“Nunca soñamos con semejante cumbre musical”

“Nunca soñamos con semejante cumbre musical” Esta noche en el Colón se dará la histórica y exquisita fusión entre Daniel Barenboim, la eximia Martha Argerich y los integrantes de Les Luthiers. Detalles de la génesis del encuentro, cómo fueron los ensayos y la magia de Barenboim. “Nunca soñamos con semejante cumbre musical”

Dentro de los históricos eventos que están sucediendo por estos días en que Daniel Barenboim se presenta en Buenos Aires, ya ocurrió la presentación, en un dúo pianístico, de Barenboim y Martha Argerich el domingo 3 de agosto. Una semana después, mañana, será otra histórica jornada, cuando Barenboim dirija a su West-Eastern Divan Orchestra (WEDO), de mañana, al aire libre, con entrada gratuita y en un lugar inaudito: el Puente Alsina, en el populoso límite del barrio de Pompeya hacia el partido de Lanús. Pero antes de eso, hoy mismo otro encuentro para el recuerdo tendrá lugar, en este caso, en el Teatro Colón: se trata de un concierto, no sólo con el doble lujo de Barenboim y Argerich, sino también con la original intervención de Les Luthiers. Cuando se abra el telón de la sala principal, a las 20 hs, la excelencia musical se dará la mano con un humor irónico e inteligente, todo sostenido por las creaciones de dos compositores nacidos en el siglo XIX, que seguramente recibirán una refrescante mirada de esta disparatada y exquisita fusión del director de cuádruple nacionalidad –argentino, español, israelí y palestino–, la eximia pianista, y el quinteto integrado por Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock, Carlos Núñez Cortés y Daniel Rabinovich. A cargo de todos ellos, estará el programa integrado por dos obras de música de cámara: La historia del soldado, de Igor Stravinski, y El carnaval de los animales, de Camille Saint-Saëns. Y como adelanto exclusivo para PERFIL, esto cuenta el propio Mundstock.

—¿Qué representa para el grupo tocar con Barenboim?
—Un halago impresionante, codearnos con uno de los más grandes genios musicales de estos tiempos. Y que nos haya invitado a tocar con él y Martha Argerich es un premio y un reconocimiento. Por supuesto que “tocamos” con ellos y la espléndida orquesta WEDO haciendo humor musical, que es lo que sabemos hacer.

—¿Era un sueño? ¿Ya lo conocían?
—No, ni siquiera soñábamos con semejantes cumbres musicales, aunque sí, por supuesto, lo conocíamos. Barenboim había venido a vernos al teatro hacía unos años. Luego tuve el honor de entrevistarlo cuando vino con la Staatskapelle y yo conducía el programa Al Colón de Canal 7. Fue muy gracioso porque yo estaba un poco inhibido ante semejante personaje, y apenas lo presenté, él se despachó con algo así como “este señor que me hará las preguntas pertenece a un maravilloso conjunto de música-humor llamado Les Luthiers que hace algo único, etc. etc.”. Yo, aparte del orgullo, no sabía cómo seguir ni dónde meterme…

—¿Cómo fue el encuentro?
—La primera parte de la preparación de este concierto fue a distancia. Luego de intercambiar correos y llamadas telefónicas, nos propuso intervenir en este concierto con La historia del soldado y El carnaval de los animales. Luego nos vimos casi de casualidad en Bilbao, donde nosotros estábamos actuando y él había ido al cumpleaños de su amigo Frank Gehry, el arquitecto del Museo Guggenheim de esa ciudad. Allí tuvimos un encuentro donde por primera vez hablamos con él en persona sobre los detalles de nuestro concierto.

—¿Quién tomó la batuta?
—Por supuesto que Barenboim. Es admirable, aparte de su genialidad musical, la capacidad que tiene para pensar en todos los aspectos del hecho artístico.

—¿Barenboim dirigió a Les Luthiers?
—Sí, claro. Se divierte mucho con nuestros instrumentos y parodias, pero no pierde de vista la inserción de ese material en el concierto, que debe seguir siendo un gran acontecimiento musical.

—¿Cómo fueron los ensayos?
—Emocionantes, todavía no terminamos de creer que esto nos esté pasando a nosotros. Pero también con muchos nervios. Después de 47 años de carrera, es la primera vez que tocamos o actuamos en obras que no están escritas por nosotros, de grandes compositores clásicos como Saint-Saëns o Stravinski.

—¿Los sorprendió Barenboim con el sentido del humor?
—Ya sabíamos de su sentido del humor, pero lo que nos sorprendió fue su predisposición a “prenderse” en los juegos humorísticos que nosotros planeamos para este concierto. Inclusive agregó algunos momentos muy divertidos de su cosecha.

—¿Qué esperan de la función en el Colón?
—Que el público disfrute con la música clásica y el virtuosismo de Barenboim, Argerich y la Divan Orchestra, y al mismo tiempo se ría y festeje como en los espectáculos de Les Luthiers.

—¿Que Les Luthiers lleguen al Colón es un triunfo del humor o es darle al humor el lugar de culto que merece?
—Llegar al Colón de la mano de tan grandes músicos no es un triunfo del humor en general. En todo caso, es el cariñoso reconocimiento de esos músicos hacia nosotros, un grupo de humoristas que los parodia.

—¿Interactuaron con Martha Argerich? ¿Cómo ha sido ella, cómo la vieron?
—Todavía no pudimos hablar mucho, pero llama la atención su sencillez y naturalidad tratándose de una pianista única en el mundo.

—¿Hay límites entre lo clásico culto y lo popular? ¿Por qué?
—Hay diferencias, pero no límites, entre lo culto y lo popular. Hay obras clásicas que logran ser muy populares y expresiones populares de gran belleza y hondura. Y un millón de casos intermedios.

—¿Dónde, en qué tradición, ubicarían a Les Luthiers en el espectro del humor argentino?
—Entre los que tratan de practicar un humorismo elaborado, ingenioso, sin golpes bajos, respetuoso del público: Landriscina, Dolina, Quino, Crist, Fontanarrosa y muchos más, por suerte.

—¿Son tiempos en los que cuesta hacer reír? ¿O al revés?
—No, un buen chiste o una idea ingeniosa valen siempre lo mismo, con sol o con lluvia.

—En televisión, ¿hay humor?
—Hummm…. Sí, pero el promedio de calidad no es muy alto.

—¿Cómo se mezcla el dolor con el humor?
—Es difícil reírse cuando algo duele, o burlarse de alguien que sufre. Sin embargo, tomar en broma nuestras tristezas puede ser una forma de ternura.