Un diálogo con el omnipresente Diego Maradona en la Bolivia de Evo Morales.
Hugo Asch
“Leíamos juntos, pero en voz alta, sabíamos demasiado bien que las palabras siempre rompen algo”. Marguerite Yourcenar (1903-1987); de “Alexis o el tratado del inútil combate” (1929).
Los suyos lo conocen. Es el líder, el que maneja los tiempos, el que decide en qué momento acelerar y cuándo hacer la pausa. Audaz, hábil para superar a sus rivales en zonas difíciles, pierna fuerte a la hora de recuperar, se vuelca a la izquierda, avanza y toma decisiones. Asiste al compañero que lo acompaña o define. Mucha convicción, pierna diestra, cintura, dientes apretados. Se juega como se vive, decía Menotti, el entrenador que hizo debutar a Maradona en la Selección.
Evo juega como vive y gobierna como juega, prendiéndose en cualquier desafío. Usa la número 10 y sueña, por ejemplo, con hacer un gol como aquel de Diego contra los ingleses, eludiendo gringos desde la mitad de la cancha. El fútbol. El futuro, la salud, la educación, el pan, el trabajo para su gente. Otros sueños, el mismo sueño. Con la pelota en los pies, como jugador, no pudo; con la palabra y las ideas, sí. Gol de Bolivia. La historia de esos sueños de Evo y el largo camino que lo llevó a cumplirlos son un testimonio apasionante. Digno de ser contado.
–¿Quéééé, qué escribís, Asch, cabeza de termo? Ojo con lo que ponés de mi amigo Evo, eh? (¡Paf!)
¡Ay! Debo estar mal. La voz cavernosa; un ardor en la mejilla, como de cachetazo. Raro. El té de coca no me calmó del todo el dolor de cabeza; pero más que la altura, creo, es el cansancio. Pasé 18 horas seguidas con Evo Morales en su avión –sí, el mismo en el que fue insólitamente “demorado” el año pasado en Europa– y seguirle el ritmo al presidente de Bolivia, de ciudad en ciudad, de acto en acto, es agotador. Ahora estoy acá, encerrado en mi habitación del hotel, en La Paz, listo para escribir para un medio extranjero.
Lástima: no podré hacer mi columna esta semana. Apenas pude enterarme de que San Lorenzo ganó la Libertadores y que acá juega el Ogro Fabbiani, al que vi meter un golazo en una práctica, con sombrerito en el área incluido. Cuando la tiene, pone la cadera y nadie se saca, pero el técnico Clausen todavía no lo hizo debutar en Sport Boys, su nuevo equipo, el mismo que quiso inscribir a Evo. ¡Ahora escucho voces! Uf. Lo que me falta…
—A ver qué decís del Ogro, Asch, vos que creés que la pelotaaaa, que la pelota rebota porque tiene un conejito adentro. Me llamabas Brancaleone cuando fui al Mundial, ¿te acordás? ¿Por qué te metés conmigo si yooo nooo, si yo no me meto con vos, bobo? (¡Paf!)
Ay. Aquí no hay nadie. Escribo en mi laptop, con la bandeja del desayuno al lado. ¿Estaré mal? No, no es la voz de Don Julio, que Dios lo tenga en la gloria. No es la voz de mi conciencia, estoy muy cansado para eso. Esa voz, ¿puede ser la de…? Nah.
—Mi entornooo, mi entorno me lo creo yo; y ni vos, que tenés 50 años como yo, ni nadie me va a decir lo que tengo que hacer, ¿entendés? Eteee… ¿Seguro que esa laptop es tuya? A mí me parece que yo tenía una igual. Voy a hablar con Morla y cuando vuelvaaasss, cuando vuelvas vas en cana, ¡jaaahh…!
—Eh, ¡la laptop es mía! Yo no soy Rocío…
—¡Chito la boca que hayyy, que hay bozal legal…! La tenés adentro, Asch. Te voy a, te voy a pedir captura, cabeza de termo. ¿Así que tomaste té de coca? A ver qué dicen de vos tus colegas ahora. A ésos los conozco…
Es raro hablar solo en la habitación de un hotel, a casi 4 mil metros de altura. Y más raro todavía es discutir… con nadie.
—¿Qué van a decir? ¡Nada! La hoja de coca tiene 15 alcaloides y sólo uno sirve para la droga. Los otros 14 son buenísimos para la salud. Aquí exportan el té de coca y ya planean industrializar toda la producción. Fabricar pasta de dientes de coca, por ejemplo. Ninguno de los indígenas de la zona tiene mal los dientes por su efecto medicinal. Es bárbara la hoja de coca…
—Que a Cocca le vaya mejor que a Bianchi no me sorprende porqueeee, porque Bocaaaa, Boca no puede dar dos pases seguidos, viejo. ¡Son un desassstre!
—Eh, no: ése es Diego Cocca, el técnico. Autor de dos milagros. El primero, hacer jugar lindo a Racing. El otro, encontrar en una oficina un grupo de jugadores con las características ideales para sumarlos a su plantel. Todos representados por su representante, Christian Bragarnik. Nico Sánchez, Grimi, Acevedo, Acuña, Castillón y ahora Bou. Se ve que se los cruzaba en los pasillos. Qué suerte tuvo, ¿no? Genial.
—Ahhhh, pero queee, qué piola que sos, ¿eeeh? ¿Qué tomaste en lugar del tecito? ¿El café veloz deeeee, de Don Julio?
—Eh, más respeto, por favor.
—Yo hagoooo, yo hagooo un minuto de silencio. Pero por, por sus nietos…(…)
Se calló. ¡Se fue, por fin!. Oh no, aquí está, otra vez. Esa voz.
—¿No vas a decir nada deeeee, no vas a decir nada de Boca, cabeza de termo? Pero qué podés decir, si con esa cara que tenés se ve queeee, se ve que no jugaste ni en la vereda de tu casa…
—La pared con la pared sí la hacía bien. Con la Pulpo.
—Je. !Ni tortuga tenés vos, como para que se te escape. Yo a Bianchi le hago una estatua y la pongo en mi casa, pero si ya no va más se tiene que ir. ¿Por qué no puedoooo, no puedo dirigir yo a Boca? O a la Selección queee, que con Sabella no jugó a nada. ¡Si Messi conmigo jugó cinco veces mejor…! A ver, contestame vos, que una vuelta fuiste a Nápoles y escribiste una notaaaa, una nota llena de mentiras en Gente. ¡A ver si aprendés algo de fútbol yyyy, y te dejás de escribir giladas! (¡Paf!)
Ay. ¿Era él? No puede ser. Lo imagino todo. Dormí poco, es eso. A ver si me viene a buscar la Interpol. La laptop es mía, puedo probarlo: ¡es barata! Además, en esa nota de 1990 todo era verdad.
Epa. Ahora canta. ¡Canta el fucking hit del Mundial! “… Maradona es más grande que Pelé…”. Y que Messi también, me digo ahora que volvió el silencio y vuelve a latirme la cabeza, mal. Duele un poco.
(*) Esta nota fue publicada en la edición impresa del Diario PERFIL.