que incluyó el desengrasado de pisos del viejo taller de reparación de máquinas y el ajuste de muchos detalles antes de su definitiva instalación. “Somos muy felices por lo que fue pasando luego. Disponer de los elementos para armar el museo fue relativamente sencillo, pero el tema era lograr que la gente y, especialmente los jóvenes, ocupen el lugar. Que vengan, nos escuchen, pregunten y se enteren”, expresa con entusiasmo.
La respuesta no se hizo esperar. Son innecesarias las estadísticas. Las visitas no tuvieron solución de continuidad. “Fue tan importante, que no nos daban los tiempos” y añade: “para dar una idea, sabemos que hay más de un giga de material del libro de visitas del período 2007-2017, y debe tenerse en cuenta que no firman todos los alumnos, sino que lo hacen únicamente los docentes”.
Haciendo un ejercicio de memoria, recrea las nueve charlas realizadas en el salón de actos de la Escuela Normal, en distintos años. Y las habituales salidas por el territorio entrerriano: “En Nogoyá estuvimos cuatro días, mañana, tarde y noche, y por la noche -que era para el público en general- había más de cuatrocientas personas”.
Mayoritariamente, es un auditorio joven el que concurre a la Sala “que se lleva mucho de lo que hablamos porque -más que nada- uno intenta hacerlos comprender que las cosas no hay que dejarlas, que hay que educarse pero ser consciente de lo que se vive y no quedarse con lo que dice internet o un profesor. Ocurre que sucedieron muchas cosas que alimentaron nuestra desconfianza de los sucesos del momento”. Y la prédica ha dado sus frutos. Hay estudiantes que regresan para agradecer el mensaje.
Con el paso de los años, la Sala se fue colmando de elementos testimoniales, donados por personas agradecidas con los ex combatientes, interesadas en difundir lo que simbolizó la guerra y que se sintetiza en una palabra: “Malvinizar”. Están las colecciones de revistas y diarios de la época y muchos recuerdos recobrados en el propio escenario de la guerra, como los puñados de turba de las trincheras, que los transporta y conecta con los territorios irredentos.
La misión de sensibilizar sobre la causa Malvinas es compartida en la cotidiana atención de la Sala con Aníbal Díaz. “Para que nadie olvide de los que dieron la vida por todos nosotros; que comprendan la situación de primera mano y no escuchando lo que pasan por la tele. Queremos que la historia de Malvinas se escriba como corresponde”.