Bilardo no fue el único que apeló a los rituales para atraer a la suerte. Los casos más curiosos.
Luciano Wernicke
Los futbolistas y los entrenadores suelen tener una fe desmedida en rituales de lo más extraños que comúnmente conocemos como “cábalas”. Cada edición de la Copa del Mundo demuestra que el fanatismo por estas creencias extrañas, contrarias a la razón, no son una exclusividad argentina.
Raymond Domenech, el técnico que llevó a Francia a la final del Mundial de Alemania 2006, no citaba jugadores nacidos bajo el signo del zodíaco de Escorpio. Uno de los que sufrió esta singular postura del entrenador fue Robert Pires, quien no viajó al torneo a pesar de ser gran figura del equipo inglés Arsenal.
Domenech sostuvo una vez, durante una conferencia de prensa, que consideraba a los escorpianos “poco beneficiosos para el grupo” porque “acaban matándose entre ellos”. Este técnico no hubiera convocado, por ejemplo, a Diego Maradona.
A veces, las cábalas funcionan al revés. El arquero belga Michel Preud’homme utilizaba siempre una camiseta de Standard de Lièje, su primer club y del cual era hincha, debajo de la casaca de la selección. El intenso calor de Florida, durante el Mundial de Estados Unidos, obligó al portero a prescindir de su amuleto para enfrentar a Marruecos y Holanda. A pesar de ello, su equipo ganó ambos encuentros 1-0.
Preud’homme volvió a vestir su camiseta de la suerte ante Alemania, en Chicago, en los octavos de final. La cosa no anduvo bien: el arquero se comió tres goles y Bélgica quedó eliminada.
La selección de Brasil vistió de blanco hasta el último partido del Mundial de 1950. Después del “maracanazo” -la derrota brasileña más tremenda de la historia, ocurrida ante Uruguay por 2 a 1 y 200 mil cariocas- la escuadra vecina jamás volvió a vestir ese color.
Apagados los llantos, la federación brasileña convocó a un concurso que determinó que la nueva camiseta sería, hasta hoy, amarilla con vivos verdes.
El arquero que sufrió los goles de Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia, Moacir Barbosa, también quedó revestido para siempre por una supuesta maldición. Cuando, en 1993, intentó visitar a los jugadores que se preparaban para el Mundial Estados Unidos 94, un directivo de la confederación brasileña ordenó a los guardias del predio: “Llévense lejos a este hombre, que sólo trae mala suerte”. Sin la “mala influencia” de Barbosa, Brasil fue campeón mundial.
Para el Mundial de Chile 1962, la FIFA permitió que Uruguay no utilizara el número “13″ en sus camisetas, porque los integrantes del equipo dirigido por Juan Carlos Corazzo lo consideraban de mala suerte. La escuadra oriental, la única que tuvo un “23″ en su lista de buena fe, no pasó la primera ronda.
Pero, en el campo de las cábalas mundialistas, la corona la porta el argentino Carlos Bilardo. Durante el torneo de México 1986, nadie podía dejar las valijas preparadas antes de los partidos, todos debían mantener su lugar en el micro, los policías en moto de la custodia fueron siempre los mismos y el conductor del ómnibus tenía orden de ingresar al estadio mientras sonaba el final de la canción de Sergio Denis “Gigante chiquito”, grabada en un casete.
Probablemente, la más extravagante ocurrió cuatro años más tarde, en Italia 1990. Antes de la definición por penales contra Yugoslavia, en cuartos de final, el arquero Sergio Goycochea debió orinar dentro de la cancha, cubierto por sus compañeros, porque no tenía tiempo de ir hasta el vestuario. En esa serie atajó dos penales, lo que propició la victoria albiceleste.
Ante Italia, en la semifinal, cuando estaba por comenzar la serie de penales, Bilardo le ordenó a Goyco que repitiera la “descarga”. La cábala funcionó: el portero volvió a contener dos disparos para que Argentina superara al equipo anfitrión.
(*) Autor del libro “Historias insólitas de los Mundiales de Fútbol”