El actor, que terminó de filmar El clan, dirigido por Pablo Trapero, asegura que nunca entenderá el 2×1 que dejó libre al secuestrador. Conforme con su carrera en cine, teatro y televisión, explica el proceso creativo que siguió para encontrar la naturaleza del personaje.
En el despacho de María Servini de Cubría se filma la nueva película de Kramer & Sigman Films (la productora de Hugo Sigman que logró el éxito de Relatos salvajes), El Deseo (la productora de Pedro Almodóvar y su hermano Agustín), Telefe, Matanza Cine, y distribuida por Fox. Es casi medianoche del último día de un canoso y, cuando se grita acción, parco Guillermo Francella en el set de El clan, la primera vez que Pablo Trapero encara de frente, con nombres reales, un suceso que sacudió a la Argentina: la familia Puccio, el clan criminal familiar de San Isidro cuya historia de secuestrados encerrados a metros de la cena hogareña (la mayoría conocidos de la familia) es uno de los casos policiales más mediáticos de la Argentina en la posdictadura. “Yo pasaba por la puerta de la casa”, dice Francella, que interpreta a Arquímedes, líder del clan, “ignorando que el mal estaba ahí, detrás de la puerta por donde pasás todos los días”. Lo dice en el despacho de Cubría, “que nos ayudó a dar con Puccio como personaje”, alguna vez jueza de la causa y que estaba en Tribunales el mismo día que Alejandro Puccio (interpretado por Peter Lanzani), alguna vez Puma, saltó desde un quinto piso al vacío (sin éxito). Francella, que horas antes y maquillado como si hubiera sufrido una golpiza, se abrazó (después de que le sacaran las esposas) fuerte con Lanzani (“No van a poder creer lo ajustado que está, su nivel de compromiso”, dice sobre su coprotagonista).
Francella sostiene que meterse en un personaje como Puccio es “complicado, sin dudas. Fue un proceso muy intenso todo lo previo, para mí fue muy útil todo el proceso de investigación que hizo Pablo Trapero. Y el uno a uno. Me dio muchos escritos, y la investigación que hizo fue vital: desde hablar con los deudos, con los amigos hasta con los jueces intervinientes en la causa, como Piotti y Servini de Cubría. El tenía una idea puntual de cómo lo íbamos a encontrar a Arquímedes. Yo aportaba lo que intuía y así construimos esta densidad”.
—¿Escuchaste la voz de Puccio mientras pedía rescate?
—Sí. Muy pesado. Su modo de hablar maquiavélico, pausado. Su voz. Aparte no hay mucho registro para aprendérselo: tengo un link en Youtube del viejito en La Pampa, en General Pico, libre… estas cosas de la Justicia. De novio, contento, murió como un viejito cualquiera…impresionante. Es una de esas cosas que jamás voy a entender en mi vida. El 2×1… jamás lo entenderé. Jamás. Por supuesto que con Pablo no intentamos clonar a una persona, sino buscar. Todas las miserias que podíamos encontrar de él. Y después éramos nosotros buscando por dónde entrarle. Muchas veces decíamos: “Lo tenemos, ya está, ya está, lo tenemos adentro. Lo tenemos del cuello”. Pablo quedaba muy contento con lo que veía en el día a día, y esa plenitud me generaba confianza.
—Caracterizado como Puccio, ¿qué pasaba cuando te veías en el espejo? ¿Qué veías de él?
—A un hipócrita, una cosa desagradable, un ambicioso con un objetivo, con una frialdad, un antagonismo entre su vida privada, donde rezaba y agradecía la comida, e iba a misa teniendo al secuestrado a metros. Su familia con una complicidad absoluta: si vos delinquís, no sé si te voy a acompañar, aunque seas mi papá. Pero ellos tenían mandatos. El trabajaba con los servicios, en la tarea de “hotelería”, y después lo hizo para cosas personales, como los secuestros de Eduardo Aulet y Emilio Naum. Tenía cierta torpeza: usaban el auto familiar para retirar los rescates. O Alejandro iba con la moto que era de él. Construirlo a Arquímedes fue mucho trabajo, un enorme grado de concentración, y de no irme nunca.
—¿Irte?
—Claro. Era todo difícil. Hasta el filmarlo en la década del 80, con ambientación, y de repente te pasaba un auto de moda. O uno en bermudas en pleno invierno. Pero hablo de la densidad del propio personaje en sí: no me creo mucho eso de los actores que se llevan esa densidad a casa.
—Pero aun así, es un personaje único en tu carrera…
—Pero eso es lo lindo: cuanto más antagónicos sean los roles que te toca interpretar, más a gusto te sentís. Puccio era un ser muy oscuro, un chacal, y eso es lo que también me sedujo. Llevo muchos días, muchas semanas trabajándolo.
—Trapero habla de que en esa historia hay también una forma de hablar sobre cierta hipocresía de la Argentina en ese momento, después de la dictadura. ¿Pensás que es así?
—Puccio trabajaba con la Triple A, con todo ese grupo bastante especial. Me parece que en este momento la mano de obra desocupada siempre estuvo y siempre está. La gente que trabajaba con él, Guillermo Fernández Laborde y Roberto Oscar Díaz, eran de esas características. Pero creo que no se vive con esa asiduidad que se veía antes el secuestro. Allá era una cosa muy rutinaria el tema del secuestro extorsivo, algo muy penoso que se vivió en la dictadura, y llegando la democracia estuvieron muy poquito en actividad los Puccio hasta que los apresan.
—¿Cómo te ves como actor hoy? ¿Te cambia este papel?
—Me siento pleno. Me siento muy a gusto con lo que me viene pasando. Es una búsqueda mía: no por cambiar nada, si por no quedarme instalado en la comodidad. Me ocurrió mucho en teatro, de hacer obras heterogéneas, de comedias musicales a trabajar con alguien que adoré, como Alfredo Alcón. Y en TV, de arrancar con comedias y que lo último que hice fue El hombre de tu vida, de Campanella. El cine, desde que empezó, se vino en mi vida con una seguidilla donde… se dan película muy antagónicas entre sí, pero con contenido que me encantó transitar. Amo la comedia, pero amo otros géneros. Si quiero hacer una comedia, la hago.
—¿Qué apareció como actor en vos en el cine que antes no estaba?
—No me apareció. Siempre supe lo que me pasaba como actor. La clave estaba en buscar y generar el proyecto, y que los directores confíen en mí. Siempre goce de mucho respeto. Pero no me convocaban con asiduidad. Ana Katz, Campanella, Cuarón, Trapero, Marcos Carnevale, Daniel Burman: estoy muy pleno por eso, por esa variedad. Tanto en el teatro, con Dos pícaros sinvergüenzas, como en el cine estoy haciendo lo que puedo hacer como actor.
—Cuentan que termina la escena filmada en “El clan” y casi que vas enseguida a verla, a hablar con Pablo Trapero. ¿Te animarías a dirigir una película vos?
—Hay que tener muy claro qué y cómo. Yo podré tener mucha noción, pero hay que ver si puedo tener la película en la cabeza. Saber qué escena ahora, cuál después, y pegarla toda y que no quede una cagada. Tal vez lo haga, pero con una historia más pequeña, más intimista, que yo pueda manejar.