Carmelitas, cartujos, benedictinos, trapenses. La vía contemplativa de la religión tiene distintos centros en el país. Los imanes de la fe en espacios alejados de toda vorágine.
La vida contemplativa está en aumento en Argentina. La institución monástica más importante en la Argentina es el carmelo, que cuenta con el mayor número de casas. Son 32 que surgieron, la primera en 1628, en Córdoba.
Hay una idea instalada que marca como muy riguroso el estilo de vida de las carmelitas, pero la realidad presenta distintas modalidades.
Algunas comunidades se apegan a las reglas de la fundadora, Santa Teresa de Avila, establecidas en 1562. Entre ellos figura el monasterio porteño de la calle Amenábar 450, conocido por difundir la devoción a la Madre
Maravilla de Jesús, una monja que fue consagrada santa, pero cuyos devotos en España son los partidarios de Francisco Franco, lo cual deriva en una división política, propia de un país que vivió una guerra civil y donde las ideas
del franquismo siguen vigentes en ciertos sectores eclesiásticos.
En otros carmelos se dan opciones de apertura en sintonía con la pastoral que se promovió en la Iglesia a partir del Concilio Vaticano II. Así, en el de Mar del Plata, las monjas salen a hacer las compras y visitan el hospital. En la Villa Independencia de Caucete, San Juan, se inició en 1978 un modelo que se caracteriza por mantener la vida de claustro, pero salen a barrer la vereda y a hacer las compras. Su intención es aprender a rezar desde la gente y rezar como lo hacen sus vecinos.
La monja Mónica Astorga del Monasterio de la Santa Cruz en Neuquén acompaña a un grupo de travestis dando ánimo y contención, fortaleciendo vínculos y abriendo posibilidades para el abandono de la vida de prostitución de las que quieren salir. En 2009, el entonces cardenal Bergoglio estuvo en el monasterio y le pidió a la monja: “No dejes este trabajo de frontera
que te puso el Señor”.
En la Argentina hay 12 carmelos que decidieron seguir con las normas tradicionales que fueron dictadas por Santa Teresa de Avila en el siglo XVI. En esos lugares no se leen los diarios, no escuchan radio ni ven televisión.
Benedictinos: los primeros. Los primeros monjes llegaron a la Argentina en 1899 y se afincaron en Victoria,
Entre Ríos. Es el primer monasterio benedictino de Hispanoamérica.
Años más tarde, en 1916, un grupo de benedictinos llegó desde Europa a la capital porteña y se estableció en el barrio de Almagro. En 1918 fue nombrado superior el padre Andrés Azcárate, hombre de gran empuje que al año siguiente decidió construir el imponente templo de San Benito de Palermo.
En 1971 fue nombrado prior-administrador de la abadía porteña Martín de Elizalde –actual obispo de 9 de Julio–, que fue el primer argentino que asumía en esa comunidad. El nuevo superior decidió en 1973 trasladar a los monjes a una propiedad ubicada en Jáuregui, a pocos kilómetros de Luján. En la actual abadía se mantiene el uso del canto gregoriano en latín, continuando así una tradición que no se da en todos los templos monásticos.
En 1939 llegaron al país dos monjes suizos de la Abadía de Einsiedeln, en búsqueda de un lugar apropiado para erigir un monasterio. Debieron pasar algunos años antes de que se concretara la iniciativa, a través de una mujer, María Tomasa de la Paz Marenco, que había pertenecido a una familia pudiente y a raíz de una crisis económica familiar se vio obligada a dejar los estudios secundarios y trabajar como doméstica. Al contraer matrimonio con Cayetano Sánchez Díaz, retornó a su anterior posición económica. En 1942 murió su esposo, un rico comerciante que le dejó una fortuna importante. Al conocer el proyecto de los monjes suizos les legó 700 hectáreas en 1947. Así nació el monasterio Santa María de Los Toldos, en el partido de General Viamonte, Buenos Aires.
La comunidad se inició en 1948 con 12 monjes llegados de Suiza. Veinte años después asumió como prior el primer argentino, Pedro Alurralde, que era médico y que años después estuvo al frente del Monasterio de El Siambón, en Tucumán.
En septiembre de 1974 eligieron prior a Mamerto Menapace, que tenía 32 años. Se trata de un monje muy conocido por su participación en el programa televisivo Claves para un mundo mejor, pero sobre todo por ser el autor de más de cuarenta libros. Ha recibido el premio Konex por su aporte a la lectura juvenil.
El Monasterio Cristo Rey de Tucumán fue fundado por la Abadía de Victoria, en 1956 en El Siambón. Una donación de 800 ha de la familia Paz Posse permitió el establecimiento de los benedictinos en ese espacio, a 60 km de San Miguel de Tucumán. El inicio de la construcción se hizo bajo la guía de uno de los monjes, Juan Vicente García Geniz, quien antes de ingresar a la vida monástica había realizado importantes emprendimientos como ingeniero civil.
Austeridad. Los cistercienses o monjes blancos –los benedictinos tienen el hábito negro– son una rama benedictina llamada de estricta observancia fundada en el Monasterio de la Trapa, en Normandía, Francia, donde en 1664 se decidió retornar a la primitiva regla de San Benito, ante la relajación de algunas comunidades monásticas.
El Monasterio Nuestra Señora de los Angeles, de Azul, fue fundado por la abadía trapense norteamericana de San José, de Spencer, Massachusetts, en 1958. El matrimonio de Pablo Acosta y Carmen Leloir de Acosta donó una porción de tierra de su estancia Los Angeles, en las sierras de Tandilia, y una benefactora norteamericana, Sara East, donó la construcción. El edificio posee el estilo de la arquitectura trapense, que se destaca por su simplicidad y belleza, con un templo considerado único de este estilo en América Latina.
En 1984 se eligió al argentino Bernardo Olivera –hermano del fallecido jefe de gobierno de Buenos Aires Enrique Olivera– como su primer abad.
En 1997, cuatro monjes cartujos llegaron a nuestro país y se instalaron en la cordobesa Los Cocos. Es la orden que profesa más austeridad y pobreza. Los cartujos dedican 14 horas a la oración y al estudio, de ellas seis en el templo y ocho en la celda. No comen carne, y una vez a la semana consumen sólo pan y agua.
Alimento. El primer monasterio benedictino femenino de la Argentina fue fundado en 1941 por el abad Azcárate con monjas de la Abadía de Santa María, de San Pablo, Brasil. “Somos una orden contemplativa, y lo principal para nosotros es nuestra oración cantada: cantamos siete veces al día en la iglesia, y son oficios religiosos de los cuales pueden participar todas las personas, como también venir y quedarse en nuestra hospedería”, nos informa la hermana Mercedes de Vedia –hija y hermana de periodistas–.
De este monasterio surgieron otros seis en Santiago del Estero (1965); Uruguay (1965); San Luis (1977); Rafaela, Santa Fe (1978); San Antonio de Arredondo, Córdoba (1979), y Aldea María Luisa, Entre Ríos (1987).
Fuera de estos institutos monásticos femeninos mencionados, que cuentan con varias casas, figuran las salesas –fundadas por San Francisco de Sales–, que tienen dos monasterios: uno en la Villa Marista de Pilar y otro en Río Cuarto, Córdoba. Otras 12 instituciones cuentan con una sola casa y se encuentran repartidas en el país.
Es conocida la fama de la cocina y los licores que monjes y monjas elaboraban en sus conventos. Esta práctica se inició como respaldo a las largas peregrinaciones que hacían los feligreses, en las que se necesitaba alojamiento y alimentación.
En la Abadía de Victoria, Entre Ríos, existe un tambo para la fabricación de dulce de leche y quesos. En el Monasterio de Los Toldos se producen y venden quesos para el mantenimiento y la financiación de las diversas actividades. La Abadía de Luján produce más de ochenta productos almibarados, mermeladas, conservas, dulce de leche y quesos. En El Siambón se puede comprar miel de abejas, elixir, propóleo, jalea real, polen y dulces.
Las monjas, en su gran mayoría, se especializan en la elaboración de distintos tipos de dulces y jaleas y en la confección de ornamentos litúrgicos. Pero en la Abadía de Santa Escolástica de Victoria, la repostería artesanal alcanzó tanta fama que tuvieron que abrir un local en Buenos Aires, en Retiro.
Cuando se observa a la distancia el desarrollo de la vida contemplativa, se aprecia que sólo había tres casas en la segunda mitad del siglo
XVIII y un escaso crecimiento en el siglo siguiente. Y causa asombro el incremento que se dio en el siglo XX y que continúa en los años que estamos viviendo.
Esta tendencia se contrapone con la que viven los religiosos y las religiosas que han descendido. Lo cual demuestra que hay gente joven que mantiene viva su relación con Dios y busca un acercamiento a través de la vida contemplativa