Se inició dirigiendo en Almirante Brown de Arrecifes, donde lo recuerdan por su sencillez.
Claudio Gómez
El dirigente visita al entrenador en su casa. Charlan de cuestiones vinculadas con el plantel, objetivos, rivales, temas diversos. Hasta que el dirigente lanza la pregunta crucial: si trae un jugador y después lo transferimos, ¿quiere un porcentaje? El dirigente, en realidad, necesitaba poner las cosas en claro porque venía de una experiencia con un técnico anterior que les había exigido un vuelto. La cuestión es que, cuando este técnico escucha la pregunta, se pone serio, mira al dirigente a los ojos y sin dudarlo le contesta: “Ustedes me trajeron como técnico, de ninguna manera me permitiría hacer una cosa así”.
Así debutó Gerardo Martino como entrenador. Fue en el club Almirante Brown, de Arrecifes. La charla la tuvo con el entonces vicepresidente Atilio Malegarie, que recuerda para PERFIL con orgullo.
Las cartas de presentación de Martino en la comunidad de los entrenadores fueron la honestidad y el trabajo. Ese lugar común que todos invocan dentro del mundo del fútbol, el Tata lo puso en práctica. Ahí, en Arrecifes, en un modesto club que en aquel ’98 llegó a disputar la B Nacional y ahora juega en la liga local, Martino sentó las bases que 16 años después lo llevaron a la selección argentina.
Esa primera experiencia como técnico llegó dos años después de que se retirara como jugador en el Barcelona de Ecuador. Primero fue ayudante de campo de Carlos Picerni en Platense, durante el ’97. Hasta que recibió la oferta de Almirante Brown. “Lo habíamos querido traer como jugador cuando estaba en Lanús, en el ’95, pero Martino prefirió volver a Newell’s”, recuerda Malegarie. Esa frustración se saldó tres años después, cuando el Tata los eligió para probarse como técnico.
Hay un motivo que explica por qué en Almirante Brown le dieron la posibilidad a un entrenador sin experiencia: la identificación con Newell’s. En esos años, el club de Arrecifes pretendía ser un espejo de los rosarinos. El equipo que logró ascender a la B Nacional en el ’97 estaba repleto de jugadores, médicos y hasta utileros con pasado leproso. Pero Martino era la figurita difícil. Hasta que dejó de jugar, decidió arrancar como técnico y alguien en el club se preguntó: ¿por qué no?
La llegada del Tata a Almirante Brown, en realidad, ocurrió cuando Edgardo Bauza dejó la silla vacía. El Patón tenía el contrato firmado con el club y hasta había organizado la pretemporada del plantel en Córdoba, pero justo le llegó una oferta para dirigir Central. Curiosidad del destino, Bauza fue uno de los candidatos que después del alejamiento de Alejandro Sabella se barajaron para dirigir a la Selección, puesto que desde esta semana le pertenece a Martino.
Mal comienzo. La de Martino no es la única gran carrera que arrancó con un tropiezo. Pero así fue. El primer partido, contra Instituto, lo perdió 1 a 0. Fue el 22 de agosto del ’98 en Arrecifes. Mal debut, y de local. Pero después pudo enderezar el rumbo y se acomodó: en esa temporada Brown ganó 14 encuentros, perdió 14 y empató seis. Logró clasificarse al Reducido para pelear un lugar en el ascenso, pero al final lo eliminó All Boys. Nada mal para el debut en la B Nacional.
Después de esa campaña, el Tata tuvo que dejar el club aunque tenía contrato por dos temporadas más. Los motivos fueron institucionales: Almirante Brown estaba patrocinado por la financiera La Primera Alborada, pero ese año quebró y el club se desangró. Al final entró en un tobogán que lo llevó hasta el presente: disputa la liga local con equipos como Villa Sanguinetti; Cooperativa, de Todd; Sofocasar, de Capitán Sarmiento, y Sportsman, de Carmen de Areco.
El paso de Martino por Arrecifes hoy se recuerda con nostalgia. Rescatan que desde el principio propuso el estilo de juego que lo caracteriza: buen trato de la pelota, protagonismo y juego colectivo. Pero sobre todo valoran algo que no es común encontrar en alguien que como jugador fue ídolo: la sencillez. El tipo caminaba por las calles de la ciudad y se ponía a hablar con cualquiera, o podía pasar una tarde en la casa de los Di Palma discutiendo de autos y de fútbol, o jugar al papi una vez por semana con los dirigentes del club y cerrar las noches con asado.
Después de Arrecifes llegó el mundo. El Tata pasó por Platense e Instituto, viajó a Paraguay para dirigir a Libertad y Cerro Porteño, volvió a Santa Fe para entrenar a Colón, después se hizo cargo de la selección paraguaya, más tarde de Newell’s, de ahí al Barcelona y, por fin, Argentina. Todo empezó en una ciudad de 26 mil habitantes, tal vez el único lugar donde la gente vibra más por los fierros que por la pelota.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.