E s difícil, hoy en día, encontrarse en una reunión de amigos en la que, en algún momento, alguno de sus integrantes no confiese su fervor por alguna serie de televisión. Lejos de las épocas en que las conversaciones al respecto transitaban por las delirantes resoluciones de Brigada A o acerca de las imposibles innovaciones tecnológicas de MacGyver, hoy se contempla con asombro la calidad de las andanzas de Don Draper, el símbolo masculino por excelencia de la pantalla chica, en la recreada década del sesenta de Mad Men.
Seriemanía, el libro que acabo de publicar, tiene como objetivo intentar explicar el boom actual de la series de TV, que no sólo atraviesan una expansión respecto de la oferta, de la cantidad, sino que se muestran en plenitud en calidad y aprovechamiento del lenguaje audiovisual. Nunca la ficción en televisión, particularmente en el caso de las series, ha sido tan rica al punto de ser la excusa para hablar de una nueva era dorada del medio. Debe ubicarse entonces un punto de inflexión en la década del noventa, precisamente con el estreno de Twin Peaks de David Lynch y, posteriormente, de Los Expedientes Secretos X. La primera, consolidó y expandió la relación entre cine y TV mientras que la segunda explotó ese camino en pos de una nueva puesta en escena y la utilización de la serialidad propiamente dicha: una conexión, episodio a episodio, que fijó la atención del seguidor a lo largo de sus temporadas.
Hay dos paradigmas que, de alguna manera, conviven y echan luz sobre la producción actual de las series. Uno tiene que ver con el lenguaje audiovisual y su aprovechamiento en función del relato. Nunca antes, como ahora, se ha escuchado decir respecto de una serie de televisión “parece una película”. El otro paradigma tiene que ver con el cambio tecnológico, lo que lleva a preguntarse: ¿qué es ver televisión hoy? Teléfonos, tablets, computadoras y leds han modificado el acceso al consumo de las series y de lo que ofrece el medio en general. Ya no hay que aguardar un momento indicado del día y de la semana para ver un capítulo esperado sino que se puede ver en el momento deseado. Internet, intercambio de archivos y servicio On Demand hacen el resto de la reconfiguración.
Pocas cosas fueron más influyentes en este tránsito de las últimas décadas de las series de TV como la actuación de James Gandolfini en Los Sopranos. Sin duda redefinió el concepto del héroe protagónico sumando las angustias de fin de siglo a su personaje con una caracterización fenomenal. Nunca vamos a dejar de extrañarlo. Allí también está el germen del relato adulto, que de la mano de HBO llegó a la televisión y dividió las aguas entre los productos “serios” y los más populares.
Jack Bauer en 24, el mismísimo Don Draper de Mad Men o la ambivalente Carrie Mathison de Homeland sumaron su potencia como nuevos héroes con pies de barro en los dramas televisivos. En ese contexto emerge Bryan Cranston con su histórica performance de Walter White/Heinsenberg para Breaking Bad, ¿acaso la serie perfecta?
Para responder a esa pregunta que suena retórica, hay que analizar sus grandes virtudes y, al igual que con las diferentes series citadas, aconsejar acerca de episodios emblemáticos y referentes de cada título.
El libro busca desde el análisis de distintas series actuales, explicar ese primer recorrido histórico que coloca al desarrollo del formato en un momento sin igual. El texto transita, de esta manera, por los caminos de Sherlock, House of Cards, Broadchurch, Homeland, The Walking Dead y Game of Thrones, entre otras, abarcando la diversidad temática y el nutrido abanico de posibilidades para elegir cuál serie seguir.
*Autor del libro Seriemanía y columnista de TV de No somos nadie.