El famoso gol de visitante que deteriora los planteos de los técnicos en copas. Los entrenadores y funcionarios que dicen una cosa y hacen otra.
—Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty–, quiere decir lo que yo quiero que diga.
—La cuestión –insistió Alicia– es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión –zanjó Humpty Dumpty– es saber quién es el que manda. Eso es todo.
Lewis Carroll (1832-1898); de “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí” (1871).
El inquietante Factor Cero, cuenta la leyenda, comenzó con una maldición piel roja para los blancos que ocupaban sus tierras a sangre y fuego. Así, cada dos décadas, los presidentes norteamericanos elegidos en año terminado en cero no terminarían vivos su mandato. Funcionó, parece.
William Harrison en 1840: murió de una feroz neumonía; Abraham Lincoln en 1860: asesinado en el teatro Ford; James Garfield en 1880: baleado en la estación de trenes de Washington; William McKinley en 1900: tiroteado por un anarquista; Warren Harding en 1920: ataque cerebrovascular; Franklin Roosevelt en 1940: hemorragia cerebral y John Kennedy en 1960, emboscado en Dallas.
Se libraron de la condena Ronald Reagan, que asumió en 1980 y sobrevivió en Washington a las balas de John Hinckley; y George Bush, el hijo de, presidente desde 2000. Con ellos, la maldición cambió de rumbo y apuntó fronteras afuera.
Recordé el tema en la semana, mientras me aburría mirando clásicos nativos, partidos de Libertadores y de Champions. Tristes 0 a 0 unos, salvados por un mísero gol otros. El de Marco Ruben contra Gremio en Porto Alegre, el cabezazo de Tevez contra Cerro Porteño en Asunción, el zurdazo del equipo de Quito con nombre poético contra River, la belleza estilo Messi de Saúl para el Aleti de Simeone contra el Bayern de Pep en el Calderón. El miedo a perder ya es universal.
La regla del gol de visitante creada en las copas internacionales para desalentar a los equipos que llegaban para colgarse del travesaño lo cambió todo. El terror a ser embocados en su propia casa paraliza a los locales y libera a sus rivales, que los esperan tranqui para salir de contrataque. El visitante, lo sabe, carga artillería pesada. Entonces, Boca está casi en cuartos con su 2-1 en Asunción, un River sin balas deberá golear para levantar el 0-2 de Quito, y el 0-0 de Racing-Mineiro y Huracán-Nacional de Medellín aquí conformó a todos. Parece que el cero en contraequilibra el cero a favor. Uf. ¡Basta de esta versión bizarra del Cero y la Nada, Santo Sartre!
¿Partidos inteligentes? Bueno, si tal cosa existe, me quedo con el Aleti de Simeone, sólo porque su estilo de sacarles agua a las piedras es siempre el mismo. El temible Bayern lo apretará en Alemania, pero se las verá con la telaraña de Simeone, el Giap del Manzanares, exótico favorito por abuso de ánima y pasión. El que pase en Munich, intuyo, será campeón. ¿El Madrid y el City? Lo de Inglaterra fue un largo bostezo de impotencia, y más sin Cristiano Ronaldo. Los veo un escalón abajo.
Insólito dilema sufre Boca, sumado a la lesión del escribano Gago. Tiene en Pablo Pérez a un volante que suele arruinar lo bueno de su juego por su desequilibrio emocional. Pierde los estribos, pega y suma tarjetas de todos los colores. Guillermo, harto, lo hizo entrenar con los suplentes y lo puso en Paraguay porque no tenía a nadie mejor. Su partido fue espléndido. ¿Habrá aprendido la lección o volverá Mr. Hyde? Mmm… Veremos.
El Gobierno carga con un karma más sofisticado que el de Boca: los increíbles lapsus de sus funcionarios. Esta vez le tocó al jefe de Gabinete, Marcos Peña, en el Congreso: “Hay un consenso de avanzar hacia un sistema más justo de tarifas y de subsidios para proteger a los que más tienen”, dijo. ¿Los que más tienen? Oh, no. ¡Era por abajo, Mark! Los que m-e-n-o-s tienen. Bueh, todo no se puede.
Pasa. Cuando un deseo inconsciente reprimido aflora con intensidad y logra quebrar esa coraza interna en una situación de tensión o estrés, ¡zas!, salta el fallido. Sobran los ejemplos. Suelen ser divertidos. Salvo para el protagonista, claro.
“¡La alternativa del hoy es libertad o dependencia, y yo elegí la dependencia!”, gritó, chocho, Deolindo Bittel en plena campaña del PJ de 1983. “El pueblo que no recuerda su historia la repite. Como olvidamos el golpe de 1955, repetimos la historia tumbando al gobierno del doctor Alfonsín, ehhh, ¡de Frondizi! Bueno, ambos son radicales, je”, recordó con candorosa impunidad Carlos Menem.
“¡Nada de lo que deba ser estatal quedará en manos del Estado!”, dejó claro Roberto Dromi en plena furia privatizadora. “Estoy absolutamente tranquilo de haber incurrido en algún delito”, se sinceró sin querer Emilio Cantarero en medio del caso coimas en el Senado. “Decidí candidatearme porque, sin la reelección de Cristina, el proyecto se quedaba manco”, explicó, algo cruel, Florencio Randazzo.
Los hay en todo el mundo. “Trabajamos mucho para saquear nuestro país adelante”, se trabó la diputada del PP español María Dolores de Cospedal, mientras el jefe de gobierno Mariano Rajoy, minucioso, se refirió a la “la confianza de los inversobres”. Ay. “Por Dios y por la plat… ¡por la patria!”, derrapó el diputado peruano Gerardo Saavedra al jurar con una mano sobre la Biblia. “Tomará tiempo restaurar el caos”, le confesó al mundo George W. Bush.
¿Veremos goles y planteos audaces sólo cuando no haya nada en juego? ¿Los partidos de ida y vuelta seguirán siendo partidas de ajedrez sin jaques ni mates? ¿Les crecerá la nariz a los técnicos y a los funcionarios que dicen una cosa y hacen otra? ¿Por qué se llama Cambiemos la coalición de un gobierno de raíz tan conservadora? ¿A qué se debe esa falta de amor por la camiseta, muchachos?
Mantener el cero en casa me parece triste, mezquino. Recesivo. Sobre todo sabiendo que afuera nos esperan los aprietes, goles en offshore, números imposibles de remontar.
Y además, los jueces en contra.