Por Edgardo Martolio | Las diferencias que separan al portugués del argentino y por qué Ronaldo es mejor que La Pulga.
Edgardo Martolio
Cristiano Ronaldo, con el 37,66% de los votos, ganó merecidamente su tercer Balón de Oro; Messi terminó en la segunda posición con el 15,76%, casi empatado con el arquero alemán Manuel Neuer, que fue tercero con el 15,72%. Sólo felices cuatro centésimas no dejaron a Messi en el tercer lugar. Cuatro centésimas –nada– lo separaron y salvaron del papelón nacional (en una carrera de dos ser tercero es papelón…) ¿O alguien duda de que hubiese sido insoportable para el gigantesco ego de los minúsculos connacionales que se creen superiores porque Messi, Máxima y el Papa son argentinos, ver al pequeño genio clasificar tercero, atrás de Reutemann?
También hubiese sido injusto e inmerecido, porque un arquero por bueno que sea, no puede ser más que Messi. Pero que ese balde de agua fría serviría de buena lección para quienes viven del ‘porque sí’ nadie lo dude. Y peor aún para los adoradores del ‘porque es argentino’ tiene que ganar Messi. Y no, no es así. En una de esas, si lo pensamos bien, ‘porque es argentino no tiene que ganarlo’, así aprendemos –¿O solo los Pumas tienen derecho a aprender toda la vida en nuestro país? –; pero esa es otra discusión. Lo que no entendí es por qué Messi tenía expectativas de vencer (la cámara lo dejó expuesto). Sospecho que, en sus cabales, hasta su querida mamá sabía que no podía ganarlo, esta temporada, por quinta vez. Al fin, Messi también es argentino…
Cuando hace un año dije que el portugués había ganado bien su segundo Balón de Oro, quisieron lincharme en plaza pública, sólo que esa vez Cristiano venció apretado, con el 27,99 % de los votos, apenas un tres por ciento más que Messi, 24,72 %, que superó a Franck Ribéry, el tercero, por poco menos de un punto y medio: 23,36%. Tampoco le sobró tanto. Pero este año, a pesar de Messi haber tenido un buen Mundial y Cristiano un mal Mundial, el crack del Real Madrid arrolló al goleador del Barcelona. Le ganó, por muuuuucho, en todos los frentes dejando claro quién es mejor, no sólo quien fue mejor (en la temporada, que es lo que en realidad mal se vota en la FIFA).
Pasen y vean señores. Entre sus colegas, los capitanes de selecciones nacionales, Cristiano Ronaldo cosechó más del triple de votos como ‘número uno’, 99 contra 30 de Lionel… Entre los directores técnicos la diferencia fue aún mayor, Cristiano lo cuadruplicó a Messi en el voto que vale cinco puntos (los otros valen tres y uno): 88 a 19… Y, por fin, entre los periodistas, el atacante portugués le dio una paliza histórica a nuestro compatriota: 114 a 4 votos ‘número uno’. Lo más grave es que, si se observa la lista de quienes eligieron a Messi como ‘el mejor’, sólo aparecen argentinos –que no pueden ser objetivos porque la propia índole maniata esa posibilidad– o representantes de países de expresión deportiva valor cero: apenas un nigeriano y un sueco pueden rescatarse como exponentes de alguna consideración futbolística. Los demás…
Bangladesh, Barbados, Belice dos veces, Camboya, Chad, Comoras, los dos Congos, Lesoto, las Islas Cook dos veces, Curazao, Yibuti dos veces, islas Fiji, Macao, Lituania, Gabón dos veces, Guyana, Hong Kong, Jordania dos veces, Corea del Norte, Mauritania, Palestina, Panamá dos veces, Samoa, Sri Lanka, San Vicente y Granadinas dos veces, Siria dos veces, Tayikistán, Tanzania, Bután, Bolivia, Guatemala, Myanmar, Palestina, Filipinas y Turkmenistán. Y nadie más. Juro que no oculté nada ni inventé nada. Los representantes de esos países sin ninguna tradición futbolera, cuya mayoría usted no podría ubicar en un mapa, son los incondicionales admiradores de Messi, son quienes lo votaron. Si el voto fuera calificado, como proponía Juan Bautista Alberdi, el padre de la constitucionalidad ‘argenta’, Messi estaría frito…
Messi es un fenómeno. Adoro a Messi. Sin él, en el último Mundial no pasábamos a la segunda ronda. Pero Messi, admitámoslo, es inferior a Cristiano Ronaldo. No sólo lo fue en las dos últimas temporadas, es menos como un todo; le faltan algunas capacidades que su rival detenta… Hoy por hoy, indiscutiblemente, son las dos mayores estrellas del fútbol (aunque Di María sea más importante para la Argentina y, creo, también Mascherano). Ocurre que Messi es el más fabuloso definidor que nuestro país ya parió. Y eso es mucha cosa. Tanta cosa que nos confunde, nos hace ver lo que es y lo que no es; lo teñimos con colores de un arcoíris que no existe aunque, ahora mismo, lo veamos cruzando el cielo azul al cual lo consagramos como si fuera un Dios. Pero esas son entidades del amor, del amor religioso, no del fútbol. En el cielo de Cristiano no hay arcoíris, hay un satélite de alta tecnológica conectado sin interrupciones a la idea de éxito.
Cristiano Ronaldo tiene (y usa) muchos más recursos para montar su show que Messi, aunque ‘Leo’ sea el dueño de la lámpara de Aladino. Messi es un jugador de media docena de virtudes excepcional, que parecen muchas más porque intuitivamente las usa mejor que nadie, pero en la comparación, de movida, ya parte en inferioridad física, atributo que en el deporte actual, cualquiera sea, es fundamental, decisivo. Y concluye con movimientos repetitivos aunque cambie de frac en cada acto. Como Pedro Almodóvar en sus películas, Messi hace siempre lo mismo pero nos lo muestra diferente. O un personaje de Ricardo Darín, siempre tan parecido a los demás que ya interpretó y siempre tan distinto a todos.
Messi es un mago de conejos, muchos conejos, lindos conejos, los mejores conejos, que aparecen y desaparecen, pero no tiene pañuelos en su galera, es un mago sin naipes… Ahora, con sus conejos, cuando corre con la pelota atada al pie zurdo, de derecha hacia adentro, nos hace ver millares de orejas largas que él transforma en luces, alegrías, truenos, chispazos, lentejuelas, brillos y planetas de ocho órbitas. Cuando pica y frena, desborda y hechiza nos hace creer que no son conejos, que son jirafas, pirámides, fenómenos naturales, baobabs. Y, por fin, con sus goles nos hace sentir que somos su propio conejo. Todos dependemos de su magia. Tanto que, ante sus gestos, en la cancha, no vemos ni a la pelota. Sólo lo vemos a él. Ese es Messi, un genio fácil de marcar que nadie consigue marcar. Cosa de mago.
Cristiano Ronaldo tiene menos magia pero en cada acción carga un circo entero. Porque es completo. No dije ‘más completo’, dije ‘completo’. No le falta nada. Posee diez veces más recursos que nuestro rosarino. Es mucho más difícil marcarlo, porque a la velocidad que Messi también tiene y a la habilidad pura que Messi posee en dosis superior, le suma potencia, jerarquía y obsesión; curiosamente se lo marca más que a ‘Leo’. Sólo
que cuando te pasa, fuiste. Cristiano te destruye. Messi te humilla. En los entrenamientos es donde el nativo de las islas Madeira empieza a ser más que el hincha de Newell’s. Porque entrena antes, durante y después de la sesión normal. Y entrena con la intensidad de un demente. Messi sólo tiene locura en los pies.
Mientras Messi busca inspiración, Cristiano busca perfección. Esa frase define las diferencias entre uno y otro. Ronaldo ensaya hasta los cinco pasos que siempre retrocede para patear cada tiro libre. Ensaya ponerse primero en el extremo derecha de la fila cuando están todos parados, antes del partido, saludando a los rivales. Es maniático. Mira la pantalla del estadio más que al arco rival, pero siempre sabe dónde está el arco rival. Messi no se interesa mucho por la pantalla y encuentra al arco rival con la misma facilidad que a la puerta de su casa. Messi va a la ceremonia del ‘Balón de Oro’ con ropas que Ronaldo nunca se pondría. Y yo tampoco. Pero está más allá del bien y del mal. No le interesa cómo sale en la foto. Cristiano se hace una selfie y elogia al fotógrafo. Es modelo. Ambos, sin embargo, tienen personalidad. Son ellos mismos dentro y fuera de la cancha.
Los dos son goleadores, pero los goles de Messi se parecen demasiado a ellos mismos como pocas veces observé en mi vida. Ver sus goles, uno atrás del otro, es como entrar a una relojería exclusiva Rolex. Son todos maravillosos, pero son todos relojes. Y relojes y más relojes. Y con algún parentesco entre sí. Modelos casi idénticos aunque nunca iguales. Son su sello. Los goles de Cristiano Ronaldo son todos diferentes. Cuando se ven sus tantos en forma consecutiva, uno tiene la sensación de haber entrado a Tiffany en la Quinta Avenida neoyorquina. Hay joyas de todo tipo. Aunque a algunas no las usaríamos nunca, pero –como el resto de lo que se exhibe en las vitrinas– todas difieren entre sí. Son distintas. Hay más variedad y menos sello propio.
Y no importa si uno convierte más o menos goles que el otro, eso obedece a factores ajenos a su ser, como –por ejemplo– quiénes son los compañeros, cual es la estrategia del equipo, qué le pasó al rival esa tarde, si hubo más o menos suerte, al comportamiento del árbitro, al césped seco o mojado… Lo aleatorio y suplementar resuelve la estadística. Ellos están por sobre esos números. No son mortales. Son marcianos. Mucho menos comunes. Son elegidos. Pero Cristiano está más fuera de la curva que Messi, es un poco más ‘fuori serie’. Lo es por esa gama de recursos extra que lo tornan lo que nuestro compatriota no es: jugador de equipo. Su recorrido es superior al de Messi. Su esfuerzo también. Se desmarca siempre, es inquieto, no se estaciona como ‘Leo’ suele hacer. Aunque sea un divo presumido y vanidoso, a sus compañeros los ayuda mucho más que el argentino. Messi quiere que lo sirvan. Cristiano va a la heladera. Y va todo el tiempo. Es goloso. Es un gordo de fútbol. No desiste hasta el empacho. Messi elije las golosinas. El portugués se las devora a todas.
Por fin, Ronaldo es un jugador moderno. Messi, en cambio, es un jugador antiguo. A Messi lo hizo un artesano, a Ronaldo un ingeniero en robótica. El portugués entiende las diagonales, Messi las hace porque le sale hacerlas. También suma que Cristiano es más parejo, casi siempre juega parecido a la vez anterior y a la próxima. Tiene regularidad. En cambio, el ‘enano maldito’ del club catalán muestra más su costado ciclotímico, argentímico decía un amigo mío. Ronaldo juega para el ‘Balón de Oro’, Messi le pone oro a los balones. Sus propuestas de vida privada y profesional los condicionan, aunque lo de Messi es natural y lo de Cristiano es elaborado, estudiado, calculado.
Messi juega para la gente y por eso, con él, ganamos todos. Ronaldo juega para él pero lo hace de un modo que gana su equipo. La música futbolística de Messi es la de un brillante instrumentista, podría ser solista (es parte de su sospechado autismo) y así suena monocorde, pero encuentra tonos únicos e irrepetibles. Cristiano tiene orquesta propia, ensayando sin parar, en sus músculos y vibrándole en el alma. Messi es el mejor violinista del planeta de todos los tiempos, pero ni mira los demás instrumentos. Ronaldo los toca a todos bien y quiere aprender nuevos ritmos. Messi curte su balada. En la derrota, el portugués llora, el argentino se entristece. En la victoria Ronaldo grita, Lionel sonríe. Juegan como son.
Los dos son profesionales ejemplares, pero el portugués es un profesional de estos tiempos. Y un metrosexual. Messi sólo acompaña los tiempos, que podrían ser otros, cualquiera, ninguno parece ser el suyo… Todo el capital técnico del argentino es de oro: tiene una mina de oro, relojes de oro, brazaletes de oro y piernas de oro. Todo es áureo en su juego. Nada de plata, ni rubíes o diamantes. La estrella del Real Madrid, en cambio, distribuye su fortuna técnica de modo más dispar: un poco en bienes raíces, inversiones en bolsa, aviones, barcos, lujo, participaciones en un fondo, cash, obras de arte. De oro sólo su propio esqueleto. Esas diferencias juntan y separan sus riquezas futbolísticas. El portugués se reparte, no apuesta todas las fichas a un solo número como parece apostar Messi. Y es óptimo que así sea porque nos beneficiamos nosotros, quienes los disfrutamos; ojalá nunca se parezcan el uno al otro. Aunque me gustaría que Messi fuese más que Ronaldo. Pero… no lo es. Conformémonos diciendo que son distintos.
Yo sé que ni el uno por mil de los argentinos puede aceptar esto. Estoy atacando al profeta intocable y puede pasarme lo de los dibujantes de Charlie Hebdo. Pero es la cruda y cruel realidad. El día a día nos los muestra. La tele también. Sólo hay que mirarlos sin el corazón en la mano, como si ambos fuesen belgas o croatas. O como si uno fuese australiano, exento de subjetividad, patrioterismo y otras yerbas contaminantes. Por todo lo dicho aquí, no me extraña que el hijo de Ronaldo lo admire a Messi. Los magos fascinan más a los chicos que a los grandes, porque los encantan, los hipnotizan, los encandilan, los engañan con trucos que parecen ser lo que nunca son; a nosotros, los adultos, los magos simplemente nos entretienen. Cristiano también tiene magia, claro, pero sin fantasía y en cantidades insuficientes para compararlo allí, donde Messi es el rey. Sólo que Cristiano le está tomando el reino.
Messi es un show de pirotecnia en un lugar de la cancha. Felices los niños. Cristiano es una máquina incansable de casi todo el campo. Felices los DT. Millonarios ambos, Messi quiere divertirse, el portugués busca la gloria. Todo es diferente en ellos. Messi va a terminar en Newell’s, Ronaldo seguramente lo hará en los Estados Unidos. Yo, hincha, me quedo con la poesía de Messi. Yo, entrenador, me compro todos los ensayos y manuales del portugués. ¿Una coincidencia? Ninguno de los dos será director técnico en el futuro.
Los representantes de los países de linaje futbolístico este año, como repasamos, no eligieron a Messi. Y ese es todo un dato. Es que Messi, si no hace un millón de goles, no parece tan bueno, tan especial. Entonces, quienes entienden un poco más de fútbol, aunque sea por tradición nacional, escogieron a Cristiano. El portugués no precisa tanto de los goles para ser el mejor de la cancha, para ser alguien en el equipo. Su dinámica, su explosión y su solidaridad condicionada –“después me la devuelven” – hacen de CR7 un crack entre los mejores diez de la historia. Messi en esa historia está en el primer lugar, pero de un casillero específico, el de los artilleros.
Sospecho que el próximo ‘Balón de Oro’, si no hay lesiones de por medio, se lo vuelve a llevar el portugués. Di Maria todavía se está adaptando al fútbol inglés, James Rodriguez no es más que lo que ya conocemo
s, un estupendo jugador pero no creo que gane un ‘Balón de Oro’, como no creo que lo ganen Toni Kroos, Gareth Bale, Diego Costa o Thomas Müller otros votados como ‘número uno’ esta temporada. Paul Pogba aún está verde, como me parece que ya pasó el tiempo de Andrés Iniesta (¡qué fenómeno!), Arjen Robben (¡lo quiero en Racing!) y Zlatan Ibrahimovic (¡no lo quiero de rival!). El único que puede soplarles el premio es Neymar. Luis Suárez difícilmente lo conquiste alguna vez aunque recupere su fútbol y no muerda más a nadie. Por eso pronostico que Cristiano Ronaldo lo empatará a Messi, con cuatro distinciones, en enero de 2016… Lo siento.
IN TEMPORE: Leo Astrada y Hernán Díaz (dígase de paso, una de las mejores duplas técnicas de Sudamérica) no pudieron colorear la Libertadores con Juan Román Riquelme en su actual club, Cerro Porteño de Paraguay. El último ídolo de Boca decidió retirarse. Su ausencia dolerá tanto en los ojos como en el alma de quienes amamos el fútbol que mezcla, en dosis semejantes, romanticismo y eficiencia.