La protagonista de la flamante Amapola confiesa que vio Game of Thrones sólo mientras actuó su hija Oona, porque le resulta demasiado violenta. Desea que la convoquen para una serie.
Baja del ascensor e inmediatamente sonríe. Se acerca como dando pequeños saltos y mira fijo con los ojos celestes agotados. Geraldine Chaplin está cansada por todo lo que conlleva un estreno, pero feliz por la película que presenta. Amapola la pone así, algo que parece no pasarle seguido.
—¿Qué es lo que más la alegra de estrenar?
—Esta película me alegra. A veces, estrenar es una tortura terrible.
—¿Por qué?
—Porque la película a veces no es lo que esperabas, o es una mierda de verdad. Hay tantas desilusiones, y tienes que seguir haciendo como si todo fuera maravilloso. Pero ésta ha sido un placer. La vi dos veces y tengo ganas de verla una tercera.
—¿Siente alguna vez que no debió hacer alguna de las películas que filmó?
—Nunca. Hoy para mí lo importante es el proceso, el trabajo me encanta. Es terrible que a veces el resultado final me dé igual, pero el momento en el que tienes la creación en tus manos me gusta muchísimo. Incluso si cuando sale la película es una porquería. A veces puedo intuir que va a ser mala y aplasto esa sensación como a una mosca.
—Se dice que, en cuanto a producción, es la época de oro de la televisión en Estados Unidos. ¿Le gustaría trabajar en una serie?
—Yo sueño con eso. HBO, por ejemplo, está haciendo cosas maravillosas. Hoy la televisión está mejor que el cine.
—Su hija participó de un par de temporadas de “Game of Thrones”. ¿Qué le pareció su trabajo?
—Miraba la serie porque estaba mi hija, pero no me gusta ver Game of Thrones. Es muy violenta. No puedo, no tengo estómago para eso.
—¿Pero le gusta su hija como artista?
—Es excelente en todo lo que he visto. Sin embargo, en la vida tiene la sutileza de una locomotora soviética. Se parece más a una hija de Sophia Loren que a una mía. Ahora está intentando conseguirme un papel: hacer de ella con 60 años en una película para la Fox, que empieza a rodarse ahora.
—Ella contó que admira el cine de Carlos Saura pero que lo odia como persona. ¿Usted qué cree?
—(Ríe a carcajadas) A ver si lo sigue odiando si la convoca para una película. Me parece gracioso. No creo que lo odie. Puede ser, pero no lo conoce.
—Siempre se habla de que sus años como pareja de Saura fueron tormentosos. ¿Siente que fueron así?
—En lo personal fue una relación exquisita y privilegiada. Artísticamente, fue impresionante. Las películas que hicimos juntos son auténticas joyas. En pleno franquismo, con un humor negro influenciado por Buñuel. Para mí es su mejor época.
—¿Qué piensa de la relación que tuvieron su madre y su abuelo, el dramaturgo Eugene O’Neill?
—Cuando se casó con mi padre, no hubo más relación. Sé que mi abuelo quería que mi madre fuera algo útil, como enfermera durante la Segunda Guerra Mundial, mientras ella quería ser actriz, algo que a él le pareció de una frivolidad atroz.
—Su madre le dijo a Jack Nicholson que su interpretación de O’Neill había logrado que ella volviera a amarlo. ¿Qué siente usted por su abuelo?
—Yo quiero conocerlo, pero ahora. Viajar en el tiempo y conocerlo mientras estaba escribiendo, pero no es posible, salvo en las películas de Zanetti. Soñaría un sueño mejor y me iría con mi abuelito.
Una nena caprichosa
—El año que viene se cumplen 50 años del estreno de Doctor Zhivago, la película que la llevó a la fama…
—Aahhh, 50 años… Me parece que son más, deben ser como cien (ríe). Era una niña muy caprichosa y todo me parecía normal, pensaba: “Bueno, así es el cine”. Era bonito ver el pueblo, cómo reconstruyeron toda Moscú en un descampado de Madrid. Hoy lo pienso y digo “qué maravilla, qué increíble”, pero en ese entonces era normal.
—¿Se podría hacer ese cine hoy?
—En cuanto a la producción, sí. Hay muchas enormes películas americanas, muy malas en su mayoría. Pero con esa calidad en relación con el arte, no. Además, en la época en que vivimos, poner tanto dinero para una película es muy obsceno.
—¿Cómo se siente tanto tiempo después?
—Hoy estoy contenta con estar viva, pero me siento terriblemente vieja. Dentro de mi vejez hay algo triste y muy potente. Hoy creo que el sentimiento que más me gusta, el más productivo artística y humanamente, es la añoranza.
—¿La asusta la vejez?
—Siento pánico a la muerte. No, a la muerte no, a morir. A agonizar, al hecho de no saber cómo va a pasar. A si va a doler o a suceder en un accidente. El mismo miedo que le tengo al dentista, aunque ese dolor se alivia.