Los 361 goles que se han marcado en el Inicial expresan la sangría que vive el fútbol argentino.
Los 361 goles que se han marcado en el Torneo Inicial expresan la sangría goleadora que vive el fútbol argentino. El escuálido promedio de 2,14 goles por partido refleja la ausencia de grandes figuras, que no solamente pasan por aquellos que tienen la misión de convertir y de hacer felices a los hinchas sino también a aquellos que deben generar las acciones para que quien meta la pelota en el arco rival haga disfrutar al resto.
Salvo el Torneo Apertura 2011 donde se conquistaron 376 goles (1,98 de promedio por encuentro) todos los otros campeonatos de los últimos veinte años tuvieron más de 400 goles en 19 fechas. En este caso se necesitan 39 en 20 partidos, algo posible pero no seguro. Se sabe de la etapa final que están cumpliendo algunos referentes del buen pase y la asistencia para los que tienen que hacer los goles: Riquelme y Verón, son dos ejemplos en tal sentido, lo mismo que Romagnoli. Quedan Insúa, Caneo, Mugni, Fabbro, De Paul, Pérez García y no mucho más. Conductores, enganches con más o menos pase preciso, pero que no están justamente en los mejores momentos de sus carreras.
La cuestión es que las ausencias de jugadores con capacidad goleadoras se cubren con los que se han quedado en el país, más el aporte de algunos extranjeros (Cauteruccio, Silva, Vera, Duvan Zapata) y artilleros del ascenso, reconvertidos en la máxima categoría. Estamos hablando de Mauro Matos, Emanuel Gigliotti, Julio Furch, Ignacio Piatti, el Picante Pereyra, Hernán Boyero, Carlos Luna o Facundo Diz, por ejemplo.
En los últimos años se profundizó la sangría de jugadores que hacían un arte del gol y que si no construyeron una campaña mayor y más prestigiosa en el país fue porque emigraron muy jóvenes: Bergessio, Boselli, Viatri, Radamel Falcao, Silvio Romero, Facundo Ferreyra, Scocco y el propio colombiano Zapata, que jugó los dos primeros partidos del torneo y partió hacia Italia.
El regreso de Mauro Zárate a Vélez y la vuelta de Mauro Matos a All Boys le inyectaron potencia ofensiva a esos dos equipos, pero en menor medida a la esperada. Tampoco el regreso del colombiano Teo Gutiérrez le sirvió a River para hacer goles y lo mismo ocurrió con el oriental Joaquín Boghossian a Quilmes. Lo de Teo es claramente llamativo: llegó como un tipo conflictivo pero goleador de raza. Hizo un único tanto, a Colón en el Monumental y contribuyó con su tarea a que este River de Ramón Díaz se haya convertido en el peor ejemplo.
Los millonarios están a un paso de concretar el peor rendimiento ofensivo de su historia. Han marcado 10 goles en 17 encuentros y necesitan hacer cinco más en los dos partidos que aún no han jugado, ante Argentinos Juniors y Quilmes, para no ser el registro más flojo desde 1931 a la fecha. River es el cuadro que más goles ha hecho en la historia del fútbol argentino y su anemia se resalta todavía más por esta cuestión. Fernando Cavenaghi, David Trezeguet, Diego Buonanotte, Radamel Falcao García, el Chori Domínguez y Mariano Pavone son los últimos goleadores que ha tenido el club de Núñez, muy lejos en eficiencia de quienes hoy juegan.
Como no parece que vayan a regresar próximamente ni Germán Denis, ni Rodrigo Palacio ni tampoco Darío Cvitanich, la cosa se complica a la hora de las comparaciones con otros torneos tan o más competitivos que el que se disputa en la Argentina.
Tomemos ejemplos: en Inglaterra el promedio actual es de 2,52 goles por partido, en España trepa a 2,90, en Italia se queda en 2,74. Si queremos dejar el fútbol de alta competencia con mucho dinero y docenas de jugadores de distintos países con menor desarrollo económico, la lista puede sumar a Brasil: 2,40 por encuentro y hasta Uruguay, con 2,86 y Chile con 2,60 por partido. O sea, en materia de goles no hay peor liga que la Argentina. Y como goles son amores, el sufrimiento de los hinchas está garantizado. Aunque haya otras cosas con las que sufrir.