El actor y músico vuelve al cine con Papeles en el viento. Habla de su amistad de años con Ricardo Darín, revela que Cuba ha sido de gran inspiración para su próximo disco, y sostiene que Argentina es esclava de la inflación.
Diego Torres recibe a PERFIL en su búnker de promoción de Papeles en el viento, en el corazón de Palermo. Mientras termina de grabar su disco (“estará para mayo”), el músico y actor espera ansioso el estreno (8 de enero) del film de Juan Taratuto sobre la novela homónima escrita por Eduardo Sacheri y que protagoniza con Pablo Echarri, Pablo Rago y Diego Peretti.
—Tu personaje del Mono muere en el inicio de la película. ¿Con qué personas de tu vida, que ya no están, te gustaría tener una última charla?
—Lógicamente, mi vieja, mi viejo, Fernandito Olmedo, que era un gran amigo que quería mucho y me apareció su muerte antes que la de mis viejos. Mi abuelo Pedro, porque era un ferviente hincha de Independiente, nacido y criado en Avellaneda. Un hombre muy recto, de unos valores muy claros. Y hay que valorar en vida: disfruto de un amigo de mi viejo que es un testimonio viviente de las anécdotas de ellos. Cada vez que puedo me lo llevo conmigo a los shows: “Carlitos, me voy a Mar del Plata, ¿te venís?”. Tiene 82 años, y está excelente. Y le pregunto: “¿Cuándo era que con el viejo se iban con las motos? ¿Y cuando tenían el bulo en la calle México?”. Cuando mi viejo se enfermó, estaba grabando un disco, así que me asumí de chofer en varias oportunidades alternando con mis hermanos y lo iba a buscar, lo llevaba al kinesiólogo, y para mantenerlo activo le preguntaba los recorridos y me los decía de memoria. Hay que disfrutarlos, porque un día se van.
—¿Cómo ves al cine argentino?
—Muy bien. Veo que es una industria que busca renacer todo el tiempo. Y que el público colabora para querer ver sus películas. Adoro el cine, hablé mucho con mi mamá de la época dorada en que se hacían ochenta películas por año, donde estaban las de mi vieja, las de Libertad Lamarque, Sandrini, Mirtha, Pepe Arias, y yo quiero ser parte de esa industria. Me gusta ser industrial en lo que hago, no reniego de ser un músico y artista industrial, lo soy, porque sé que a través de una obra o disco le estás dando laburo a un montón de gente. Por eso, estoy en contra de la piratería.
Torres, de 43 años, en pareja con la modelo Débora Bello y padre de Nina, siente las horas de vuelo, las esperas en los aeropuertos y le pega fuerte el jet lag. Tiene la voz disfónica. “Estoy cansado –acusa–. Llegué ayer de viaje de Miami, antes pasé por Los Angeles y Cuba. Estuve allá componiendo”.
—¿La Habana es inspiradora?
—¡Uf! Súper inspiradora. Saqué cuatro canciones allá. Es hermosa, no conocía, y era una cuenta pendiente en mi vida. Tomé ron todos los días, lloré todos los días. Tiré a la mierda el teléfono y me puse a escribir.
—¿Qué te pareció la Revolución Cubana?
—Hay cosas de la Revolución que me gustan y cosas que no. Hay cosas muy rígidas, partiendo de no poder salir de Cuba, que no las entiendo. Lo difícil que es conseguir ciertos alimentos, también. Pero por otro lado tienen un sistema de salud pública que funciona, y la gente está culturalizada, saben de música, cine, literatura. No está la invasión de la tecnología. Cuba hizo eso en mí: embriagarme en el pasado que ya no está. De Cuba me fui con el corazón hecho una pasita de uva. Me fui conmovido, más que soy medio sentimentaloide.
—Nietzsche decía: “El hombre debe tener enemigos que te lleven a una superación, y debe estar en lucha constante para no dormirse. Si no luchas, no tendrás ningún beneficio”. ¿Cuál es la lucha más interna de Diego Torres?
—Coincido. Tengo una frase, porque soy muy futbolero, y digo: “Uno es como juega”. Soy un 8 de ida y vuelta, un 5 que recupera, un tipo que va y viene, que te muerde, un Cholo Simeone, un Mascherano, no es la movilidad lo mío sino el recupero, ser solidario. Y así he luchado, desde mi carrera como músico, como compositor: superarme, exigirme, no quedarme cómodo en un lugar. Luché para cada disco, luché para volver a mi oficio de actor. Después de haber sido padre, el enemigo es uno mismo, y se me destrabaron algunas cosas internas. Estaba cansado un poco de estar en las tapas del disco, en los diarios, y ahora la única protagonista de mi vida es mi hija.
—Subiste a Twitter una foto de Nina que te decía: “Papá, estoy lista para irme de gira”. ¿Se modificará el tour por ella?
—Ahí proyecté (se ríe). Me estoy preparando para irme de gira porque sé que será un dolor de huevos. Me da nostalgia, la extraño, en algunos lados me la llevaré, en otros no. Iré y vendré, quizá la haga más corta, y sé que a lo mejor me lo va a facturar. Ahí está claro por qué este año no salí de gira, me lo pasé tranquilo en casa cambiando pañales, grabando, componiendo, todo con ella. Juntos. Y así será hasta que entre en primer grado. Yo lo viví con mi vieja también, le hacía un par de escenas cuando era chiquito. A mí no me gustaría que me pase la factura de más grande.
—Los Rolling Stones dijeron que se drogaban porque no soportaban la demanda del público ante un estadio lleno. ¿Qué mirada tenés respecto de la droga y la música habiendo tantos casos nacionales e internacionales?
—Los problemas con la droga y la locura los puede tener un artista, un deportista, un albañil, o un médico. Todos pasamos por ciclos. Yo tuve momentos de bajones, de descontrol, de locura, de mucho trabajo, hice todo ese recorrido. Siempre me ayudó mucho el deporte, fue una premisa y columna fundamental en mi vida: jugar al fútbol, salir a correr, andar con mi tabla, tenis, andar en bicicleta. Lo importante es el instinto de supervivencia que cada uno tenga, por preservarse, por cuidarse, y tratar de darle la mejor utilidad posible al cuerpo. Si vos lo descuidás y le metés cosas que no son buenas durante mucho tiempo, lo terminás haciendo mierda.
“Quiero que el Estado administre bien”
Diego Torres y Ricardo Darín forjaron una amistad en 1990, cuando el actor de El secreto de sus ojos lo dirigió en la obra Pájaros in the nait. “Nunca hemos perdido el contacto –afirma–. Lo admiro mucho como actor, me encanta lo que hizo en su carrera, y fui alegrándome en cada logro que ha tenido porque lo quiero mucho. Es una gran persona, al igual que Florencia (Bas, su esposa), y hemos compartido muchos encuentros y asados en el campo de San Nicolás”.
—¿Creés que Papeles en el viento puede lograr el éxito de El secreto de sus ojos, la otra novela de Sacheri?
—El destino nunca se sabe. Siento que esta película tiene magia, es un libro tan lindo, de una genial adaptación, hay un gran equipo, una comedia de la vida con una historia de vida que vincula el fútbol y la amistad. Ojalá nos vaya bien.
—Sos un lector de diarios los fines de semana. ¿Leés las notas de economía?
—Me interesa leer todo: política, economía, saber lo que está pasando en mi país. A veces me pregunto por qué somos esclavos de la inflación: la fomentamos desde el lado productivo de las empresas, no podemos mantener un índice inflacionario razonable y eso te hace vivir aferrado al dólar. Me preocupa, el país necesita que se produzca, que haya industria nacional a buen precio y compita con los de afuera. Es importante que se tenga una buena relación con el campo, éste es un país agrícola-ganadero, y el campo debe llevarse bien con quien gobierne. Quiero que el Estado administre bien, que tenga una aerolínea que funcione bien pero no dé pérdida, quiero un Estado que ayude a la universidad pública, que no tenga demasiado gasto en política, y hay que enseñarle a la gente a trabajar. No hay espacio de debate, hay Boca y River, y así es difícil hacer un sistema de país que funcione.