La actriz que surgió de la factoría Cris Morena estrenó en la pantalla grande, como directora, Pistas para volver a casa. Asegura que el público argentino está interesado en las películas nacionales.
Jazmín Stuart, alguna vez actriz de ficciones televisivas de la factoría Cris Morena y Pol-ka, se ha reconfigurado sin formatearse: no es que los días de actriz hayan desaparecido. Pero con Pistas para volver a casa ratifica su anhelo: “Lo único que quiero es filmar la próxima película”. Eso no quiere decir que Stuart se olvide de su película recientemente estrenada y donde comparten cartel Erica Rivas y Juan Minujín.
—“Pistas…” vendría siendo tu primera película sola como directora, ya que habías filmado “Desmadre” con Juan Pablo Martínez, ¿cómo vivís ese segundo primer paso?
—Estoy contenta. Todos me preguntan si estoy nerviosa. No lo estoy. La experiencia en el Festival de Mar del Plata, donde estrené, me dio una base de tranquilidad, porque hubo muy buenas reacciones.
—¿Te preocupa cuánto dura la vida de la película en cartel considerando la desigualdad frente a películas de las multinacionales?
—Me gustaría que permaneciera, sobre todo porque le tengo fe, pero creo que es una película que debería funcionar por el boca a boca, y para eso necesita tiempo. Es una película que necesita un tiempo para ir comunicándose. Trato de no engancharme con los típicos miedos y no ver el film como un reflejo narcisista mío.
—¿Es difícil hacer cine en Argentina? ¿Y si se hace con ayuda del Estado eso implica una parada política?
—Es difícil hacer cine. Son procesos muy largos. Arduo, cansador, pero terriblemente placentero. Filmar no implica una parada política: nunca tuve que ir a ningún acto o evento, nunca me pidieron que me sacara ninguna foto, ni siquiera me lo preguntaron. De todas formas hay muchas maneras de filmar, tengo muchos amigos que filman por fuera del Incaa. Hay que encontrar la estructura de producción que la película necesita.
—¿Creés que el éxito de “Relatos salvajes” le va a dar un empujón al cine argentino?
—Nunca me creí la teoría de que el público argentino no quiere ver cine argentino. Me parece que es una patraña. Creo que la gente quiere ver buen cine argentino y que además hay un público muy diverso para tipos de cine muy diversos. Eso es lo copado que tiene este momento: hay cines muy distintos. Tenés el cine de Lisandro Alonso o Lucrecia Martel y el cine de Juan Taratuto o Ariel Winograd. Estoy convencida de que hay público, hay fomento y formas de financiar todos los tipos de cine.
—¿Dónde está el problema entonces?
—Lo que falla en el engranaje es cómo se comunican esas películas, cómo hace el público para enterarse de que esas películas existen, cómo se distribuyen, dónde se exhiben. No falta público, no faltan cineastas, porque cada vez son más talentosos los guionistas, los actores, los técnicos, los productores. No falta talento. Dirigir cine o escribir cine es algo que sólo se aprende haciendo. Lo que aprendí en cinco semanas y media de rodaje no lo aprendí nunca. Me hace muy feliz contar historias. Cuando lo hago como actriz lo disfruto un montón. Pero cuando dirijo me siento terriblemente afortunada.