El pasado violento de Brasil y una nueva y gloriosa nación que no existe. Las recomendaciones para los turistas.
Edgardo Martolio
Dorival Caymmi cantaba en ‘Samba da Minha Terra’, tema que João Gilberto consagró en el Carnegie Hall neoyorquino en 1964: ‘Quem não gosta do samba bom sujeito não é / Ou é ruim da cabeça ou doente do pé’ (Quien no gusta de samba buen tipo no es; ó está mal de la cabeza o enfermo de los pies)
Ese samba –con ‘s’– es de 1940. Hoy ya no representa a Brasil. Eso era en el ‘morro’ carioca por aquellos años. Y ambas cosas, el samba y su decaimiento, podrían aplicarse al fútbol en traducción temporal directa. Brasil, como país ‘do futebol’, es una imagen caduca en nuestros días, fotografía rechazada por los actuales brasileños. El samba ahora es, apenas, uno más de los mil ritmos brasileños –la última moda es el ‘Lepo-lepo’– y socialmente se acepta no danzarlo con el gingado (yingado – meneo) con el que antiguamente se destacaba cualquier brasileño. En tanto eso, el fútbol local vive un enorme descrédito, especialmente tras el golpe de (semi)nocaut que le aplicó el Mundial que empieza, el 12 de junio, bañado en aguas sucias, de corrupción.
En columnas anteriores conté bastante del despilfarro de dinero público que está drenando la vigésima Copa FIFA. También hablé del cansancio moral de la gente que ya no quiere tanto sambar ni distraerse, apenas, con el fútbol. Menos aún a ‘ese’ costo. Esta vez no digiere los males en los que cayó el país del actual gobierno de rara izquierda. Males tan endémicos como interminables, que pueden seguir enumerándose hasta escribir un Libro Negro de este presente. No hay una estadística alentadora, una curva favorable, una meta cumplida, un número mejorando, aunque el gobierno descaradamente y como hace meses, ahora, a días de la apertura de la Copa, diga que ‘está todo bajo control’.
Lula, como un remedio en exceso, transformó en mal crónico lo que pudo curar definitivamente. Dilma, de cuya honestidad individual nadie duda es, sin embargo, su penosa herencia partidaria, directa, encabezando un gobierno inerte en lo básico y activo en lo cuestionable. Peor aún, la política asistencialista que alimenta a los pobres (sin necesidad de trabajar), asegurándole un altísimo retorno en votos, le cuesta muy caro a la nación y amenaza continuarse por otros cuatro años. Lula, con su aval, habrá destruido, entonces, lo que antes hizo si es que lo hizo y no, como muchos empezamos a entender, que todo no pasaba de un suculento legado de su antecesor, Fernando Henrique Cardoso. Y de un escenario internacional absolutamente favorable para la emergente estrategia brasileña.
Sobre ese tembladeral, mal se edifica y se asienta la 20ª Copa del Mundo que comienza en menos de dos semanas. ¿Qué pasó? Falta de comando, carencia de visión y populismo exagerado. Más ‘petismo’ que pluralismo: Petismo deriva de PT, el ‘Partido dos Trabalhadores’ que comanda el país hace doce años: cuatro buenos, los primeros de Lula; cuatro aceptables, el segundo período de Lula; y cuatro malos, los actuales de Dilma Roussef que busca su reelección el 5 de octubre próximo cuando se vuelva a las urnas.
Brasil está ‘mal de las piernas’, como dicen aquí, en la antesala de su segundo Mundial en casa y no precisamente de las piernas de sus jugadores (de hecho es candidata). No hay samba-canción. No es más aquel país de Dorival Caymmi ni, tampoco, el de inicio de este Siglo XXI. Pese a ello Dilma –‘la gerentona’, como muchos de su propio partido la definen– confirmó repetidamente en el Ministerio da Fazenda (de Hacienda, en la traducción literal, de Economía para nosotros), al genovés Guido Mantega. Tan ineficiente como cualquiera de los nuestros, sin embargo, acaba de convertirse en el segundo ministro de economía que más tiempo ocupó la cartera en la historia brasileña: más de 8 años. No sin tropiezos ni amenazas de detonación. Pero, ahí está, para malasangre de muchos.
La presidente le dio una vida extra cuando la influyente revista inglesa The Economist pidió su cabeza, hace dos años, momento en el que Mantega perdió definitivamente su credibilidad frente a los inversores foráneos: “Ningún editor extranjero me va a cambiar los ministros”, declaró, resumidamente, esta señora ‘de nadie’ (desde su divorcio en 1970 no se le conoce ninguna otra pareja estable y, desde que actúa en política, ni siquiera se le conocen parejas inestables…). Mantega no tiene que ver con los gastos exagerados en la construcción de estadios ni con la inoperancia de las obras públicas, de infraestructuras, no-ó-mal-realizadas a propósito de la Copa y que serán inauguradas después de ella. Pero es el gestor y la cara de las otras malas noticias, de lo que más interesa: el costo de vida.
Ya vimos en entregas anteriores lo que estadios como el de Brasilia y el de Manaos consumieron, absurdamente, por sobre lo planificado y la inutilidad posterior de esas obras. Con la infraestructura nacional –rutas, aeropuertos– es cosa parecida. La autopista Transcarioca, que unirá al aeropuerto Galeão, al norte de Rio de Janeiro, con la zona sudoeste, llamada Barra de Tijuca, área noble de la ciudad, ya era de todas las que se construirían para el Mundial de fútbol, la más costosa: 750 millones de dólares americanos. Bien, será más cara aún, como todo lo que Brasil encaró para este Mundial-boomerang.
Los 39 km de la Transcarioca encarecieron un 37% y llegarán, en moneda local a los 2.206 mil millones de reales. Sí, superará los mil millones de dólares, según datos oficiales informados por la Secretaria Municipal de Obras de la ‘cidade maravilhosa’ (u$s 25 millones cada kilómetro: una auditoría del Tribunal de Cuentas Europeo –TCE– comparó 24 proyectos viales realizados entre 2000 y 2013, neutralizando las diferencias de precio producidas por obras complejas como túneles y viaductos, y su conclusión fue que un kilómetro de ruta cuesta, aproximadamente, 116 mil dólares en Alemania, 164 mil en Grecia, 215 mil en España, y 218 mil en Polonia. ¿Notó la diferencia con Brasil?
No es Brasil, es Latinoamérica: la carretera Campeche-Mérida en México costó, también, 26 millones de dólares por kilómetro; una a favor de Argentina, según fuentes oficiales, la Ruta Néstor Kirchner que une los 29 kilómetros entre General Pinto y Germania, en la provincia de Buenos Aires, inaugurada en octubre de 2012, costó, 723 mil dólares por kilómetro). Atrasada, como todo, la Transcarioca será inaugurarla el 1º de junio, sobre la hora del Mundial y, claro, quedará para la ciudad, especialmente para los Juegos Olímpicos de 2016, pero… cuando estos aumentos se amarran a otros desfasajes y a otros más, interminablemente, se genera la cadena del descontento, que es lo que se percibe por estos días en las calles de Brasil: hasta media docena de distintas manifestaciones en diferentes lugares de una misma ciudad son frecuentes en San Pablo y Río.
Los números de desempleo brasileño, bajos, que informa el gobierno no coinciden con los que mide la Federación de Industrias del Estado de San Pablo. Dilma lo calcula sobre una base menor, de sólo seis capitales (parece un chiste) y ‘le da’ poco más de 4%, en tanto para la FIESP, que lo mide en 40 ciudades, llega a casi 6%. Estos índices oficiales fuera de lógica recuerdan algo ya visto por los argentinos… El Ministro de Trabajo, Carlos Lupi, acaba de sentenciar que antes de fin de año se creará un nuevo índice para medir el desempleo real (sic); clara aceptación de la mentira actual. Antes de fin de año, obviamente, significa después de las elecciones.
Las curiosas imágenes que el mundo entero vio el martes de esta semana, con indígenas tirando con arco y flecha a la policía de Brasilia, junto al supra-estadio ‘Mané’ Garrincha, era todo lo que Brasil, cuando en 2007 pidió y recibió la organización del Mundial, no quería. Si no lo opuesto. La pretensión era contarle al planeta que ese pasado estaba enterrado, que había una nueva y gloriosa nación. No la hay. Y la que estaba en formación se esfumó como puede esfumarse –porque de fútbol se trata– el hexa campeonato que ayudaría a apagar algunas llamaradas de este incendio inesperado. Ignorar que los boomerangs vuelven sobre quien lo arrojó tiene su precio.
Volviendo al Mundial, el club Corinthians, algo así como el Boca Juniors de San Pablo, se endeuda en 18 millones de pesos argentinos por mes, a causa de la construcción de su soñado estadio, el Itaquerão que será palco de la inauguración del magno torneo de fútbol (sobre la colección de operarios muertos en su obra con sus concernientes paralizaciones laborales). Ese déficit es el problema mundialista del Corinthians, pero todos los clubes brasileños, además de consolidar sus astronómicas deudas ya contabilizadas, pasan por un mal año por causa de la repercusión negativa de la Copa que le restó interés y recaudaciones a los torneos estaduales –provinciales– jugados en el primer cuatrimestre.
La deuda de los principales clubes de fútbol de Brasil, que no pueden culpar a la Copa del Mundo aunque este año los haya afectado, suma absurdos cuatro mil millones de reales (1.800 millones de dólares: siete veces más que la actual deuda de los clubes argentinos). Nadie está feliz, al revés de cómo cantaba Xuxa aquél clásico de “¿Todo mundo tá feliz? / ¡Tá feliz! / ¿Todo mundo quer dançar? / ¡Quer dançar! Todo mundo pede bis”. Nadie pide bis. Nadie. Por ello y contra todo pronóstico este es un Mundial que divide los corazones del anfitrión, por un lado el deporte, por el otro lado la vergüenza; en las aurículas el grito de gol y en los ventrículos el grito de basta que enarbola el movimiento ‘Não vai ter Copa’ (No habrá Mundial).
El mundialista Comité Organizador Local (COL) sobrepasó en más de 400 millones de dólares su presupuesto original. ¿Cómo ‘o povo’ –el pueblo– no va a rebelarse contra los gastos de la Copa si después, como sucede en el norteño estado de Pará, hay un médico para cada 2 mil habitantes y las condiciones de los hospitales son pésimas? Brasil, en un reciente y absurdo convenio, importó 10 mil médicos cubanos en condiciones esclavas del gobierno castrista (se queda con el 90% de sus sueldos, totalizando en el año un lucro para la dictadura cubana de US$ 534.681.120) sin que Dilma y su compañía ‘petista’ pestañeen… La falta de médicos repercute en la mortalidad infantil brasileña que llega a 46 por mil en la nordestina Alagoas (la media de Brasil es 28 y la de Argentina 16) cuando en Singapur apenas pasa de dos y en Escandinavia es tres por mil y sin ningún Mundial a la vista.
Aún, así, con los cubanos en Brasil, esta semana el Tribunal de Contas da União (TCU) divulgó un informe que replica el pasado. En el 85% de los 116 principales hospitales del SUS –red pública de salud–, faltan médicos y enfermeros. Y en el 56% de ellos no hay remedios ó equipamientos en razón de las fallas registradas en las licitaciones… En Salud, como en Educación, la Argentina continúa al frente si es que sirve de consuelo. A los brasileños no los consuela porque esperaban que el Mundial, precisamente, ayudara con las nuevas inversiones a mejorar estas dramáticas e históricas carencias. No fue así. En los dispendiosos Estadios no se atenderán enfermos ni se educará a la próxima generación…
Así, cuando el ex goleador y actual gordo Ronaldo ‘Fenómeno’ defendió al Mundial y esos estadios, el pueblo entero le saltó encima diciéndole que lleve a sus hijos, cuando se enfermen, a los hospitales públicos: la medicina paga es muy cara y es de ‘primer mundo’, contradicción que también agrede. En las paseatas –manifestaciones– justamente uno de los pedidos fue, es y será durante el Mundial, el de ‘Hospitales patrón FIFA’, es decir con el nivel y calidad de los elefantes blancos que hoy y por un mes serán estadios y mañana serán nada. Hace un par de día, Ronaldo, comenzó a atacar la Copa porque ahora está aliado a Aecio Neves, uno de los opositores de Dilma Rousseff en las próximas elecciones.
Claro, Ronaldo Nazario ya hizo su balance; es uno de los pocos que, sin ser político, generó una diferencia económica con el Mundial: además de facturar mucho con varias publicidades, ahora le alquiló su lujosa ‘cobertura’ –último piso con terraza– de la coqueta calle Delfim Moreira, en la playa de Leblón (el metro cuadrado más caro del país), frente al mar en Rio de Janeiro, al presidente de la FIFA, Joseph Blatter, por 670 mil dólares por el mes del Mundial… Ya se la había alquilado, cuando la Copa de las Confederaciones el año pasado, al secretario general de la FIFA, Jerôme Valcke.
No hay cremas ni ungüentos, ni antibióticos ó antiinflamatorios para este tipo de escozor social. La gente está irritada. Muchos brasileños bien nacidos y mejor educados, insisto, quieren que Brasil pierda su Mundial. Y si es posible que caiga ante la Argentina, para que duela más y para que, así, se denuncie todo rápidamente y Dilma pierda en las urnas de octubre. El gran Dorival Caymmi esta misma noche reescribiría su samba, incluyendo a lo mejor, frases recientes del líder del MTST (Movimiento Trabalhadores sem teto / Trabajadores sin Techo) como esta: “Si intentan sacarnos a la fuerza tendremos una Copa de sangre”…
Rebobinemos. Brasil no está complicado por causa de la Copa del Mundo; es al revés, el Mundial está en problemas por la política y los políticos brasileños. El desbarajuste nacional tampoco es fruto de ‘este’ año ni tiene que ver con la crisis internacional surgida en 2008. Es una ‘creación’ propia autografiada por Dilma Roussef y el PT. Es ‘Lepo-lepo’. Ya no hay samba para bailar. Los morros cariocas están tomados por la droga y su música es la de las balas cruzadas: los traficantes siguen mejor armados que la llamada ‘policía pacificadora’ instalada desde 2011 en las ‘favelas’ de Río. El Mundial fue, nada más ni nada menos, la chispa inicial. Se espera mucha agitación cuando se inicie la Copa.
Por más que se lo intente disimular con artificios dialécticos y propagandísticos, como un boomerang, el Mundial le devolvió a Brasil la imagen que tenía a fines del Siglo XX. No es casual que a quince días del primer gol el 45% de la capacidad hotelera no fue reservada, sólo el 27% de los asientos de vuelos para la ciudades Sedes está comprado y algunas fuentes informan que dos mil americanos desistieron de venir a la Copa, asustados por las imágenes de los noticieros que no son menos impactantes que las de Alepo en Siria o Faluja en Irak. Los estadounidenses serán los de mayor presencia entre los 600 mil turistas aguardados, superando largamente a los argentinos, segundos en este ránking de presencias, casi empatados con alemanes e ingleses, todos en torno de los 55 mil hinchas, menos de un tercio de los súbditos de Obama. Nótese que en junio y julio de 2013 también desembarcaron en Brasil 600 mil extranjeros; la Copa no parece agregar nada…
Si el lector entra en los sites de las embajadas de cualquier país del hemisferio norte, verá los alertas que hacen a sus ciudadanos que pretendan llegar a Brasil. Más o menos como si fuesen a la guerra o entrasen en un cuento de realidad fantástica de García Márquez (inclusive en la web de la FIFA que ya retiró esas alarmas después que Brasil reclamara). La embajada de Alemania recomienda separar un poco de dinero para dar, sin resistencia, a los asaltantes; los americanos exageran un poco: recomiendan a sus ciudadanos no caminar sobre las tapas de las alcantarillas de gas –es cierto, hubo varias explosiones en los últimos años cobrando vidas, pero…–; la de Canadá orienta a no tener intimidad con cobras, monos y murciélagos y la FIFA condenaba la impuntualidad brasileña y su preferencia al caos. No importa que todo esto suene (y sea) un tanto absurdo, importa que esa es la percepción transmitida internacionalmente, cuando se suponía que la Copa cambiaría esa eterna imagen poco seria. Boomerang total.
La política bolivariana, que también salpica a la Argentina, no funcionó en Brasil como no funciona en Venezuela. Sólo da forma a una realidad negativa indesmentible, aunque Dilma Rousseff haya confirmado su presencia –como gran cosa– en por lo menos tres partidos de la Selección ‘verde-amarela’ y diga, como dijo el sábado 24 de mayo, ahora nomás, que “la Copa no nos tiene que dar vergüenza, será la Copa de las Copas y las obras realizadas a mi me llenan de orgullo”. Cierro con una de las tantas frases del multifacético carioca Milhôr Fernándes (con ‘s’ para quien quiera deleitarse y buscarlo en internet): ‘el cangrejo, que para nosotros sólo anda para atrás, dice que va hacia adelante’.
(*) Director Perfil Brasil, creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.