El actor jura que se siente absolutamente mujer y es feliz con su transexual en Priscilla. Sostiene que no volvería a votar a Cristina y que no le tiene miedo a Hebe de Bonafini.
Excepto en su adolescencia, en manos de su padre, Pepe Cibrián Campoy no ha recibido otra dirección escénica que la de él mismo. Por eso, su inminente debut (desde el 5 de febrero en el Lola Membrives), en el musical Priscilla. La reina del desierto despierta expectativa. La ansiedad por verlo, en este caso, bajo la conducción de Valeria Ambrosio, aumenta, teniendo en cuenta que construirá el papel de Bernardette, una transexual.
Juan Gil Navarro y Alejandro Parker integran el elenco, que se completa con talentos locales en canto, baile y actuación. Todos juntos representarán esta obra en la que sonarán temas de Madonna, Tina Turner, Gloria Gaynor, mientras los tres protagonistas viajarán en un bus al que llaman Priscilla, y con el que salen de gira a dar shows. Se trata de la versión argentina de un musical estrenado en 2006 en Australia, y luego llevado a Nueva Zelanda, Londres, Broadway, Italia, España y Brasil.
Ahora bien, Cibrián Campoy, verborrágico como siempre, une frases, asocia ideas, y en esta entrevista no se detiene: pasa de cómo construye sus complicados atavíos y se organiza para cambiarse nueve pelucas y tocados en cada función, a su rotundamente negativa visión del presente de la Argentina.
—¿Cómo te has preparado para este personaje?
—Hace siete meses se concretó mi participación. No me llamaron: yo me propuse. Lo primero que hice fue mandar a hacerme unos tacos altos, porque nunca había usado… Una vez, de viaje en Florencia, estaba practicando y me olvidé de sacármelos. ¡Un rato después me di cuenta de que estaba en plena Florencia caminando con los tacos! También tomé clases diarias de canto e investigué sobre Bernardette, quien existe en la realidad: se llama Carlota y es una figura transexual monísima de Australia. Además, uso estos anillos y pulseras que son todos míos: cuando viajo, alma de teatro, compro bijouterie. Y como los Cibrián Campoy no tenemos culo, me hicieron un culito falso. Después tengo mis dance skin y las luzco porque tengo buenas piernas, como mi madre. Las uñas son mías, me las dejé crecer. Creo que las voy a tener pintadas después de Priscilla. Uno tiene que hacer en la vida lo que le divierte. Yo me siento absolutamente mujer… Disfruto de maquillarme y de crear personajes, en este caso, una mujer. Es la primera vez que hago una mujer. Nunca había fantaseado con convertirme en una mujer. Gente como los transexuales sí lo hacen.
—Tu personaje es una transexual ya madura… ¿Qué reflexión hacés sobre la vida, a menudo muy dura, de los transexuales y el paso del tiempo?
—Justo acabo de empezar a escribir una obra sobre el mundo de los transexuales, y el primer texto es “¿Cómo será mi vejez cuando pierda lo que tengo?”. Siempre me he preguntado eso. Los travestis tienen un promedio de vida muy bajo, quizás los transexuales no… Pero, en general, ¿cómo será la vida del hombre en la vejez? ¿Cómo será mi vejez? Uno construye para su vejez. Tengo 65 años, y si es que llego, ¿cómo voy a vivir a los 85? Deseo que mi cabeza funcione. Y si no fuese así, no deseo vivir. Mientras mi cabeza funcione, y pueda disfrutar y contemplar, y estar con mi gente amada, eso es un placer.
—¿Hay algún punto de contacto entre este personaje y tu vida?
—En una escena, le preguntan: “¿Alguna vez pensaste en tener hijos?”. Y a mí se me desgarra el alma, porque a Pepe, ya grande, le hubiese gustado tener hijos. Estuve doce años peleando por una adopción, que nunca nos dieron, y a mí esa escena me pega. Posibilidades físicas de tener hijos tenía, pero yo elegí no tenerlos. Y cuando elegí adoptar, no se dio. En la obra se plantea si un hombre gay o transformista puede darle amor a un hijo, como yo se lo hubiera podido dar con Santiago (su esposo, luego del matrimonio contraído con Cibrián en 2010).
—¿Ves “Farsantes”?
—No veo televisión de aire porque, si no, tengo que ver a Tinelli, tengo que ver cómo matan a 36 personas por día… Pero no es todo eso la vida. Ya leer el diario en internet es lo más aburrido que hay, pero lo tengo que hacer para ver qué pasa en el país. Pero viste que los diarios no dicen nada…
—¿Qué deberían decir para que en ellos se hablara de la verdad?
—La realidad de la Argentina es que es un momento difícil, de angustia. A Cristina la voté, pero no la votaría. Ha hecho cosas maravillosas, entre ellas la ley (Ley de Matrimonio Igualitario), pero no estoy de acuerdo con esta corrupción, que nieguen todo. Nos siguen contando el cuento como si fuéramos imbéciles. Ya no te dejan comprar con tarjeta de crédito. Dentro de poco, no te van a dejar comprar ni el pan sin llenar un formulario de la AFIP. Que vengan, yo no tengo miedo, tengo todo en blanco. No hay que tener miedo, la palabra miedo ya la vivimos en la dictadura. “Nosotros”, “ellos”: antinomias espantosas. Vos podés ser kirchnerista y podemos dialogar. ¿Por qué me tengo que pelear? Estamos locos, y esto es responsabilidad de este gobierno. Y tengo todo el derecho de decir que no estoy de acuerdo con el Gobierno. ¿Por eso me van a prohibir? ¿Me van a mandar la AFIP? A la gente que ha dicho cosas y la han sacado de lugares… ¿qué es esto? ¡Esto es un horror! Que esta mujer inteligentísima, brillante, permita esto me duele horrores. Y tengo derecho a hablar. Aunque se enoje la Bonafini, aunque se enoje quien sea.
Los compañeros de locuras
Para sus personajes de Priscilla, Juan Gil Navarro y Alejandro Parker debieron transformarse. Entre los dos, cuentan: “Nosotros jugamos de varón y por la noche trabajamos de nenas. No somos ni travestis ni transexuales, sino drag queens. Para eso, nos tuvimos que depilar todo: piernas, pecho, brazos. Y hay que volver a hacerlo cada diez días. Con cera, no; con maquinita de la barba. También debimos broncearnos con una especie de maquillaje que dura cinco días. Exacerbamos lo propio de la mujer: nos agregamos tetas, culo… El estilo gay también muestra cierta obsesión por la imagen, y acá hay que pelar, así que también vamos un poco al gimnasio. Pero no se busca el cliché de la mariquita, sino la profundidad, la ternura, la soledad de los personajes, quienes después se divierten, y subliman a través de su arte”.
Imbuidos como están en la representación del mundo LGBT, Gil Navarro y Parker se refieren a productos televisivos que vienen de tratar esta temática. Gil Navarro interpretó a Willy, en Graduados: “Era un puto importante, cheto, de zona norte, y que se escondía en un closet. Cuando se decidió romper eso, nos metimos en cinco capítulos que permitieron, no ponernos serios, sino vulnerables, humanos”. Y sobre Farsantes, Paker opina como espectador: “Valoro estos primeros pasos en contar el lado B de las historias. Igual, teniendo el casamiento igualitario, creo que en la televisión estamos a años luz…”. Gil Navarro lo completa: “Si mostrar eso, es ser modernos en televisión, estamos en la prehistoria. No sé por qué la ficción no se atreve a más. Quizás, porque la nuestra es una sociedad homofóbica”.