El titular de la Federación de Contratistas de Maquinaria Agrícola (Facma) desglosa la realidad que atraviesan los asociados. Les preocupa la pérdida de competitividad.
Hasta los años 2007 y 2008 éramos tan competitivos que nos comparaban con los Estados Unidos, lo cual significa que el productor y el contratista argentino estaban en un alto nivel de eficiencia.
Hoy basta recorrer los campos para ver el retraso que hay en maquinaria agrícola, tanto en implementos para cosecha como para siembra, pulverización y fertilización; se ve mucha maquinaria usada y tractores chicos, por ejemplo; y aunque no se note, todas las cosechadoras tienen siete, ocho, diez años y están envejecidas porque en la Argentina se trabaja mucho, se hacen muchas hectáreas por año.
Así está el 50%-60% del total del parque de maquinaria agrícola que debería renovarse cada cinco años.
El problema de la falta de inversión en tecnología obedede a la caída de la rentabilidad agrícola, que para los contratistas es hoy prácticamente nula: apenas se pueden amortizar créditos que se tomaron dos o tres años atrás porque la misma inflación dejó las cuotas en niveles bajos.
Actualmente cambiar una cosechadora o sembradora cuesta realmente mucho y sólo pueden hacerlo quienes tienen accesos a préstamos del Banco Nación, es decir, quienes no poseen la carpeta de créditos saturada.
Las consecuencias de que no se renueve el parque de maquinarias son: se resiente la eficiencia del trabajo (que no puede hacerse en tiempo y forma) o, poniendo el caso actual de las inundaciones en la provincia de Buenos Aires, faltan máquinas que se adapten a trabajar en el agua, como tractores con sistemas de orugas, que son excesivamente caros para los bolsillos de los contratistas.
Desde hace unos años, el mercado actual marca una tendencia clara: obliga a competir a través de la tecnología. Con los últimos adelantos tecnológicos se bajan mucho los costos, ya sea empleando sembradoras de mayor ancho de labor con tolvas de semillas más grandes; pulverizadoras de botalones de más de treinta metros; y cosechadoras de 350 hp de potencia que tienen mayor capacidad de trabajo y hacen mapeo satelital; en el rubro cosecha, por ejemplo, las plataformas draper ofrecen 20% más de rendimiento. Esto indica que poseer mejores equipos permite capturar una mayor rentabilidad.
Pero hoy, si la tendencia es comprar máquinas más grandes, es muy poca gente la que puede concretar operaciones. Si el Gobierno recauda $ 8 mil millones por las retenciones a las exportaciones agropecuarias, sería una solución para nuestro sector recibir $ 500 millones (un 6% de lo que se recauda) para créditos blandos que asistan a la compra de equipos. Lamentablemente, nuestra producción de granos está estancada en cien millones de toneladas, aunque existe un gran potencial para el maíz y el trigo, dos cultivos que mejorarían el nivel de empleo y la incorporación de tecnología en el campo. Es realmente inexplicable que en la actualidad cosechemos sólo 25 millones de toneladas de maíz, cuando tendríamos que estar en niveles de cosecha de unos cuarenta millones de toneladas, de este cereal que es capaz de revolucionar la demanda de mano de obra.
Nos espera un año en que vamos a depender mucho del clima y en el que seguramente no vamos a aumentar las toneladas cosechadas, que es lo que necesita la Argentina: crecer a un ritmo de a cinco millones por año para acercarnos a aquella cifra de 130 millones de toneladas de granos producidas