Yo entiendo el silencio de este país. No sé si allí, en la Argentina, también lo entienden.
Estoy en San Pablo. Son las siete de la tarde de este martes 8 de julio. Llovizna. Hace tres horas el congestionamiento del tránsito me recordaba que aquí viven más millones de personas que en Buenos Aires y que el fútbol entusiasma casi tanto como en la capital argentina. El barullo que llegaba desde la calle, en ese momento, era el típico de cuando juega la Selección. La euforia del afuera invadía el adentro. Ahora, el silencio es conmovedor. Yo nací un par de meses después del ‘Maracanazo’, en 1950, por lo tanto no sé como enmudeció el país en aquella jornada. Casi medio siglo después, cuando Brasil perdió 3 a 0, la Final con Francia en 1998, yo no estaba aquí. Ese golpe puede haber sido parecido. Pero nunca igual. Sospecho que no porque ahora, por ser local, todos esperaban la revancha del cincuenta y la llegada del hexa, palabra totalmente incorporada al vocabulario cotidiano brasileño. Siento, entonces, que Brasil no debe conocer silencio mayor que este…
Por la gente, los amigos, los compañeros de trabajo, los que ahora me mandan emails buscando respuesta que no existen, este silencio estalla en mi cabeza. Por el equipo, que se preparó a conciencia, que tiene grandes jugadores, por la ausencia de Neymar, por los humildes que sólo se divierten con el fútbol, por los que viven abrazados a la desigualdad, por los que no pudieron entrar a ningún estadio, este silencio hace ruido en mi mente. Por Sudamérica que difícilmente se quede con esta Copa, por la amplitud del resultado que entra en la historia, que se contradice con la memoria ganadora de Brasil, porque es un anfitrión humillado, este silencio no es un silencio más…
Sin embargo, este silencio tiene palabras. Por muchos otros motivos, ajenos al deporte, el bochornoso 7 a 1 puede ser fantástico y su silencio puede hablarnos de muchas cosas más importantes que una Copa más o menos en una vitrina. Brasil venía ganando al estilo argentino, con suerte, a rivales simples, empujando con la barriga, un poquito mejor hoy y un poco peor mañana. Pero avanzaba y el pueblo, que hasta el día en que comenzó el Mundial lo despreciaba por lo mucho que se robó, casi descaradamente, por la corrupción omnipresente en la construcción de los estadios, se estaba olvidando de todo eso. En cada partido, lo banal sepultaba lo importante. Las protestas se suplían por aplausos, las manifestaciones por gambetas y los reclamos por gritos de gol. Otra vez el pan y circo tan fácil de capitalizar políticamente. La presidente Dilma, que busca ser reelecta en Octubre, desde que empezó el Mundial subió 4 puntos en la intención de votos. Retomó el discurso inválido de la Copa de las Copas, se arrogaba los triunfos como propios, confundiendo al pueblo, ese que no sabe leer pero está obligado a votar. Ahora, en cambio, es posible que las cosas vuelvan a la normalidad. Que la pelota no tape los pelotazos en contra…
Si el comienzo de la sabiduría está en el silencio, hoy se puede aprender mucho. Si el siete a uno hubiese sido inverso, en este momento tendría que cerrar todas las aberturas para poder escribir. Pobres alemanes. Lo externo estaría a mi lado ensordeciéndome. Bocinas, cornetas, bombas de artificio, gritos. Sin pensamientos. Todo lleno y todo tan vacío. Ahora está todo vacío y sin dudas está lleno. De lecciones. De experiencias. De chistes también, claro. Al fin de cuentas no murió nada más que una ilusión. Pero vale la reflexión, el repaso, el ver que se eliminó a Chile por el simple acaso. Que con México no fue fácil. Que la hora de la verdad no es en cualquier momento sino en determinados momentos. Este silencio es saludable aunque tape algunas verdades. No está mal que tampoco se digan cosas que no merecen decirse, como los insultos y silbidos a los jugadores de Brasil en el estadio Mineirão, que hasta las cinco de la tarde eran Dioses. Si es para abuchear al recién aplaudido, mejor cerrar la boca…
Llevo 18 minutos escribiendo. Me levanto y miro por la ventana. La ciudad es sólo cemento. Su gente, su tránsito, se evaporó. El silencio es su único habitante. Nadie parece ir a Vila Madalena, el reducto paulista donde todos los hinchas, inclusive los extranjeros, van a festejar después de cada encuentro. Pasa un avión, sus turbinas me dicen que estoy despierto que no vivo un sueño. Le doy volumen al televisor y comienzo a escuchar lo obvio, que si hubiese jugado Neymar, que Alemania se preparó mejor, que Felipão hubiese tenido que colocar tres volantes, en fin, todo lo que no se dijo antes. Lamentable. Los únicos coherentes son los protagonistas. Los alemanes que dicen que ni ellos imaginaron algo así, de ese tamaño, y los brasileños que aceptan la derrota sin restarle méritos al rival ni culpar al árbitro. De todos modos, lo mejor para escuchar es el silencio. Apago la TV.
Este silencio a los brasileños les debe doler más que una palabra hiriente. Y está bien que les duela. Del dolor se aprende. No sólo la víctima, todos los que la asisten, la velan y hasta quienes disfrutan el momento. Le pasó a Brasil, le puede pasar a cualquiera. Sólo soportar esta tragedia deportiva en silencio ya tiene valor. Peor sería buscar responsables cuando, quedó claro, no los hubo, lo que hubo fue un rival que funcionó por sobre su enorme capacidad y aprovechó cada vacilo, cada titubeo, cada tropiezo. Es mejor recordar el silencio de los aliados, de los serenos, que las palabras de los necios, de los enemigos. Por eso San Pablo, la gran metrópoli latinoamericana continúa callada. Oscar Wilde decía que “si alguien no consigue comprender mi silencio menos entenderá mis palabras”. Yo entiendo el silencio de este país. No sé si allí, en la Argentina, también lo entienden…
Lo único que le digo a los brasileños, para que no lo olviden los argentinos, es que en Sudáfrica 2010, los Alemanes nos metieron cuatro a nosotros, a la Argentina, y los brasileños lo disfrutaron bastante. Al día siguiente Holanda los mandó a casa a ellos. A lo mejor, en este 2014, el naipe está invertido. Nadie olvide que mañana la Argentina de juego tartamudo puede ser quien se quede en silencio…
IN TEMPORE: Ahora el reloj indica 19 horas y 38 minutos. San Pablo prosigue muda. Todo Brasil lo está. Respetuosamente le acompaño el sentimiento. Mi más sentido pésame.
(*) Director Perfil Brasil; creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.