El arranque fue difícil. No en cuanto a números de rating (18,1 puntos, lo más visto del día), sino en lo que a contenidos se refiere. Fue difícil, sin el ritmo entusiasta que por lo general tiene un debut, donde las distintas tramas y personajes se agolpan para ganar espacio, para sobresalir, para conquistar. Desapasionado, como si fuese un capítulo más, de esos de temporada baja que caen en la hondonada del estiramiento. Pero ya en la segunda emisión algo empezó a moverse, quizás más liberados de las explicaciones que se vieron obligados a dar en las primeras escenas, muchas de ellas innecesarias o redundantes.
Mis amigos de siempre, la nueva tira de El Trece, tiene un evidente aire a juvenil vespertina aunque fue instalada por las noches. Ya la cortina musical, la estética de estudiantina de la apertura, un grupo de amigos del barrio, hoy treintañeros, que se mueven alrededor de un querido club, con amenaza de remate y una única salida: ganar el campeonato de la Federación (fútbol) cuyo premio es un dinero importante. Bueno, por ahí va la columna vertebral de estos jóvenes no tan jóvenes: Simón (Cabré), Julián (Heredia) y Manuel (Vázquez). Sobre ellos se asocian las chicas: Rocío (Cherry), Tania (Rivero) y Bárbara (Attías), por suerte bastante distintas entre sí. Choques, torpezas, y esas acciones de siempre, los cruzan y unen. Después también están los “malos”, que por el momento son Amador y Rojas, como su ladero. Heredia puesto de bonito a pesar de la campera blanca de cuero, Cabré eternamente torturado y a Vázquez todavía no le dieron lugar para que crezca, si bien es una de las líneas más interesantes: desde chico está enamorado de la mujer de uno de los otros dos.
Aun con ese tinte adolescente desfasado, de fiestas, bar como punto de encuentro, partidos de fútbol… lo que parece tener mucha más fuerza es el universo de los adultos. La pareja Silveyra-Laport, promete, como siempre. Ella, responsable del club. El, colectivero y pronto entrenador. Juntos, son un viejo amor que no se calma con el cariño que se tienen. Mucho más no se encuentra para destacar. La mayoría de las escenas han quedado condenadas por diálogos forzados, movimientos artificiales, abrazos y emociones obligadas. Y muy poco barrio para una historia que pretende hacerse en las calles