Por qué no hay que creer en el seleccionado argentino de rugby. La mística perdedora.
Edgardo Martolio
Hay tres cosas en las que uno no puede creer: que Boca va a mejorar mucho sin Bianchi; lo que dice la Secretaría de Comercio, que la inflación paró de crecer; y lo que dicen los hinchas de los Pumas, que con Sudáfrica fueron dos ‘derrotas dignas’… 1) Boca, con jugadores como el pibe Federico Bravo por citar uno de varios, no puede mejorar, es imposible –¿El echado Bianchi era un problema? Sí, pero no el único, el plantel es de terror y no se lo puede despedir hasta fin de año–; 2) la inflación, con las negaciones y los desmanejos del gobierno y las huelgas bajando la producción, tampoco puede frenarse; y 3) en los Pumas no se puede creer porque ya los propios jugadores no aguantan más eso de la ‘derrota digna’ que suena a chiste, a consuelo de tontos, a explicación infantil.
Hay tres cosas en las que uno no debe creer: el diablo, las brujas y los Pumas… Son tres grandes mentiras históricas y populares. 1) En el diablo no se debe creer hasta que alguien lo vea y compruebe que lo vio en cualquier lugar que no sea la Casa Rosada; 2) en las brujas no se debe creer porque la Argentina demostró que no se precisa de ellas para vivir poseídos en tiempo continuo, embrujados y mal entretenidos: alcanza con los sindicatos; y 3) en los Pumas no se debe creer porque si no ganaron el sábado pasado, en el estadio salteño Padre Ernesto Martearena, con la ventaja que llevaban de 28 a 16 cuando promediaba más de la mitad del segundo tiempo no ganan más, nunca más, al menos a Sudáfrica.
Hay tres cosas en las que uno no tiene que creer: los vuelos espaciales que prometió el ex presidente Menem, en 1996, que nos llevarían en una hora y media a Japón; que a los hijos los trae la cigüeña; y que los Pumas son víctimas de los árbitros… 1) En los vuelos espaciales no se tiene que creer porque desde la Argentina no se vuela ni a Punta del Este sin atraso de una hora y media; 2) en la llegada de los hijos vía París no se tiene que creer porque es más divertido traerlos uno mismo; y 3) en eso de que a los Pumas los perjudican los árbitros, tampoco se tiene que creer porque no es así, como dijo Brendan Venter, ex Springboks y hoy comentarista sudafricano, tras el partido en Pretoria, los argentinos son los ‘arquitectos del anti-rugby’… Por lo que no podemos quejarnos de los fallos que nos castigan.
Hay tres cosas en las que no hay que creer: las decisiones de la AFA sin Grondona; que la Capital Federal será trasladada a Santiago del Estero, según el último e improvisado dislate cristinista; y que los Pumas van a ganar algún partido del Championship de este año. 1) no hay que creer en las decisiones de esta AFA sin Grondona porque no las toma la AFA sino el Gobierno: esta semana obligó a revertir lo que era cosa juzgada como manera de transformar en impopular el paro organizado por Moyano –pobre Independiente–; 2) no hay que creer en el traslado capitalino a los pagos del polémico caudillo Juan Felipe Ibarra Paz y Figueroa, porque así como naufragó la mejor idea de Raúl Alfonsín dos décadas y media atrás, de llevarla a Viedma, esta no tiene la menor chance de prosperar porque es una decisión que, además de errada, precisa ser consensuada con todos los partidos, lo que no sucederá jamás porque la política nacional, pese a ciertas ramificaciones actuales, es absolutamente porteña en su ADN –dicho sea de paso, La Pampa es la provincia apropiada para dicha mudanza–; y 3) no hay que creer en que los Pumas van a ganar algún partido del Championship 2014 porque ya pudieron hacerlo y no lo hicieron, ya llegaron a su ápice y no fue suficiente, ya jugaron lo máximo que podían jugar y no ganaron: en el último cotejo marcaron tres tries por primera vez en los 14 partidos disputados en el torneo, –¡Por fin desde su debut en 2012!–, pero, como siempre,faltó cinco para el peso, aunque a veces falten 99 para el mismo peso.
Como puede verse entre lo que no hay, no se debe, no se tiene y no se puede creer existe un elemento presente en todas las premisas: los Pumas. En ellos, hoy, año 2014 después de Cristo, no podemos creer, no tenemos que creer y no debemos creer simplemente porque no hay como ni en qué creer. Es difícil explicar la colección de derrotas aunque los cronistas especializados se esfuercen en hacerlo, aunque los argumentos de los jugadores tengan lógica y aunque los rivales entreguen material favorable para un renacer de la fe (la actual no parece ser la mejor Sudáfrica, aunque frente a Australia, en su próximo compromiso, podrá verse si es lo floja que parece o, de verdad, la Argentina creció lo suficiente como apretarla como la apretó, o todo no pasó de un granizo favorable en el primer test-match y una mala tarde en el segundo). Pero esos elementos son y serán técnicos… El caso de los Pumas no lo es. Hay ‘algo más’ que, como el reglamento que no se puede cambiar para ayudarlos, ni la pelota transformarse en redonda para aumentarle las chances, o la preparación física inventar lo que no existe para tornarlos más fuertes y rápidos que cualquier otro humano, hay ‘algo más’ que inapelablemente no se modifica aunque cambie el técnico y se renueven las generaciones de jugadores: la mística perdedora.
El deporte refleja la vida. Todos conocemos personas que se esfuerzan poco pero son genuinamente ganadores y también todos conocemos personas que se esfuerzan mucho y naturalmente son perdedores. Lo que en el día a día vemos individualmente, en los Pumas es colectivo. Con el paso del tiempo se creó una mística, una idea, un aprioris que lleva al conjunto a saber que van a perder. Cuando esa idea está instalada no se juega para ganar aunque se discurse lo contrario. Se juega para perder por menos. Es la mística invertida. La verdadera es la ganadora, que es lo que sucede con, por ejemplo, los neozelandeses, un país con pocos habitantes más que Uruguay, pero que no pierde nunca aunque use el mismo reglamento, la misma pelota, enfrente el mismo entrenamiento y sea igualmente profesional que el resto. Los All Black saben que van a ganar y juegan para confirmarlo. El resto son pamplinas.
El diario La Nación, atento al rugby desde siempre, ya sin contenido propio de tanto que ofreció a lo largo de los años esperando que los Pumas reviertan lo irrevertible, esta vez recurrió a un psicólogo para analizarlos. Germán Diori, especializado en deportes, tituló su texto “El factor mental es el plus de diferencia” corroborando lo que con sinceridad advirtió el entrenador Daniel Hourcade al declarar: “Tenemos que aprender a ganar”. El psicólogo va tan lejos cuanto mis conclusiones, para preguntarse: ¿Se habrán acostumbrado a perder los Pumas? Y continúa con otro interrogante: ¿Cuánto juega en el inconsciente de nuestros jugadores esa mezcla de reconocimiento y protección enmarcada en la tan mentada “derrota digna”?
Diori confirma científicamente lo que sabemos por intuición: “A la larga, siempre gana aquel que cree que podía hacerlo (…) Equipos buenos hay muchos, y en esa puja suele imponerse el que está convencido que realmente lo es. Son dos habilidades distintas, una está en las manos y los pies mientras que la otra está en la cabeza y sabemos que ésta manda sobre las otras”. Perfecto. Esta explicación nos exime de buscar una nueva justificación y, claro, de no esperar que brote agua de esa piedra llamada ‘los Pumas’ para descrédito del ‘león americano’. Sigo copiando al psicólogo para sustentar esto último: ‘Estar cerca’ trae consigo un incremento en los niveles de ansiedad, y con ello puede peligrar la capacidad de foco o concentración. Por eso es tan importante (…) saber cuándo puede aparecer ese lógico temor a ‘no poder’.”
Hay cosas que pertenecen al destino y no importa lo mucho que se intente cambiarlas, es la mística del destino que las condena de antemano. Peter O´Toole y Richard Burton fueron nominados siete veces cada uno, por trabajos espectaculares, para recibir la bendita estatuilla del Oscar cinematográfico. Pero nunca lo ganaron doblando cualquier hinchada y contradiciendo todos los pronósticos. El mundo del celuloide los despidió con lágrimas y la convicción de que estaba enterrando a dos ‘eternos perdedores’… Eran excelentes. Pero también perdedores. Las estadísticas de los Pumas los registran como la Biblia relata a Satán cada vez que lo menciona, siempre derrotado. Y no vale aquello que decían los abuelos para contentarnos en el fracaso, que “perdedor es el que ha muerto, lo demás es un simple retraso del triunfo”.
No vale porque después de leer al psicólogo, un especialista en deportes, un estudioso del tema, ratificamos lo sabido: no esperemos nada de los Pumas; al menos por ahora, por varios años; no se cambia a un perdedor en cuatro días locos que tenemos que vivir. Entonces, dejemos a los Pumas en su hábitat y toda esa energía que se le entrega (aunque noté que cada vez menos, la mayoría se está avivando, por ejemplo en Salta había casi tantos lugares vacíos cuanto ocupados); toda esa energía –decía–, dediquémosla a otros deportistas más merecedores y muchas veces olvidados. No veo que se hable, por ejemplo, de la Selección Argentina y masculina de vóley que está próxima a disputar un Mundial en Polonia.
Argentina es uno de los tres países sudamericanos clasificados, sin embargo no advierto que se le dé difusión, destaque. Se habla más de los Pumas que del Mundial de vóley. ¡Mundial! ¿No son argentinos acaso? Es evidente que nuestra Selección no va a ganarlo, nunca lo ganó, fue tercera en 1982, lo más lejos que llegó, pero recuerdo tiempos en los que Daniel Castellani y el vóley parecían el deporte nacional. Ahora nada. Somos exitistas y queremos ser elitistas, imaginando que los Pumas conforman una elite apetecible y el rugby un universo para pocos. Triste. Muy ‘argento’. Penoso. Por eso somos lo que somos; es decir, lo que no somos.
IN TEMPORE I: Los absurdos 20 millones de Euros –más el préstamo del crack Nani– que le pagó el Manchester United al Sporting Lisboa por Marcos Rojo, el defensor argentino más caro de la historia (récord para un defensor de estas pampas), demuestran que en el fútbol actual da lo mismo todo y que el negocio tiene la última palabra. Carlos Gonçalves, el empresario portugués que lo maneja desde el año pasado, es uno de los agentes más poderosos del fútbol europeo: maneja más de 80 jugadores que militan en los campeonatos portugués, español, alemán, turco, griego e italiano. Y varios entrenadores como André Vila-Boas y Bernd Schuster. Este economista portugués de 44 años, propietario de la agencia Proeleven sólo pierde en influencias para su compatriota Jorge Méndez. Así hasta yo juego en Primera.
IN TEMPORE II: La Selección masculina de básquet también comienza, ahora, su Mundial; pero de él aunque más no sea por las ausencias de Ginobilli, Delfino y Cía., se habla. Del Vóley, no.
(*) Director Perfil Brasil, creador de SoloFútbol y autor de Archivo [sin] Final.