El principal capítulo de una historia jamás contada. Cuál es el vínculo que unía al ex presidente de la AFA con Destéfano y Ripoll.
Edgardo Martolio
Si el suceso de un periodista se mide por la cantidad de enemigos que colecciona en su carrera, yo estoy en la cima. Cada vez sumo más ‘adversarios’, por llamarlos de manera deportiva y en contrapartida a la avalancha de insultos que me dedican cada vez que hablo (bien) del recién desaparecido Julio Humberto Grondona. Me dicen, los aún amigos, que las redes sociales racinguistas me ‘pegan’ más que nadie, especialmente quienes saben que soy hincha de la ‘Academia’. No hay perdón ni olvido para mí: lisa y llanamente y en el mejor de los casos soy un traidor de la causa (?).
No tengo cuenta ni sigo ninguna red social pero, por una cuestión racinguista –hincha al fin–, quiero responderles contando algo que pretendía guardar en la intimidad de mis fuentes: cómo y porqué Grondona resucitó a Racing y no salvó a ‘su’ Independiente… Pues, así como el tiempo le permitió demostrar que en su presidencia afista Independiente podía irse a la ‘B’ (¡Imaginen lo que dirían los irracionales de siempre si el ‘Rojo’ descendía sólo y después de su muerte!), también le dio la increíble oportunidad de salvar a Racing de su extinción. Nada menos. Dos hechos que demostraron su valor dirigencial y sus valores humanos.
El capítulo final, el que cierra esta historia, es el que comienza a escribirse el viernes 6 de julio de 1998 cuando el entonces ostentoso presidente de Racing, Daniel Lalín, a través de la abogada del club Beatriz Fabre, presenta formalmente ante la justicia nacional la quiebra de la entidad. El 13 se formaliza. Racing exhibía un vergonzoso pasivo cercano a los 62 millones de dólares, más embargos por otros 3 millones y casi 200 juicios que perdería en su mayoría. Cifras que hoy no parecen tan graves como lo eran en aquel momento, aun cuando la economía argentina todavía vivía inmersa en la fantasía bananera del ‘uno a uno’ entre peso y dólar. Comenzaba allí el epílogo de una historia mal contada: su principal capítulo jamás fue expuesto. Hasta hoy.
El calvo e histriónico Lalín sentenciaba, ese día y de ese modo, con alguna razón económico-financiera lo que jamás entendería la hinchada deportiva: que había que esfumar al club (enfermo) para refundarlo (saludable). “En Racing no hay plata ni para pagar la luz”, fueron sus palabras de aquella jornada doblemente invernal. Tres meses antes Lalín había dicho que haría lo que hizo pero, como siempre, nadie le creyó: la gente no acepta la realidad.
La causa, finalmente caratulada como ‘quiebra por insuficiencia patrimonial con continuidad de la empresa’ cayó en el juzgado 16 de La Plata, a cargo del magistrado Enrique Gorostegui, el mismo juez que había controlado las dos convocatorias de acreedores pedidas por el club. Sí, Lalín fue el hombre del ‘tiro del final’, pero la lista de responsables de esa situación hay que buscarla en la mayoría de los nombres que manejaron a la institución en las tres décadas anteriores.
La prensa, siempre aportando su granito de arena, removió los sentimientos de la hinchada colocando en duda si la ‘Academia’ continuaría jugando en Primera o no; o si sería desafiliada. La deuda era otra historia. Las masas jamás entienden que en los incendios hay que apagar lo que genera el fuego y no las llamas de los extremos que se apagarán solas. El buen abogado de aquella AFA, doctor Santiago Agricol de Bianchetti, por orden de su presidente, Julio H. Grondona, informó que nada interrumpiría la participación de Racing en los torneos, ni su localía en el mítico cilindro de Avellaneda. Pero…
Don Julio no actuaba por actuar, conocía la caja que tenía en AFA y sabía de antemano sus propios movimientos… que no comentó con nadie: él pondría la plata, de los cofres afistas, para subsanar los problemas subsecuentes del club de Mozart y Corbatta. No podía hacerlo público; los de la vecina calle Bochini, ex Cordero, lo matarían; posiblemente de modo literal.
Como sucede en estos casos –en todo el mundo y con cualquier entidad en situación semejante–, el ahogado precisa de un salvavidas que le permita continuar flotando: después renegocia su deuda. Si por lo menos el 70% de los acreedores acepta la propuesta de reducción de deuda, nunca inferior al 30% (las Leyes 24.522 y 25.563 fueron modificadas en 2002 y 2009) todos cobran menos y el deudor vuelve a respirar. El problema es no cesar las actividades, seguir operando que era lo que Racing ya no podía hacer.
“Las puertas de Racing no se van a cerrar”, me dijo, horas después, Grondona en una de las pocas comunicaciones telefónicas que mantuve con él: en ese momento yo era uno de los directores asociados del Diario Perfil, en su primera etapa. “No creas en eso que dicen de que se va a sellar con un faja de clausura la puerta de la sede; te lo garantizo, no va a pasar mientras yo esté aquí”, fueron sus palabras. Yo le preguntaba como periodista y, claro, como hincha de Racing. Le creí y así fue.
El club era un infierno. Uno de sus abogados, Norberto Outerelo, dijo aquel mismo y fatídico viernes que todos los dirigentes, junto al presidente Lalín, cesarían en sus funciones (para el presidente de la AFA era fundamental que saliese Lalín porque no le generaba ninguna confianza, como todos los advenedizos del fútbol), en tanto informó que Gorostegui designaría un síndico y un coadministrador para conducir, de allí en más, los destinos del club rival del Independiente de Grondona. Don Julio impidió que Lalín fuese ese coadministrador.
Si Grondona hubiese sido de Morón, San Isidro o Rosario, quizás Racing hubiese, efectivamente, cerrado sus puertas como alguna vez las cerró el Pro Vercelli italiano, el Sête francés o el Wanderers de Londres, grandes clubes en su época. Grondona conocía a toda la gente de Avellaneda que pasó por Racing: especialmente al controvertido dirigente racinguista que no fue ajeno a la debacle albiceleste pero luego, por su simple existencia, digamos, potenció el auxilio grondoniano: Juan Destéfano…
El síndico designado fue una mujer, Liliana Ripoll. Esos dos nombres, Destéfano y Ripoll son claves en esta historia y pueden ser las fuentes que oficialicen el episodio salvador. Claro que tres décadas antes de ese final infeliz/feliz, comenzó a escribirse el capítulo inicial de esta novela: coincidentemente cuando yo era director de la revista Racing y pasaba muchas horas en Avellaneda y en el club.
En esa primera mitad de los años setenta, Juan Destéfano además de estar metido en las entrañas de Racing lo estaba en las de la convulsionada política argentina. No por acaso en 1974, cuando el peronismo volvió al país, se convirtió en el Secretario General que manejaba todos los hilos en la gobernación bonaerense del sindicalista Victorio Calabró.
Pero la historia que nos importa es de 1973, cuando secuestraron a Humbertito Grondona, hijo de Don Julio, con 14 años en ese momento y hoy entrenador de carrera con los juveniles argentinos a su cargo. Grondona en ese preciso instante no ocupaba ningún cargo en Independiente ni había llegado, claro, a la AFA. Vivía un impasse. Solo se entretenía de sus siempre exitosos negocios personales (ya poseía algunas estaciones de servicio) con su amado Arsenal de Sarandí: era el presidente; para quién no lo sabe, lo había fundado junto a su familia, veintiséis años antes de esta circunstancia.
Humbertito estuvo secuestrado ocho días. Grondona pagó un rescate de 30 millones de pesos, difíciles de evaluar hoy porque en Argentina no sabemos lo que vale el dinero actual, pero era un monto que no cualquiera pagaba: eso demuestra claramente dos cosas, que Grondona ya tenía capital sin haber pisado la AFA y que su hijo no había sido secuestrado por error. Los ‘chorros’ sabían a quien estaban metiendo en el auto aquella mañana a la salida del entrenamiento de divisiones inferiores de Arsenal. Esos ocho días fueron, hasta la muerte de su esposa Nélida, los peores de Don Julio en toda su vida.
En la Argentina, esos años previos a la dictadura militar de ‘reorganización nacional’, fueron casi (lea bien el casi) tan desgraciados para el país como la mismísima dictadura, que nunca hubiese existido si el pueblo en masa y unánimemente como nunca antes se había visto, no la hubiese pedido a gritos hasta expulsar del poder a Isabelita, la viuda de Perón, y a su brujo personal, López Rega con su organización delictiva derechista ‘Triple A’, tan nefasta como la guerrilla de izquierda que secuestraba y mataba civiles inocentes, inclusive niños como Andrés David Kraiselburd, de 9 meses de edad, hijo del propietario del diario El Día de La Plata. En esa atmósfera Grondona temía por la vida de uno de sus tres hijos, el mayor de los dos varones.
En un momento del cautiverio de Humbertito pidieron, como parte del rescate, dos ambulancias para el Hospital Fiorito de Avellaneda… Don Julio percibió entonces que no eran bandidos comunes, que había un trasfondo político, cosa local, mano de obra guerrillera, locura sindical, maniobra peronista (Grondona siempre tuvo la punta de un pie, no más que eso, en el radicalismo que quiso hacerlo intendente de Avellaneda y sistemáticamente se negó, de modo especial en tiempos del olvidado Juan Manuel Casella).
Desesperado, como cualquier padre, llamó a su conocido barrial, Juan Destéfano, racinguista y peronista; su opuesto. Pero Juan sabía todo lo que pasaba en la región, especialmente en los trasfondos, porque allí operaba y conseguía poder desde que había sido delegado sindical de la fallida fábrica Siam (alguna vez poderosa). Y fue un gentleman. Destéfano movió sus hilos y –esta colaboración no me consta pero la alimento como a las verdades que no deben morir en el olvido–, junto al santafesino y alguna vez vicepresidente de Colón de Santa Fe, Alberto Julio Candiotti, luego agente de inteligencia del Batallón 601 de La Plata, detectó a quienes tenían en cautiverio al pibe ‘preferido’ (tal vez por su heredada pasión futbolera) de Don Julio.
Un antiguo dirigente de Racing, durante muchos años su representante en AFA, informado como pocos de la trastienda del fútbol, Oscar ‘Tacita’ o ‘Cacho’ Farioli, supo contarme que Destéfano negoció que no lo maltratasen a Humbertito, bajasen las primeras y absurdas pretensiones de rescate económico y lo liberasen lo antes posible. Al noveno día lo dejaron en una esquina con dos pesos para que se tomara el ómnibus y fuera a su casa. Grondona quedó en deuda ‘de por vida’ con Juan, desde ese instante su amigo, y –parece– con el también abogado Candiotti a quien sus pares de comisión directiva ‘sabalera’ llamaban ‘El Capitán’ por su pasado setentista, cuando era Teniente 1º en la Agrupación de Ingenieros Anfibios 601 de Santa Fe. Candiotti, como hombre de Colón, representó por muchos años al club rojinegro en la mesa del Comité Ejecutivo de la AFA y era incondicional de Grondona como, me dicen, no lo sé, Don Julio lo era a la recíproca: sería lógico si efectivamente lo ayudó a recuperar a su hijo.
Juan Destéfano, quien con su poder político y sus guardaespaldas manejó a Racing desde distintos cargos, o ninguno según las épocas, fue finalmente –sucediendo a Héctor Rinaldi–, presidente del club en 1987. Y lo fue hasta 1995 cuando se lo entregó herido a Osvaldo Otero que no supo qué hacer sino repasárselo a Lalín, tres años más tarde. Hasta que el juez Gorostegui engrosó la lista de presidentes del club con la odiosa aclaración de ‘presidente del Órgano Fiduciario’, situación que perduró hasta la Intervención del abogado Héctor García Cuerva que derivó en el gerenciamiento de quien mejor manejó a Racing en las últimas cuatro décadas: Fernando Marín (entre otras cosas le dio al club el campeonato que necesitaba para escapar de las burlas de todos).
La historia de la quiebra y sus pasos siguientes, incluyendo los movimientos de la hinchada, la misa y todo el barullo de aquellos tiempos, son conocidos por los interesados y Racing está allí, vivito y jugando, a veces ganando, pero siempre inestable en lo institucional (la quiebra fue levantada diez años más tarde: el 18 de diciembre de 2008). No quiero extenderme en esos detalles, pero hay una figura clave en esta saga que debe retomarse ahora: la síndico Liliana Ripoll, designada por el juez para manejar el club que estaba literalmente a la deriva esperando la ola fatal; síndico que por su falta de sentimientos deportivos se ganó el mote de ‘Dama de Hierro’ del fútbol argentino, comparándosela a ‘nuestra conocida’, la premier británica Margaret Tatcher.
La gente de Racing odia a Liliana Ripoll. No sólo porque parecía una mariconada que una mujer dirigiese el club, comprase sus jugadores, los vendiese, contratase entrenador y, más aún, sin ser hincha de la entidad; también la odian porque nadie entendió que ella hacía su trabajo y no debía mezclar sentimientos. Pero, principalmente, porque a poco de asumir su polémico rol, en marzo del ’99, disparó una frase un tanto apresurada aunque muy próxima de la realidad: “Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”. Lo enterró cuando aún respiraba.
Años más tarde dijo que volvería a decir lo mismo porque era la verdad: la Cámara de Apelaciones ordenó la ‘liquidación de sus bienes’, sólo que “milagrosamente, en un plazo próximo a las 72 horas, la Cámara revirtió el fallo” –según sus sugestivas palabras–, fallo que impidió que Racing comenzara el torneo Clausura 99. Más allá que ella administró pobreza para que el día a día del club siguiese funcionando y haya usado los baches que dejaba para rellenos ocasionales la Ley de Quiebras, no hubo milagro, señores. Julio Humberto Grondona depositó un millón y medio de dólares, de la caja de la AFA, cosa que le permitía su particular estilo de conducción única (gracias a Dios) y revirtió la historia. Oxigenó su existencia. “Racing no desaparecerá mientras yo esté vivo” le dijo a su esposa y compañera Nélida, cuando cortó el teléfono tras el llamado de Juan Destéfano… Una mano lava la otra.
Sin ese dinero de Grondona, Racing no hubiese llegado al gerenciamiento de Blanquiceleste. Así pudo sobrevivir apenas poniendo en garantía las sedes de Avenida Mitre y Villa del Parque, que casi fue rematada. Ni el estadio ni los jugadores tuvieron que servir de garantía. Fernando Marín, hincha de la ‘Academia’, completó la tarea hasta que algunos resultados que siempre ocurren, inclusive en el millonario Barcelona de Messi, envalentonaron nuevamente a la desorientada parcialidad que se sentía dueña de un club que casi nunca supo manejar: la historia lo demuestra, no lo digo yo; sólo hay que acompañarla. Como en la Argentina, en Racing casi siempre se vota mal.
No dejemos que esos ‘detalles’ nos distraigan del hilo conductor. Del 2001 para aquí bien sabemos lo sucedido, aunque nada de eso hubiese ocurrido si Julio Humberto Grondona no ‘destinaba’ ese millón y medio de dólares para el pulmotor racinguista; cómo eso fue asentado en los libros de contabilidad del edificio de la calle Viamonte no lo sé. Cuando la AFA lo recuperó tampoco.
El 15 de julio de 2002, con todo solucionado y el gerenciamiento en marcha, el periodista Daniel Avellaneda (Clarín), refrescando el raro proceso salvador de Racing, le formuló a Ripoll esta repregunta: ‘¿Aunque pudieran haberse manejado fuera de los caminos de la ley?’. La respuesta que recibió fue la que podía dar, por entonces, la Dama de Hierro mientras continuaba trabajando en el mismo estudio que atendió la quiebra: “Habría que preguntarles a los personajes que intervinieron. Si algo se hizo fuera de la ley, no me consta. En el hipotético caso de que así haya sido (…). Lo demás, me lo reservo”.
Reservarse esos detalles, además de ser una posición ética, le valió la amistad con Grondona que años más tarde la aproximó a la AFA, entidad donde se desempeña actualmente, entre otras labores, en el Departamento de Cultura (inclusive era la Adjunta de la Comisión de Damas que presidia la esposa de Grondona). Ripoll sabe lo que estoy diciendo. Obviamente el juez Gorostegui también y por su condición de magistrado dudo que revele la ‘mano extra’ que el entonces presidente de la AFA le dio a un club donde sus hinchas lo odian más que al propio Independiente.
Así Grondona lo rescató a Racing. Le devolvió la vida. Los hinchas de la “Academia’ le deben mucho aunque no lo sepan. Y aunque se enojen los fans de ‘su’ Independiente, al que dejó ir a la ‘B’. Como a Racing, que también descendió en su gestión. Sí, allí está el marco cero de la cuestión: deportivamente Grondona nunca se metió con ningún club porque el que se va a la ‘B’ vuelve si hace las cosas bien. Grondona los ayudaba institucionalmente porque de una desaparición no se vuelve como se vuelve del ascenso: que lo diga el mismísimo Alumni.
Independiente todavía no necesitó esa ayuda institucional que ya no podrá darle y que en breve reclamará. Racing la precisó y la tuvo como muchos otros clubes. Pero Racing de un modo concluyente y en el momento más crucial: lo resucitó. El agradecimiento de Grondona para quien salvó a su hijo, Destéfano –léase Racing– fue superior a cualquier rivalidad barrial o futbolera. Don Julio era de Independiente por su padre, el fundador de la ferretería familiar, pero él, desde que asumió en AFA, no fue de nadie, fue de todos. Tampoco era de Arsenal porque ‘él era Arsenal’. Esa es la historia. Como racinguista le digo lo que la ignorancia le niega: gracias.
IN TEMPORE: Candiotti fue detenido en mayo del año pasado en Montevideo, por Interpol: tenía la captura recomendada por figurar en el primer informe de la Conadep vinculado a la desaparición de su subordinado directo en 1977, el conscripto Roberto Daniel Suárez. Parece cierta su participación en el Centro Clandestino de Detención de la Brigada de Investigaciones de San Justo, Santa Fe, que respondía a la órbita de Ramón Camps, malvado capitán del ejército argentino en aquel olvidable momento. Supongo que se encuentra a disposición de la Justicia Argentina, no poseo más datos y además no tiene nada que ver con la quiebra y resurrección de Racing.
Juan Destéfano, en cambio, está vivo, no salió de Avellaneda y siempre tuvo una gran memoria que espero no haya perdido con la reciente paliza que recibió de los asaltantes que invadieron su casa. Los racinguistas pueden preguntarle en vez de seguir malcreyendo que Grondona ‘jugó’ en contra de la ‘Academia’.
(*) Director Perfil Brasil; creador de SóloFútbol y autor de ‘Archivo [sin] Final’.