Las pobres actuaciones del seleccionado en el arco y la defensa plantean incógnitas.
Cuando en octubre de 2011 la Argentina superó con mucha comodidad a Chile en la primera fecha de las eliminatorias sudamericanas, surgieron las dudas sobre el rendimiento defensivo del equipo nacional. Los mismos interrogantes que se tenían antes de que se iniciara la competencia sobre la ausencia de jugadores indiscutidos en esos puestos, se mantienen firmes. Nada ha cambiado. Y no se ha modificado el criterio de elección de jugadores en la mente de Alejandro Sabella.
El técnico quiso dejar claro desde el principio que sus nombres para los puestos de atrás eran Sergio Romero en el arco, Zabaleta y Rojo como laterales, Federico Fernández y Garay como zagueros, más Mascherano como volante central más defensivo, acompañado de otro más suelto como Gago. Sin embargo, el tándem Mascherano-Gago no está en discusión; al contrario, nadie deja de citarlos como garantía de equilibrio, seguridad, despliegue, buen pase y temperamento.
Romero está en la cornisa porque no alcanzó en ningún caso el rendimiento que lo había llevado a la Selección. Encima, perdió la titularidad en la Sampdoria de Génova, fue transferido al Mónaco y tampoco ha podido jugar en el equipo que disputa la liga francesa. Sin partidos en el lomo, queda expuesto a lo que significa un partido de selección sin ningún filtro. En cambio, tanto Mariano Andújar como Agustín Orión están jugando habitualmente en Catania y Boca. No han tenido posibilidad de mostrarse, por decisión de Sabella, que claramente prefiere a Romero, a pesar de este inconvenientes. ¿Es un problema? Creo que sí, ojalá se modifique.
Zabaleta ha pasado la prueba con comodidad. Esfuerzo, presencia y voz de mando se sumaron a un rendimiento que fue creciendo y lo hizo incuestionable en el puesto de lateral derecho. No puede decirse lo mismo de Marcos Rojo, el candidato natural de Sabella para marcar el sector izquierdo de la defensa ni tampoco de los zagueros Federico Fernández y Ezequiel Garay. Lo cierto es que han dejado muchas dudas, una impresión que se ha agudizado en los últimos encuentros. Ninguno de ellos consiguió tener un rendimiento que tranquilizara a quienes no ven la solidez necesaria para pelear con chance la Copa del Mundo.
Es cierto que la Argentina tiene el trío delantero más talentoso del mundo, pero también es cierto que los problemas defensivos no son menores. ¿Qué posibles reemplazos hay para los zagueros centrales? Nombres no sobran: Demichelis, Otamendi, Nico Burdisso, Coloccini, Cata Díaz, Fazio, Seba Domínguez, Desábato. Hay un grupo de hombres que pasarán los 35 años en el mundial, como Wálter Samuel y Gabriel Heinze, que parecen estar fuera de carrera por decisión de Sabella.
Hay buena altura en los defensores, pero no abundan los buenos cabeceadores. En el último partido contra Uruguay se notó claramente ese déficit, algo que también pasó con Paraguay y con Ecuador. Se reitera un problema anunciado y no parece haber solución posible a mano. Quizá los más optimistas imaginan escenarios con goleadas favorables en el Mundial. El argumento sencillo e ingenuo sería “nos hacen un gol, les hacemos dos. Ganaremos 4-2, 4-3, no importa que nos conviertan si nosotros la metemos más que los rivales.”
En la historia hubo dos ejemplos que vienen a cuento. Francia subcampeón de 1958, que goleó y fue goleado, con el tremendo Just Fontaine, máximo goleador de los mundiales. El otro es más popular: en Brasil de 1970 jugaban Jairzinho, Gerson, Tostao, Pelé y Rivelinho adelante y poco importaba si Brito y Piazza o el discreto arquero Félix hacían una macana y el rival de turno le metía un gol a Brasil. Pasó con Checoeslovaquia, con Rumania, con Perú, con Uruguay, con Italia, pero luego los magos de adelante tejían una jugada espectacular y Brasil daba vuelta la historia.
Quizá sea lo que se puede pedir del cuarteto Di María-Agüero-Messi-Higuain, que logren establecer la diferencia en la red contraria y sean los garantes, a puro gol, de una eventual victoria. Si no hay seguridad en el fondo, habrá que confiar en los fenómenos que juegan adelante. Parece un remedio con dosis inciertas de ser un tratamiento beneficioso. Algo así como alargar las dudas hasta cada partido del mundial. Salvo que Sabella encuentre respuestas donde parece no haberlas, por lo menos con el grado de exigencias que tenemos los que vemos todo desde otro lugar.