Desde que en la ciudad se cambió la vieja modalidad de reclamar directamente por las fallas en las líneas telefónicas, los usuarios han quedado a merced de la automatización y pasan meses tratando de dar con una solución.
Las innumerables quejas que se reciben a diario en las redacciones de los medios gráficos y que pueden escucharse en los mensajes a los programas de radio y sitios digitales, hablan a las claras de lo mal que le ha hecho a la población en general el cambio de sistema telefónico. Los reclamos se canalizan por sistema a Rosario, pero después del primer intento, una voz amable da cuenta de que «el reclamo ya ha sido derivado, etc», con lo cual el usuario puede llamar ene cantidad de veces con la misma suerte.
El servicio de reparaciones, contratado a terceros, también ha agregado lo suyo, toda vez que la parva de solicitudes crece a un ritmo varias veces superior a la de las soluciones. La buena voluntad del operario, pobre, no alcanza. Sobre todo cuando se sabe que la zona sobre la que están llamados a intervenir es cada día más amplia y los recursos materiales y personales son los mismos. Es cierto que el número de líneas se ha multiplicado exponencialmente y que la celeridad con que se instala un nuevo abonado es para destacar. Ahora, que no se vaya a dañar el equipo o deteriorar el tendido o los postes de soporte, porque entonces será la hora de comenzar un padecimiento que puede llevar meses. Es como si hubiera quedado la vieja Compañía Entrerriana de Teléfonos residual, adosada a la moderna estación digital. En medio, Doña Rosa tratando de encontrar una razón para tanta demora.
Ayer, casualmente, una vecina se acercó a este medio para manifestar su preocupación por el tiempo perdido con reclamos sobre su línea telefónica. Le contestaron que su inconveniente fue ocasionado por el mal estado de un poste sobre el cual, desgraciadamente, se posaba el cable de su línea. Pero no llega hasta ahí el asunto. Parece que la empresa encargada de solucionar el conflicto, suscitado en el maravilloso invento de Antonio Santi Giuseppe Meucci o Alexander Graham Bell, no disponía una grúa para alcanzar la cima del palo, ya que debía aguardar turno del equipo que andaba por alguna de las ciudades vecinas. Para colmo, los organismos del Estado que debieran entender en el asunto poco es lo que pueden hacer, más que recibir las quejas, transformarlas en denuncias, en algunos casos y archivar los papeles. El ciudadano se ha quedado sin la instancia de reclamo sobre éste y otros servicios, aunque los precios que se cobran mensualmente, bien ameritan la instalación de oficinas, al menos, con la cara de un humano.