El actor, que vuelve al teatro con Red y se prepara para regresar al cine y a la televisión, asegura que las políticas públicas lo inhiben y que prefiere no ejercer el derecho ciudadano a recibir subsidios.
Recibe con una sonrisa y tiene un humor sutil e inteligente, que siempre invita a la reflexión. Para definir a Julio Chávez habría que usar simplemente la palabra “artista”, ya que ponerle el rótulo de actor, dramaturgo, director o docente sería una manera de encerrar a alguien que elige la libertad de creación y estudio. Dos términos que pocas veces se unen con tanta intensidad en una misma persona.
Desde el jueves 8 reinició las funciones de Red, de John Logan, junto a Gerardo Otero y dirección de Daniel Barone, en el Paseo La Plaza. Allí encarna a Mark Rothko, uno de los revolucionarios en las artes plásticas el siglo XX.
—Actor, director, dramaturgo, escenógrafo, artista plástico y docente: ¿cuál fue tu primera vocación?
—Actuar. Entiendo que uno esté fascinado por el problema del arte y estas divisiones –pintura, escritura, dirección o actuación–. Cada una tiene su particularidad y su oficio, pero una vez que te enamorás más de una, te inclinás por ella. La vocación no se mantiene estanca, hoy busco no provocarla, pero no es tan fiel como uno cree, puede tener muchas parejas. Hace tiempo tenemos un grupo de estudio con Camila Mansilla, y este año que pasó le propuse otro tema, no teatro, sino historia del arte. Estudié, leí mucho y sentí que no hay tiempo. Cada vez que indagás, descubrís tantos pensadores y estudiosos, desde Santo Tomás, San Agustín hasta Umberto Eco. Me produce escozor y pavor todo lo que hay y lo poco que puedo absorber.
—¿Cuáles son los motivos por los cuales elegís una obra de teatro, un programa de televisión o una película?
—Busco al público interno que llevo adentro. En cine filmé Extraño, de Loza; El otro, de Rotter; y El custodio, de Moreno, eran ensayos acerca del silencio; mi tesis fue producirlos de manera diferente. Después decidí no hacer más películas sin texto, para no quedar pegado con ese estilo. A mí mismo me empezó a hacer ruido. Casi inmediatamente me llegó interpretar en el teatro Yo soy mi propia mujer, donde no dejaba de hablar nunca.
—¿Qué opinión te merecen las actuales políticas culturales?
—No estoy formado como para poder tener una opinión sobre estos temas. Soy muy ignorante. No tengo vínculo con instituciones estatales. Son lugares de mucha importancia, pero nunca me relacioné, ni apoyé a ninguna gestión. Me mantuve siempre al margen, aunque hice exposición en el Centro Cultural Recoleta y trabajé en el Teatro General San Martín y ahí uno forma parte y trabaja, pero no cerré conceptos.
—¿Nunca pediste subsidios al Instituto Nacional del Teatro o a Proteatro para tus espectáculos independientes?
—Siempre fui de la idea de que mientras pudiera producir mis propios espectáculos, lo haría, sin pedir. Sé que es un derecho que tengo como ciudadano, pero prefiero no ejercerlo, me daría pudor, porque puedo vivir de mi trabajo y dejo ese dinero para los que no pueden. A veces doy pequeños subsidios a algún cineasta o grupos que creo que lo necesitan, bajo el nombre de nada.
—¿Filmarás cine?
—Sí, primero tengo previsto El pampero, de Matías Lucchesi. Es un cuento muy lindo con muy pocos actores y un barco, estaré junto a Pilar Gamboa. Después de la gira con Red, que será entre abril y mayo, grabaré la miniserie para Pol-ka y antes que termine 2015 haré Insepultos, con guión y dirección de Daniel Barone. Hay un tercer proyecto de cine dando vuelta con el sello de Olguín.
—¿Extrañaste?
—Vuelvo al cine, pero sin tener la sensación de que me alejé. Recuerdo que antes la televisión era muy distinta, pero hoy por hoy, cómo se filma la escena, incluso los técnicos, las cámaras y la luz, no hay tanta diferencia entre una pantalla y otra. No me gusta por mi oficio dividir tanto. Creo que ningún espacio merece la desidia. Intento que eso no esté presente en lo que trabajo.
—¿Cómo ves los subsidios que da el Incaa?
—No estoy muy al tanto. Son espacios que me producen inhibición para meterme, porque comprendo que tienen maneras particulares. Estoy muy acostumbrado como ciudadano a escuchar la palabra “corrupción”, pero también veo que son acusaciones que no van a parar a ningún lugar. Sé que es muy difícil satisfacer las necesidades de todo el mundo. Administrar es complicado, sobre todo con la consigna de la igualdad de derechos. Así aparecen frases como “¡qué podemos hacer!”, y otras. No creo que haya alguien que se levante y piense a la mañana: “Voy a hacerle mal al país”, pero algo pasa. No tengo explicaciones, imagino que hay muchas necesidades, sobre todo por no perder votos. También sé que algunas acusaciones salen a la luz cuando conviene saberlas y los motivos no siempre son buenos.
—¿Qué podés adelantar de tu regreso a la televisión por El Trece?
—Acabo de filmar contrato con Pol-ka para hacer la miniserie Signos, donde interpretaré a un asesino serial. Todo ocurrirá en un pueblo, donde este pediatra irá matando a través de la rueda del zodíaco. En cada capítulo habrá un crimen, y la premisa es que cada una de las víctimas morirá con las características de su signo. Me perseguirá una mujer detective, pero aún no conozco el nombre de la actriz que lo interpretará.
—¿Pensás en el público?
—Cuando decido hacer un espectáculo, pienso en algo del espectador, en el mío propio. Cuando hice La cabra comprendí que el actor tenía que saber que iba a producir rechazo, si lo hacés en serio, lo tenés que producir. Si le das una cuota de encanto, te distanciás del tema. El público habrá pensando ¿por qué Chávez hace esto? En Red hay un momento en que escupo y en una función noté que una espectadora sintió desagrado. Ella habrá creído que era innecesario y como intérprete pensé, “¿puedo renunciar a hacerlo?”. Si quitábamos el gesto, le dábamos de comer a un criterio estético, pero si entiendo al personaje que hago, es creíble en un artista y hombre como fue Mark Rothko. Entonces elijo hundirme con él. No voy a hacer algo para sumar más votos.