Alguna vez Osvaldo Soriano escribió del penal más largo del mundo. Anoche en Lanús se jugó el partido más largo del mundo. La ficción decidió escribirla el árbitro, Andrés Merlo: dio cinco minutos, después cuatro más y el escándalo que sobrevino extendió el reloj hasta perderse la cuenta. En el medio, Lanús ganó un partido imposible. Lo perdía bien, lo empató de milagro y lo otro ya es aún más difícil de explicar. Cuando parecía resignado a perderle el paso a River, Acosto definió después de mil rebotes e hizo explotar a un estadio que se había quedado mudo.
Lanús, que arrancó arriba, se derrumbó como un castillo de cartas. Arsenal fue su cuco y lo espantó como debe ser, por sorpresa. La muestra es el gol del empate: Aleman la bajó de pecho y definió abajo, de derecha. Aleman, que le pegó desde afuera del área con precisión maradoniana, es zurdo.
Lanús se perdió en su propia inseguridad y jamás recuperó el protagonismo del arranque, más allá del agónico empate.
Punto límite. Los equipos demuestran su esencia cuando el escenario exige actuaciones sin fisuras. A esta altura, los que tienen pretensiones de vuelta olímpica no cuentan con margen de error. Sobre todo, los que juegan atados al verbo alcanzar. Lanús va por River, su horizonte.
Sin embargo, su estilo ofensivo choca contra una miseria que arrastró durante todo el torneo: su mandíbula de cristal. El que pega ahí, rompe.
Arsenal apenas había rescatado un punto de 18 fuera de Sarandí. Pero ayer jugó como si se tratara de un equipo acomodado para gobernar de visitante. Al golpe de Lanús se sobrepuso rápido, con goles. Efecto Palermo, aquel goleador optimista que vivía de los centros de Guillermo. El partido de anoche rompió la parábola de los amigos: no hubo devolución de gentilezas. O sí, porque intervino Merlo.
Control. El gol fue antes. No cuando Carrera definió cruzado para marcar el triunfo de Arsenal. La génesis estableció el momento de la conquista: el taco de Zelaya pasó entre dos defensores de Lanús, pero el engaño trascendió a esos protagonistas. Lanús quedó congelado y entonces Carrera se encargó del formalismo.
Palacios tuvo la resolución del partido pero cuando quiso apretar su remate contra un palo, le apuntó a Marchesín.
El cambio de Ayala por Valdez Chamorro fue el plan B: la pelota parada. Del córner ejecutado por Ayala en el descuento vino el gol de Diego González.
Al final, el grito de Acosta, los empujones, el reloj hasta el infinito. Eso inexplicable.