Desde Escobar hasta el Chapo Guzmán o los hermanos Orejuela y Griselda Blanco, todos ellos son los protagonistas de un género que logró que la cadena Caracol compitiera con Televisa, antes el rey de las tiras.
El éxito de las narconovelas no para de generar adeptos y detractores en todo el mundo. Mientras aquí revivieron el prime time de Canal 9 (llevándolo casi a duplicar los números que promedia la señal en lo que va de 2014), en el resto del continente continúan el suceso que comenzó en 2006 con Sin tetas no hay paraíso y que en 2015 promete explotar con El varón de la droga, la ficción que retratará vida y obra del Chapo Guzmán. “Este es un género que tiene todos elementos interesantes y, mientras eso suceda, siempre va a tener cabida. Se va a quedar y se va a poder explorar durante muchísimo tiempo”, explica sobre el fenómeno Andrés López, responsable de los guiones de la nueva novela sobre el líder del cartel de Sinaloa.
Quienes sostienen que el morbo es el motor de estas producciones seguramente crean que lo que hace bueno en lo suyo a López es que conoce el mundo narco desde adentro, ya que el autor estuvo detenido por formar parte del cartel del Norte del Valle, historia que narra en El cartel de los sapos. “Escribo por todo ese universo y esa vida pasada en la que estuve involucrado. Por más que quiera alejarme un poco, siempre voy a estar influenciado por eso. Al final de la ecuación, llegamos a que la realidad supera a la ficción”, reconoce desde Miami, con los guiones de El varón… terminados y cerca de comenzar a rodar.
“Siempre partimos de una idea. Una biografía, una historia de la vida real, como sucedió cuando escribí Sin tetas no hay paraíso, o una ficticia como en el caso de El Capo”, comenta en México Gustavo Bolívar, hoy asesor en los textos de La viuda negra, idea que surge a partir de la noticia del asesinato de Griselda Blanco, cuando salía de una carnicería, en Medellín. “Nos llamó la atención que se mantuviera anónima cuando todos la creíamos pagando sus culpas en una cárcel de Estados Unidos”, subraya. Lo que sigue es investigación pura y consultas con la productora para conocer, según sus palabras, qué tantos autos pueden hacer volar por los aires. “Todo depende del presupuesto para saber a cuántas ciudades vamos a grabar o cuántos actores podemos tener en los libretos. Con esto claro, nos sentamos a diseñar la novela”. En la actualidad, un capítulo de alguna de estas ficciones puede costar hasta 200 mil dólares, con procesos de filmación (casi siempre en escenarios naturales) que pueden durar de una semana a diez días por episodio.
Por poner un ejemplo, la serie sobre Pablo Escobar tuvo un costo total cercano a los 20 millones de dólares. Andrés Vicente, el actor argentino devenido en productor y director de contenidos de la productora Triptiko en Bogotá, afirma que en ese país “se entiende que una telenovela es más que un producto artístico, que es un bien comercial. Es así desde hace unos 15 años, cuando se dieron cuenta de que se podía formar una industria compitiendo de igual a igual con Televisa, líder indiscutible hasta una década atrás. Hoy, aunque los mexicanos siguen al frente, Caracol y RCN lograron acercar tanto la brecha, que la venta de latas colombianas de prime time compiten en valores similares en cuanto al precio de venta, unos 15 a 20 mil dólares la hora”. Para Rodrigo Triana, director de Comando Elite (programa post El patrón del mal, basado en una investigación sobre cómo fueron las capturas tanto de capos narcos como de miembros de la guerrilla), “obviamente la televisión es un negocio y está buscando el rating, y lo que está dando dinero en este momento es contar nuestra historia. Por eso se insiste. La televisión colombiana ha pasado por etapas. En este momento, estamos en la etapa del narcotráfico”.
Ya se vio la vida de Pablo Escobar, la de Rodríguez Gacha (alias el Mexicano), se está por estrenar la de los hermanos Orejuela (capos del cartel de Cali), se viene una tercera temporada de El señor de los cielos, donde se muestra el accionar del cartel de Juárez, y en todos los casos la amenaza para los críticos es la misma: la empatía que generan los villanos. Tal vez para alejarse de eso, en La viuda negra la crueldad de la protagonista está de manifiesto desde el inicio. Gustavo Bolívar rechaza esta idea y asegura que, mediante estas novelas, “el país está haciendo catarsis de un fenómeno que nos ha hecho mucho daño. Ninguna serie ha terminado su último capítulo con un narcotraficante dueño de su libertad y sus comodidades. Todos mueren o terminan en una cárcel, extraditados o en un hospital. Además, los narcos que hemos mostrado han arrastrado a sus familias a tragedias terribles. No creo que el ser humano sea tan ingenuo de querer una vida así”. También remarca que el tratamiento de una historia no cambia cuando está protagonizada por una mujer, porque “las mujeres han demostrado ser tan crueles, tan criminales y tan eficientes en el negocio como los hombres. Podríamos decir que pocos narcos alcanzaron los niveles de maldad que alcanzó Griselda Blanco en su desempeño en este negocio”.
Bolívar afirma que La viuda negra, como todas las series de narcos, es una historia verídica en lo jurídico, porque hay cosas que no se pueden inventar, como adjudicarles delitos que no han cometidos, pero ficcionada en cuanto a sus relaciones amorosas y familiares. “Son licencias que siempre nos tomamos los libretistas para hacer las historias más atractivas desde el punto de vista melodramático”. En ese sentido, Juan Pablo Escobar semanas atrás declaró que poco se parecía la novela sobre su padre, en cuanto a la relación que el líder del cartel de Medellín tenía con su familia y otras mujeres. Sin embargo, Triana lo desmiente y dice que “El patrón del mal está muy ceñida a la realidad. Todos los hechos que allí se mostraron sucedieron. Las bombas, sus mujeres, los secuestros o la política involucrada, todo eso que sale en la serie es real y no lo pueden negar”.
Andrés López le escapa a la idea de estigmatización que podría pesar sobre colombianos o mexicanos, destacando que tampoco intentan educar al público. “No quiero decir que descuidemos el hecho de que la gente comprenda que caminar por el camino del mal se paga con consecuencias muy graves. En la medida en que le demos la posibilidad de conocer sus historias más descarnadas, tendrá la posibilidad de reflexionar sobre qué quiere en un futuro como sociedad. Hay que verlo desde esa óptica, más allá de entablar un juicio sobre si le hace o no un bien al país, lo que realmente tenemos que evaluar es si como sociedad estamos haciendo lo suficiente para que no sucedan estas cosas”, concluye.